Un uruguayo en Chile durante los primeros días del golpe de Estado

A Raúl Rodríguez se lo conoce en el ambiente sanducero por ser profesor y director de teatro desde hace décadas, en un segundo término también por su faceta política incluso como candidato presidencial por Asamblea Popular. Y por supuesto alguien más enterado también sabrá que fue uno de los integrantes del MLN que cayó preso durante la dictadura.
Sin embargo, a poco de cumplirse los 50 años del golpe de Estado en Chile, el pasado vuelve a presentarse en forma de algunos recuerdos imposibles de olvidar. Porque Rodríguez fue parte de un grupo de uruguayos que no solo estaba en Chile en el momento de la toma del poder por los militares comandados por Pinochet, sino que, en el momento del golpe, estuvo detenido en el Estadio de Chile y en el Nacional, lugares emblemáticos que representaron la cara más oscura de una dictadura que se iba a extender durante 17 años.
“Mi aparición en Chile en ese momento ocurre porque acá en Uruguay me habían arrestado porque sospechaban que pertenecía al MLN –algo que era cierto–, pero no pudieron comprobarme nada. De todas formas estuve un año y medio preso. Cuando salí en el ‘73, el MLN me destina a Cuba. El 25 de mayo de 1974 salgo hacia Cuba, pero primero había que pasar por Chile, donde teníamos una organización que se llamaba ‘La Guacha’, que era el aparato que había ahí para recibir a los uruguayos. Los que estábamos en el aparato militar del movimiento éramos destinados a Cuba para entrenamiento”, cuenta a manera de resumen Rodríguez.

“Pero cuando llego me dicen que nadie iba a ir a Cuba porque ahí en Chile se venía la guerra y nosotros íbamos a participar defendiendo al gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende. Así que nos destinan a una casa donde estoy con otros compañeros y compañeras preparándonos para ese momento”, continúa.
Rodríguez vislumbra entonces los primeros problemas que llevarían no mucho tiempo después, a la derrota del gobierno y la subida de Pinochet. “Yo estaba muy de acuerdo con participar, pero en realidad no teníamos con qué, no teníamos armas como para enfrentar a los militares. Pero en ese momento aparece un comunicado que fue una movida estratégica notable de la derecha. Se anunciaba que por el momento se alejaba la posibilidad de un golpe porque si bien había renunciado a la comandancia del ejército un general constitucionalista muy amigo de Allende, a quien le tocaba sucederlo, el general Santa Cruz que ya tenía una fama terrible, no tomaría la jefatura de las Fuerzas Armadas por estar muy ocupado en el sur del país. Así que quien quedaría en su lugar sería Pinochet, que en ese momento tenía no solo fama de constitucionalista sino también un buen relacionamiento con Allende. Así que se bajó la guardia, y, por supuesto, fue un error”.

La caída

De ahí a caer detenido tanto Rodríguez como todo su grupo había muy poco trecho “y la casa donde estábamos ya estaba marcada por la organización Patria y Libertad, que era como la Juventud Uruguaya de Pie de Uruguay. Así que ya sabían que ahí había uruguayos sospechados de tupamaros. Así que los carabineros nos tomaron totalmente por sorpresa. Lo que nos salvó directamente de ser fusilados fue que en esas primeras razzias, no se llevaban a las mujeres, solo a los hombres, entonces, una de las compañeras que quedó, que sabía que en la casa habían quedado algunas cosas comprometedoras, después que nos habían sacado a todos se metió en la casa por un muro del vecino y sacó todo. Al otro día los militares regresaron pero no encontraron nada”.
“Pero solo por el hecho de ser uruguayos, aunque no tenían información, nos consideraban tupamaros y como tales nos interrogaron y torturaron. Primero en una comisaría, pero todavía no tenían información de Inteligencia y las preguntas eran muy generales”, detalla.
Fue en esa comisaría donde Rodríguez se entera de manera casual que había muerto Allende, “nos enteramos por la fiesta que hicieron los militares y las cosas que gritaban, era muy diferente a la información de hoy en día en la que todo el mundo se entera de todo rápidamente. De ahí pasamos al Ministerio de Defensa y de ahí al Estadio de Chile, que ahora es el Estadio Víctor Jara”.

Conviviendo en el infierno

Un lugar construido para el disfrute del deporte ahora se utilizaba como improvisado campo de concentración donde se decidía la vida y la muerte de los miles de detenidos durante los primeros tiempos del golpe militar. Rodríguez y su grupo fueron dispuestos separadamente de los chilenos, a los que veían solo de lejos.
“Una de las cosas más terribles que vi fue el asesinato de un niño. Ese niño estaba ahí porque habían detenido a todo el personal de una fábrica y él estaba ahí. En un momento le dio un ataque de nervios y corrió de un lado a otro hasta que se topó con un guardia que le disparó y lo mató, ahí delante de todos nosotros”, cuenta.
“Lo mismo pasó con mucha otra gente que, de manera casi demente, intentaba rebelarse o no obedecer a lo que los militares ordenaban. Claro que el momento más crudo fue cuando nos colocaron a todos contra la pared y empezaron a fusilar desde las filas de adelante. Me salvé porque estaba en una de las filas del fondo y en determinado momento, dejaron de fusilar. Evidentemente lo hacían para causar terror en los que seguíamos vivos. En un momento hasta vi a un hombre lamerle las botas a un militar para que lo perdonara, pero lo mataron igual”, recuerda Rodríguez.
Además de esos métodos Rodríguez también apunta que “era muy importante para los militares el enfrentarnos con los chilenos. Para ellos los extranjeros éramos los culpables de todo, los que habían podrido al país, y así nos lo decían. Nos señalaban y decían ‘esta es la cloaca latinoamericana, la mierda de la mierda’, por ejemplo”.

