El miércoles último la Administración Biden ha dado un paso más en la línea de tensiones administradas que mantiene con China, en esta confrontación estratégica. Así, desde la Casa Blanca se anunció que el presidente Biden ha firmado una orden ejecutiva con el propósito de corregir ciertas situaciones, para frenar el flujo de inversión y conocimientos de gestión de Estados Unidos en un reducido número de empresas chinas que la administración demócrata sospecha acerca de las pretensiones militares de Beijing.
La firma de una orden ejecutiva es el primer paso, acaso prudente, que recién estará en vigencia el próximo año. Se trata de un mensaje inequívoco para el liderazgo chino: la Casa Blanca está comprometida con esta búsqueda de reordenamiento de las relaciones y zonas de preeminencia entre China y los Estados Unidos. En particular, es una ratificación de la posición ya manifestada por Washington, en el sentido de apelar a las restricciones de acceso de Beijing a tecnología “crítica”.
No es necesario precisar que la noticia no cayó bien en China. Estados Unidos, en unas declaraciones escritas del portavoz de la embajada china, Liu Pengyu, dirigidas al diario The Washington Post, “habitualmente politiza la tecnología y los asuntos comerciales, los usa como herramienta y arma una cuestión así en nombre de la seguridad nacional”. E inmediatamente agregó: “seguiremos de cerca los desarrollos y salvaguardaremos firmemente nuestros derechos e intereses”.
Sin embargo, no se trata de una queja seguida con una encerrona. Más bien que la advertencia procura reencausar, y se vuelve a actuar repitiendo esquemas argumentales recientes: reafirma la tendencia de apaciguar a la industria aún a expensas de la seguridad nacional.
Repercusiones
Como vemos, la reacción de las autoridades chinas fue inmediata, y sin incluir amenazas, acusa a la Administración Biden de mezclar siempre política y negocios.
En el frente interno, el presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, el republicano por Texas, Michael McCaul, esperaba “una salida más fuerte” de parte del presidente en especial, “en un momento en que se necesita más que nunca una acción agresiva”. Para McCaul se trata de poner límites al flujo de dólares y de conocimientos que solventan la tecnología militar y de vigilancia del gobierno y del Partido Comunista, “en lugar de perseguir únicamente medidas a medias que tardan demasiado en desarrollarse y entrar en vigor”.
Después de los últimos cruces que estaban relacionados a la industria de los procesadores, la relación entre ambas potencias parecía que intentaba entrar en cierta zona de previsibilidad, pero lo cierto es que incidentes como el del globo de vigilancia chino ocurrido a principios de año, devolvían las relaciones a nuevas zonas de inquietud y desencuentros, que no contribuyen a crear ese clima de administración de las tensiones que presidió el encuentro entre Biden y Jinping.
De acuerdo con el desarrollo de las agendas de distensión y profundización en la construcción de esos disensos administrados, figura en la agenda de la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, una visita a Beijing en la segunda mitad de mes. Sería la tercera visita significativa de representantes de alto nivel del gobierno de Biden. Antes, el secretario de Estado Antony Blinken y la secretaria del Tesoro Janet L. Yellen, se reunieron en China con sus respectivos pares.
Meditada orden….
Esta decisión de Biden de formalizar una orden ejecutiva no responde a un acto de ansiedad, ni a un arrebato de furia. Muy por el contrario, este paso es el resultado de un debate interno que no sólo alcanza al gobierno, sino que ocupa a las industrias vinculadas, e incluso a la comunidad de inteligencia.
Esta orden ejecutiva otorga a la secretaria del Tesoro, Janet L. Yellen, la autoridad para regular la inversión estadounidense en tres categorías de compañías chinas. Ellas son: computación cuántica, inteligencia artificial relacionada a desarrollos militares y semiconductores avanzados.
La orden ejecutiva es muy clara: “el rápido avance en semiconductores y microelectrónica, tecnologías de información cuántica y capacidades de inteligencia artificial por parte de China mejora significativamente su capacidad para realizar actividades que amenazan la seguridad nacional de los Estados Unidos”.
La fundamentación contempla un bloqueo a la inversión estadounidense en subconjuntos de estos sectores, como sistemas de inteligencia artificial diseñados principalmente para uso militar y de inteligencia, software para la automatización del diseño de chips y tecnologías cuánticas, especialmente éstos pues podrían comprometer el cifrado y otros controles de ciberseguridad, y poner en peligro las comunicaciones militares.
Incorpora la obligación de informar al Tesoro por parte de los capitales de riesgo estadounidenses y de otros orígenes, involucrados en inversiones en empresas que desarrollen tecnologías en esos sectores específicos. Con esta orden ejecutiva, se abrió un período de consultas que podría extenderse por unos meses. Deberá concluir con una definición más precisa y reducida del alcance ya limitado de la restricción. Limitado, dicen desde la administración, pero de extrema sofisticación y de riesgos futuro.
Ese riesgo futuro que tanto preocupa a la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos es la aspiración de China de desarrollar un nuevo posicionamiento de defensa estratégica, definida como prioritaria.
Los sectores
Definir los sectores a limitar no fue una tarea sencilla, pues trazar fronteras en torno a tecnologías de doble uso, como la inteligencia artificial, tiene riesgos asociados. También está la presión de los “casi mismos” inversores que no quieren ser excluidos de las inversiones rentables en China.
La demora en definir el alcance de las restricciones chinas respondió a las diferentes miradas de un Departamento del Tesoro empujando por el alcance más reducido y el Pentágono por unos criterios más amplios. Así, en esta instancia por lo menos, quedaron fuera los vehículos eléctricos y la biotecnología.
Yellen ha remarcado que se trata de un abordaje a preocupaciones concretas de seguridad nacional y no a una batalla económica. Desde Beijing entienden que se trata de un eufemismo diplomático.
Los analistas de inversiones ven en esta decisión un sincero esfuerzo por acotar el desarrollo tecnológico. Comparten la idea de que “al final del día, China necesita tecnología, no dinero de capital de riesgo”. Todos coinciden que recursos es lo que no les falta.
En junio, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fue por el mismo razonamiento: asegurarse, dijo, que las empresas europeas, su conocimiento, investigación, etcétera, “no sean abusados por los países de interés en la aplicación militar”. La afirmación de la funcionaria podría estar destinada solo a Rusia, pero en tren de ser solidaria con EE.UU., también incluiría a China.
La visión estratégica de los Estados Unidos es permanentemente revisada por la comunidad de inteligencia, pública y privada, donde hay un largo y permanente debate. La orden ejecutiva de Biden es precisa en alcance y objetivos, pero muchos temen que cuando el trámite parlamentario comience, “estos criterios pueden caer en la tentación de desdibujarse de las definiciones estratégicas”. → Leer más