Desempleo juvenil, una trama de difícil abordaje y resolución

La Fundación Forge realizó una encuesta a finales del año pasado a jóvenes residentes en varios países latinoamericanos, entre los que se encuentra Uruguay, con el fin de estudiar las dificultades existentes para acceder al empleo formal. Esta población considera que la alta exigencia en el mercado laboral y el requisito de la experiencia previa, son barreras que dificultan su ingreso al mundo del trabajo.

Es así que uno de cada cinco jóvenes que “ni estudian ni trabajan” o también conocidos como “ni-ni” aceptan trabajos informales.
El informe revela que los perjuicios basados en su apariencia física son factores determinantes. Y tal es el caso de Uruguay, donde el 51% de los encuestados refiere a este punto como la principal dificultad. En segundo lugar, el 40%, puntualizó la condición de tener hijos o personas a cargo, el 25% apuntó al hecho de ser mujer, el 15% al lugar de residencia y el 10% a su nombre o apellido.
Sin embargo, más del 60% apunta a la capacitación, el estudio y el esfuerzo como las claves para acceder a mejores empleos. El tercer informe del Monitor Laboral, presentado en febrero pasado por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) y Equipos Consultores, puntualiza que seis de cada diez personas desempleadas tiene menos de 30 años. La tasa de desempleo en la población de 18 a 24 años –hasta el año pasado– era de 26,4% y es más de tres veces superior a la media nacional que, de acuerdo a la última medición del Instituto Nacional de Estadística, se encuentra en 8,8% a nivel país. Si bien es necesario recordar que en el litoral llega –y supera– al 14%.

Este aspecto genera, además, un desencuentro con otras realidades. En cualquier caso es el país latinoamericano con menos tasa de desempleo, pero tiene mayores guarismos de desempleo juvenil y los registros más bajos de egreso de la Educación Secundaria.
Este estudio define como “un dato curioso” que “finalizar el Bachillerato no parece impactar positivamente en menores tasas de desempleo juvenil respecto de no finalizarlo”. Ese aspecto es “muy relevante” y “los jóvenes observan para decidir su permanencia en la educación formal”.

Entre desempleados, desalentados y subempleados, el documento señala que la cifra asciende al 40,1% de aquella franja etaria. Es particularmente esta población, así como las personas de 65 años o más, quienes no pudieron recuperar los niveles de empleo que tenían antes de la pandemia. El mundo del trabajo mira a los empleos con mayores calificaciones, en perjuicio de aquellos que refieren a ocupaciones elementales, servicios o ventas. Y ese perfil, que se da en general, está aún más arraigado en la población juvenil.
En paralelo a este escenario, se plantea una profundización en la pérdida de empleo para los jóvenes sin el Ciclo Básico finalizado, en comparación con aquellos que cuentan con una formación terciaria o de mayor especialización.

Es que la falta de cambios educativos en las últimas décadas o la negación a una evolución que debió darse mucho antes, trae como consecuencia esta estadística negativa. Porque los bajos niveles educativos o trayectorias incompletas se han transformado hoy en la mayor vulnerabilidad de los jóvenes.
Y desglosado por departamentos, hasta junio del año pasado –cuando la tasa de desempleo era más baja que este año a nivel departamental–, el desempleo juvenil se ubicaba en 29,9% en Paysandú, según CED Uruguay.

No es posible negar esta realidad que se ha profundizado ante la diferencia cambiaria con Argentina y que afecta a otros departamentos del litoral del país. Precisamente en los sectores que padecen esta situación, como el comercio y los servicios. Y tampoco hace falta que lo puntualicen los organismos internacionales, como la Cepal y la OIT, que pone sus ojos en esta población junto a las mujeres y su relación con el trabajo informal, como aquellos que todavía no han logrado mejorar su situación, sino todo lo contrario.
Incluso, todos los análisis destacan el desgaste de esta población que sale a la búsqueda de un empleo y los meses que transcurren sin soluciones.
En su mayoría, los jóvenes latinoamericanos se presentan a trabajos administrativos, de venta al público, de servicio a clientes, turismo e informática. Pero se encuentran con la inexperiencia y la falta de manejo del idioma inglés como una barrera infranqueable para poder ingresar al trabajo por el cual postularon. En el caso de la existencia de alguna experiencia, ésta se remite al ámbito informal, que es uno de los principales retos en todo el continente.

Por lo tanto, la pandemia solo develó un problema estructural de acceso al mercado laboral por parte de las poblaciones jóvenes y lo agravó. Son los más afectados y ningún cambio de gobierno que vino después en los países latinoamericanos logró acomodar las estadísticas o mejorar el panorama.
Y en este marco, ante una recuperación económica en determinados rubros, es una constante que accederán antes a la formalidad aquellos que cuentan con una experiencia previa, en detrimento de los jóvenes que recién comienzan.

Algunos expertos en el tema alientan a las empresas a que incorporen puestos de trabajo eventuales o bajo la modalidad de pasantías, que permitan a los jóvenes el comienzo de sus trayectorias laborales. No se trata de un aspecto que pueda aplicarse a nivel general. De hecho, en referencia al momento que atraviesan diversos sectores de la economía –al menos al norte del río Negro– ocurre lo opuesto. Incluso, los subsidios anunciados por el gobierno para aplicar a las empresas que contraten personal que proviene de colectivos vulnerables –hombres y mujeres menores de 29 años o mayores de 45– puede resultar de difícil aplicación. Porque ante un descenso de las ventas, se desprenden de los recursos humanos de su plantilla.
En definitiva, un escenario complejo que comienza a tender sus raíces de manera estructural.