Escribe Danilo Arbilla: Todo empezó con…

Considérenme un bicho raro: pero no creo que los debates entre candidatos sean una condición necesaria, imprescindible e ineludible en la instancia electoral. Ni creo, tampoco, que contribuyan al afianzamiento de la democracia –no sé por qué– y decididamente pienso que para nada ayudan al esclarecimiento, la transparencia ni inciden positiva y sanamente en el elector que debe decidir su elección. Lejos de aclararle y sumarle información creo que lo confunde y hasta lo engaña. Algunos, por esa vía tratan de, si es posible, manipularlo.

Y es tan fácil: todo ello se garantiza y se transparenta con libertad de prensa; simplemente.

Es un buen negocio para la TV, sin duda, y también para expertos que corren, asesoran y hasta enjugan el sudor del debatiente tal como lo hacen los auxiliares del boxeador que se desviven y atropellan en el escaso minuto que media hasta el “segundos afuera”.

No he encontrado argumentos fuertes que me hagan cambiar de idea. Es más, creo que el debate Nixon-Kennedy marca el comienzo del deterioro y la caída de la democracia. ¿Por qué negarlo? También pienso, por ejemplo, que la tragedia y desbarrancamiento de la Argentina comenzó o se afianzó con el gol con la mano de Maradona, ilegal, tramposo, pero que fue festejado como máxima y hasta ejemplarizante hazaña y como una venganza por lo de Las Malvinas. Con ello quedaron satisfechos.

Todos coinciden en que Kennedy ganó la elección en ese debate, al cual fue muy “producido”: traje oscuro, camisa celeste, corbata al tono, tez bronceada y maquillaje. El otro bobo en cambio no se dejó maquillar, con traje claro, paliducho y hasta engripado. ¿Esos son los méritos que importaron para elegir al presidente de la considerada entonces mayor democracia de la Tierra? No debería haber sido así: los hechos de dos años después por lo menos dan para pensar.

Y ha corrido agua bajo los puentes. En una época fue algo parecido a los duelos. Si te retaban a duelo, que era algo así como hacerte un juicio penal, pero más rápido y más en serio y si te negabas, quedabas como un cobarde; y el retador tenía razón y tú eras un mentiroso. Wilson Ferreira se reía de ello. Wilson era un grande: hoy no se sometería a las “redes”, por ejemplo. “Mi fe –decía–, me impide atentar contra la vida de un semejante. Eso sí, si alguien tiene alguna duda o no le gusta algo que dije, que venga y se lo digo en la propia jeta y si es preciso lo cago a trompadas”. “Además –me dijo un día– no pierdo tiempo en ir al polígono de tiro ni plata en contratar el Goliardi (maestro de esgrima), al que además la 15 “lo tiene contratado en exclusividad”.

Al que le va bien no le conviene debatir; es un hecho. Es exponerse a una metida de pata por falta de manejo frente a las cámaras o por la habilidad, picardía o mala leche del otro. De ninguna manera. Y se decidía en función de ello.

Pero ahora son obligatorios. Le quitan la libertad de decidir y elegir a los candidatos presidenciales, nada menos. El asunto, entonces, es evitar cualquier traspié. Todo es acordado, limitado, acomodado por los candidatos y sus asesores. Se limita el show y los riesgos. Parecen macaquitos medio robóticos, que además hablan y payan sobre todos los temas.

Por si me atacaban las dudas, el debate presidencial argentino, me las quitó. ¿Uds. lo vieron? ¿Les parece que eso sea de ayuda para la democracia Argentina y la soberanía de sus ciudadanos?
Vamos a ver qué pasa hoy.