Acota que “de cualquier manera hubo cosas muy lindas incluso en esa situación. Porque a los chilenos les daban una especie de té con un pedazo de pan y a nosotros muchas veces, nada. Y hubo gente que, arriesgando la vida nos hacía llegar algún que otro pedazo de pan para que comiéramos algo. Esa solidaridad del hombre común, ya que la mayoría de los que estaban ahí eran obreros, era muy conmovedora”.
Otro lugar, muy parecido
“De ahí pasamos al Estadio Nacional, aún de peores recuerdos, ya que ahí por ejemplo, había un tipo encapuchado que caminaba entre nosotros y señalaba a uno, y a ese lo mataban. Después él mismo confesó cuando fue enjuiciado, que la orden era señalar a cualquiera con tal de seguir sembrando el horror entre todos nosotros”, describe.
Pero el aparato militar comenzó a afinar la puntería y, entre un interrogatorio y otro, comenzaron a acercarse a la verdadera identidad de Rodríguez y su actividad como tupamaro. “El momento en que estuvieron más cerca fue cuando llevaron al interrogatorio a otro Rodríguez que, cuando regresó, dijo que en realidad buscaban a Raúl Rodríguez, porque alguien había ‘cantado’ mi nombre. Por suerte los que sabían realmente que era yo eran solo dos o tres compañeros que no dijeron nada”.
Pero el asunto era que, cuanto más tiempo pasara ahí, las posibilidades de salvar la vida se acortaban. Sin embargo vivió para contar todo eso. ¿Qué fue lo que pasó?

Personas, hechos, destino

La salvación para Rodríguez llegó por una parte por dos personas y también por algunas casualidades que concatenaron hechos que armaron un rompecabezas casi imposible, pero que funcionó.
“Yo tengo que decir que a quien yo y mi grupo realmente le debemos la vida es al embajador sueco Harald Edelstam, un hombre increíble que pidió ver a los presos con la idea de salvar a los que pudiera. Tenía que ver conque el gobierno sueco era socialista y estaba por lo tanto muy en contra de las dictaduras que estaban surgiendo en Latinoamérica, pero incluso dentro de esa corriente Edelstam destacaba como un aventurero dispuesto a jugarse la vida por nosotros. Así que cuando lo vi en el estadio, le dije a uno de mis compañeros que era muy rápido y astuto, que se acercara a él y le dijera una palabra, una clave para que, afuera, nos pudiera identificar por nuestros contactos. Mi compañero se la dijo y ahí estaba la capacidad del embajador, porque permaneció totalmente impávido, tanto que dudamos sobre si había escuchado. Pero había escuchado. Así que al salir, rápidamente informó de la palabra clave y de esa manera supieron quiénes éramos y enseguida comenzó los trámites para sacarnos”, narra.
Entonces el relato ya estaría por terminar, el embajador presenta la petición y Rodríguez y su grupo salen libres como “inocentes” para volar tranquilamente a Suecia. Pero ocurrió algo más. Si quien hubiera estado el mando del Estadio Nacional hubiese sido el coronel Espinosa, ninguno de esos uruguayos habría salido de ahí.
“Dio la casualidad que Espinosa, que era terrible, estaba ocupado con otras cosas y en el ínterin dejó al mando al mayor Lavanderos que, dentro de los militares, era un hombre mucho más abierto. Y en ese momento aparece la petición de libertad para nosotros. Lavanderos la firma y pudimos salir. Ese mayor poco después aparecería ‘muerto en su cama’, aunque en realidad lo habían matado por haberse apurado a dejarnos en libertad”, recuerda Rodríguez.
De ahí Rodríguez parte a Suecia, donde estuvo un tiempo para luego regresar a Uruguay y caer preso nuevamente por continuar en actividades del MLN.
También hay en todo ese periplo mucho para contar. Pero a 50 años del golpe que derrocó a Allende, resuenan con más fuerza los días que Raúl Rodríguez transcurrió detenido cuando Pinochet tomaba el poder en Chile.

La primera versión

Como epílogo; otra anécdota de características bizarras y tremendas es cómo se enteraron al estar detenidos que Pinochet era quien había tomado el poder, cuando hasta Allende lo creía un general incapaz de hacer algo así.
“Nos enviaron a limpiar una parte del estadio y encontramos unos tarros llenos de grasa de cerdo. No sé cómo los abrimos, tal vez por la desesperación surgida del hambre. Y cuando nos estábamos comiendo la grasa cruda, vimos un diario que habían usado para cubrir esos tarros. El titular era revelador: ‘Las Fuerzas Armadas al mando de Pinochet toman el gobierno’”, cuenta.
El periodismo, otra vez, como la primera versión de la Historia.