Afuera de la Copa

Se terminó el utópico sueño del albergar la fase final de la Copa Mundial de la FIFA en el 2030. Se terminó para el Uruguay y para el continente. Se presentó como un logro la posibilidad que apareció de organizar tres partidos en esta América del Sur y que se los rotule como una celebración del centenario de aquella primera Copa del Mundo, que organizó –y ganó– un joven país de apenas 100 años, que más de 80 de ellos había transcurrido en constantes guerras internas, pero que a partir de entonces había despegado con fuerza y pese a ser pequeño se colaba entre los candidatos a subirse a la ola de desarrollo.

Cien años después, Uruguay no solo, sino como parte de un equipo de cuatro países de la región, se embarcó en la hazaña de pretender traer de nuevo ese torneo a estas tierras, y no se logró. Y eso que entre esos países estaba nada menos que el actual campeón del Mundo, Argentina, el otro protagonista además de aquella primera final en el Estadio Centenario.

No se perdió esta sede frente a grandes potencias mundiales: la otra candidatura, europea y norafricana, la integraron España, Portugal y Marruecos. Hagamos un ejercicio comparativo que, conviene dejar bien en claro, no es en el que se basa FIFA para decidir la sede de su mayor torneo; solamente comparemos dos bloques de países, de diferentes continentes, o más bien, regiones del mundo, que aspiraron a organizar una competición de escala global. Los números que a continuación expondremos no garantizan la exitosa organización de un torneo de estas características, ni, por el contrario, el fracaso en ese empeño, hay un montón de otros factores.

Sin embargo son parámetros que podemos considerar “objetivos”.
El grupo que va a terminar organizando el mundial dentro de menos de siete años tiene un claro liderazgo que es el de España, con algo así como de 48.200.000 de habitantes y un PBI de 1,427 billones de dólares (1.427.000.000.000 dólares). Le acompañan Portugal con 10.300.000 y U$S 256.000.000.000, y Marruecos, que suma una población de 37.800.000, con un PBI de U$S 142.000.000.000; los totales son de 87.030.000 habitantes y 1.825.000 millones de dólares.

La candidatura sureña la encabezaba Argentina, con una población de más de 46.000.000 y un PBI de 487.000 millones de dólares, Chile tiene casi 20.000.000 de habitantes (algo menos, pero a efectos de redondear usemos ese número) y un PBI de 592.450, Paraguay aporta sus algo más de 6.000.000 y un PBI de 39.500 millones de dólares, mientras que Uruguay (a falta de los datos oficiales de censo en curso) agrega al grupo 3.400.000 habitantes y una economía de 59.300 millones de dólares. El bloque en total suma una población de 75.400.000, con un PBI de 902.800 millones de dólares. Las diferencias son importantes, con “apenas” 12 millones menos de habitantes, el PBI es de la mitad.

Es oportuno insistir en que no son los parámetros que emplea la FIFA para decidir, basta recordar que en 2014 la organizó Brasil, que tiene una población de más de 200 millones él solo y una economía de 1.600.000 millones de dólares. No entremos a sumar los números de toda América del Norte: Estados Unidos, Canadá y México, que serán la sede del próximo mundial en menos de tres años.

Dentro de todo, a estar por solo estos números, era una competencia bastante “pareja”, y hasta por argumentos deportivos podría decirse que acá en el sur las vitrinas guardan bastante más oro que las de los países postulantes por el viejo mundo (siempre hablando de vitrinas de fútbol, claro está, porque también bastante metal precioso sudamericano hay repartido por allá, pero ese es otro cuento). Y si los números fríos están relativamente cercanos y los argumentos deportivos pesan a favor del bloque que integramos, qué es lo que termina haciendo que se decante la FIFA por volver a jugar en casa de Naranjito (mascota del mundial de España en 1982) y sus amigos. Pues las garantías de que se iba a poder hacer sin contratiempos, la seguridad de que se va a poder concretar, a falta de los pocos años que faltan.

Hacer un mundial es complejo y costoso. Brasil y Catar llegaron con un montón de problemas a cumplir con los principales requerimientos, que son los estadios y la infraestructura general. Y los próximos mundiales serán más exigentes aun, dado que desde la cita de 2026 se incrementa a 48 el número de participantes. Argentina, como decíamos, claramente el líder de la postulación sudamericana, organizó en 2011 una exitosa Copa América, pero fueron 12 participantes.

Requería una inversión enorme, en un país con profundos problemas económicos y que dejó una imagen preocupante hace pocos meses por los desbordes en los festejos por la obtención del mundial.

Y si bien Chile tiene una economía consolidada, hace muy pocos años vivió un estallido social que lo paralizó prácticamente y eso para cualquiera es una luz de advertencia. Para Uruguay y Paraguay estaba reservado un rol muy menor, prácticamente simbólico en la organización de la sede y es a lo que podían hacer frente, poner en pie un estadio, que sería en nuestro caso el Centenario, un monumento al fútbol mundial con el que nuestro país hace cien años asombró al mundo por sus avances tecnológicos, al montar semejante coloso en pocos meses.
Hoy, lamentablemente, dependíamos de aportes externos para asumir tal compromiso.

Viéndolo fríamente, tiene toda la lógica la decisión de privilegiar a la otra candidatura que, en el peor de los casos, por más que se complique, ya tiene estadios e infraestructura como para jugar la Copa del Mundo.

Para nosotros pasó, tal vez, el último tren, la última excusa para volver a recibir un mundial, a no ser que volvamos a intentarlo cuando festejemos el centenario del Maracanazo con otra gesta a la altura de la del 16 de julio de 1950, aunque habrá que cambiar muchas cosas de aquí hasta entonces.