Con las elecciones argentinas ya en el horizonte cercano, y las medidas que se observan del ministro de Economía Sergio Massa, en la misma línea voluntarista y de corte electoralista y demagógico, incluyendo más bonos sociales y hasta quita del IVA para “resolver” la crisis, es impensable que en la vecina orilla, sea en este gobierno ya en sus últimas semanas como con el próximo, se pueda revertir una situación que entre otros problemas, está ingresando en la hiperinflación, similar a la que tenía antes del gobierno de Carlos Menem en la década de 1990 y el plan de convertibilidad.
Este problema se traduce en la continua desvalorización de la moneda argentina y en la consecuente relación cambiaria con Uruguay, donde al revés, hay un atraso cambiario flagrante. Nos encontramos con los dos componentes clave de la ecuación que hacen que los productos del otro lado del río sean sustancialmente más baratos que en las ciudades litoraleñas, incluyendo Paysandú, y que ni siquiera la hiperinflación que padecen acerque los precios.
Pero la problemática de la relación cambiaria que repercute fuertemente en el litoral va mucho más allá que un tema de coyuntura, porque esta diferencia va atada a factores que ya son estructurales, habida cuenta de que en Uruguay los sucesivos gobiernos han utilizado el valor del dólar como un ancla para contener la inflación, que de esa forma ha logrado situarse en un dígito y actualmente estemos con que la inflación de Uruguay en un mes es menor de la mitad que la que Argentina tiene en un mes.
Pero esta distorsión no es gratis, y lo que tenemos hoy en Uruguay es inflación en dólares, con elevados costos de bienes y servicios en la comparativa internacional y mucho más con la Argentina, que tiene un dólar por las nubes en relación a su moneda, en cualquiera de las 16 cotizaciones de dólares que irracionalmente tienen en la otra orilla.
Ergo, los productos que exportamos trasladan estos costos a los mercados internacionales y se pierde competitividad, debido a que cuando se convierten los dólares a pesos para hacer frente al costo de los insumos de producción, hay pérdida de rentabilidad en muchos casos y en otros apenas se salvan los costos.
A la vez, se está subsidiando indirectamente las importaciones, las cuales incluso compiten ventajosamente con los artículos nacionales y los desalojan del consumo. Este escenario no es solo en este gobierno, sino que se ha dado durante la mayor parte de lo que va del milenio, con gobiernos de todos los partidos, que lo que tienen en común es que ninguno ha querido pagar el precio en costo político de llevar adelante medidas correctivas que no sean pan para hoy y hambre para mañana; porque dólar, inflación, costo interno, déficit fiscal, costo del Estado, van asociados e interrelacionados, y todo aquello que pretenda corregirse tiene que hacer en función de todas estas variables, para que no se generen desequilibrios que incluso pueden empeorar los problemas.
Estos problemas precisamente deberían ser corregidos implementando políticas de Estado y con una gradualidad que hasta ahora nadie se ha atrevido a llevar a cabo, porque las elecciones son muy cercanas entre sí en el tiempo, y medidas antipáticas son el caldo de cultivo para perder el gobierno, mientras a la vez grupos de presión como los sindicatos, fogonean con eslóganes opositores contra todo lo que se intente hacer de positivo para cambiar este estado de cosas, con la intención de llevar agua para su molino político – ideológico.
Pero el caso argentino es muy distinto, desde que como muy bien señala el economista uruguayo Jorge Caumont al semanario La Mañana, “la Argentina vive las tres enfermedades macroeconómicas terminales de cualquier sociedad: hiperinflación, recesión y problemas insuperables del sector externo con reservas internacionales negativas”.
Es decir, una encerrona que es una “tormenta perfecta” en la economía, y que hace que cualquiera que obtenga el gobierno en octubre venidero se va a encontrar con las manos atadas y una bomba con la mecha encendida, porque las medidas voluntaristas y demagógicas del kirchnerismo, unido a la corrupción, los robos al Estado desde el gobierno y los sindicatos también corruptos y empoderados no van a poder combatirse con una “dolarización” impracticable, como propone Javier Milei, pero tampoco con los programas que esbozan los otros candidatos.
Lo señala Caumont al expresar que “no creo en un fuerte ajuste fiscal como se propone por el ganador de las PASO, Javier Milei, una persona a la que no veo tan normal como para ser presidente, y no creo que tenga éxito inmediato. No sé qué va a hacer Bullrich en caso de que sea electa. Respecto a la dolarización, no me parece que sea posible en el corto plazo”, a la vez de considerar que “el problema de Argentina es muy serio, y la salida no va a ser rápida, tiene que ser lenta”.
Considera que “Argentina tiene que hacer un ajuste fiscal tremendo. Si el presidente que se elige es el ministro de Economía actual, descarto que se entre en vías de solución a la situación que se vive. Tampoco creo que los otros candidatos puedan proceder a un ajuste que revierta la situación”, teniendo en cuenta asimismo que además del importante déficit fiscal, Argentina no tiene crédito para su financiamiento, por lo que el déficit se financia con emisión de dinero por el Banco Central, “y eso, sumado a las expectativas de la población sobre el comportamiento de los precios, genera inflación creciente. Pero no tiene créditos porque no cumple con los acuerdos que realiza con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que le presta únicamente para que le pague”.
Cuesta poco inferir que es bien fundado el descreimiento generalizado respecto a la perspectiva de soluciones en el corto plazo para la Argentina, porque además, como bien señala Caumont, vive las tres enfermedades terminales de la macroeconomía, como son hiperinflación, recesión y deuda, con el componente agregado de que el ciudadano medio entiende que los gobernantes son los únicos culpables de que haya pasado esto y se generan expectativas en lo que pueda hacer Milei, por fuera de la “casta” política, con propuestas que no deberían ser tomadas en serio.
Pero además, la población –esa clase media que aún sobrevive– no está en nada dispuesta a sufrir más golpes como consecuencia de un “ajuste” en medio de la grave crisis, con una pobreza que ronda el 50 por ciento y programas de subsidios que se financian con la máquina de imprimir billetes que realimenta la inflación, la que siempre golpea más a los que menos tienen.
Es decir que las soluciones incluyen remedios todavía más amargos y sin garantías de que den los resultados que se necesitan.
Cosas de locos, pero tan tristes como reales, porque el sistema político, los partidos y grupos que se han alternado en el gobierno, han priorizado su supervivencia, su buen pasar, el mantenerse en el poder, por encima de hacer lo que había que hacer para que el país no cayera en estas arenas movedizas. → Leer más