Crecimiento con sustentabilidad, ante los ciclos de la economía

El ciclo del desempeño de la economía uruguaya en los últimos dos años y medio marca fuertes altibajos y como consecuencia plantea una notoria incertidumbre sobre el futuro inmediato, desde que los arrastres, para bien o para mal, suelen estar marcados por la influencia de acontecimientos que se dan en el exterior y desnudan vulnerabilidades más o menos disimuladas mientras las cosas se daban a favor en el escenario internacional.

Así, en la década anterior a 2014 Uruguay –como muchos otros países de la región– se vio beneficiado por el “boom” de los commodities, que implicaron muy buenos precios –históricos– para nuestras materias primas, relacionadas con el área de los alimentos, para luego estabilizarse y caer decididamente, lo que responde a los ciclos naturales de la economía, donde influyen los mercados pero también escenarios geopolíticos y sobre todo eventos tan contundentes como la pandemia y escenarios bélicos que trastrocan toda proyección en demanda, mercados y precios.

El “boom” de los commodities cesó totalmente para 2015 y, como todo lo que tiene que ver con la economía, estaba prendido con alfileres, porque precisamente se trata de ciclos que se sabe cuando empiezan pero no cuando terminan.

El problema mayor surge cuando se proyectan escenarios a futuro, asumiendo que esa bonanza va a durar para siempre. Eso se dio en nuestro país, cuando los gobiernos del Frente Amplio incurrieron en gastos sin retorno y algunos emprendimientos para prenderle “una vela al socialismo”, que se llevaron todos los recursos generados por esa bonanza, y encima se incorporaron gastos fijos al Estado, sin encarar las necesarias reformas estructurales que históricamente ha requerido el país para ser competitivo y no subirnos nuevamente a la calesita del dólar “planchado” para tener más o menos controlada la inflación, mientras paralelamente se pierde competitividad.

Si bien el PBI retrocedió durante la pandemia, como en prácticamente todos los países, el efecto rebote hizo que se pasara inmediatamente después a una tasa de crecimiento tan significativa como engañosa, porque la mejora se dio sobre un piso muy bajo y, una vez normalizado el efecto rebote, disipada la espuma, se ve como viene la realidad. Y ésta no ha sido auspiciosa, aunque es positivo que por lo menos se esté en los niveles prepandemia.

En estos meses, pasado el rebote, la sequía y aún el efecto de una Argentina súper barata, –ya más lejano en el tiempo el período de los commodities a precio de oro–, surge que en la última década hemos tenido un promedio de crecimiento del PBI de solo el 1,5 por ciento, durante el período 2015-2024, lo que indica que la torta a repartir ha crecido muy poco y las proyecciones no son optimistas, desde que reputados economistas consideran que este ritmo podría mantenerse en el próximo quinquenio.

Una pauta de las respuestas que se requieren para el corto y mediano plazo la da el economista Aldo Lema, al señalar que “para subir rápidamente el crecimiento potencial, Uruguay requiere en lo inmediato seguir aumentando la inversión en capital físico, cuya tasa en torno al 18% del PBI aún es baja para su nivel de ingreso per cápita, que debería estar más cerca del 25 por ciento. También son necesarias medidas concretas para potenciar el capital humano y la productividad, pero dichos resultados solo se verán a la larga. En el corto plazo es esencial priorizar la inversión en capital físico porque indirectamente eso favorece la contribución del resto. Es una política de oferta que expande la productividad, el empleo y la capacidad productiva. Por eso es clave mantener el clima de negocios, la estabilidad tributaria y el bajo riesgo, para extender niveles de inversión extranjera cerca del 7 por ciento”.

Claro, ocurre que no solo se trata del qué, en lo que puede haber más o menos cierto consenso, sino del cómo y cuándo, porque estamos entrando de lleno en el año electoral, cuando además se dispara el gasto estatal, las cosas suelen ir por otro lado y se genera una distorsión que no es el mejor clima para invertir ni trazar proyecciones. Agregado ello a la incógnita de cuál será el signo del próximo gobierno y la impronta que le dará a su gestión, además de la determinación de prioridades.

Así, los operadores e inversores tienen muchas incógnitas en la ecuación, y por lo tanto este año, más allá de seguir rodando cada uno en sus actividades y proyectos en marcha, se da un período de stand by a la espera de lo que ocurra en el plano politico electoral, para tener las cosas más claras.
Uno de los aspectos en que debe ponerse énfasis es en la estabilidad macro, para ofrecer menor riesgo a los inversores, y traducir ello al plano de lo micro, que es donde se baja a tierra.

Mantener controlada la inflación, pero a la vez generar condiciones para la competitividad, es uno de los primeros si no el primer punto de la agenda, pero el tema es que el uso del dólar como ancla para los precios es un arma de doble filo que conspira precisamente contra la rentabilidad de los exportadores. Y aquí el margen para operar es muy estrecho, porque se debe procurar un equilibrio que hasta ahora inevitablemente se ha distorsionado en aras de mantener el atraso cambiario. Revertir este rumbo no es gratis, ante la complejidad de las consecuencias que involucra.

Muchos de nuestros males de hoy tienen que ver con la adopción de políticas populistas, de disfrutar del hoy sin preocuparnos por lo que pase mañana, como se dio en la década del “boom” de los commodities y, concomitantemente, por adoptar invariablemente políticas procíciclicas, incrementando el gasto en bonanza, cuando debió ahorrarse y generar condiciones para tener espalda cuando las cosas se dieran al revés, caso de la caída de precios y posterior pandemia.
Una lección que debió haberse aprendido hace rato, pero sobre lo que es bueno volver a insistir para que cualquiera sea el gobierno que surja de las urnas en noviembre, tenga altura de miras para promover políticas de Estado, además de control del gasto estatal como premisas fundamentales, más allá de la tentación de generar mejor humor social con medidas populistas que conllevan derramar el dinero del momento, pero el que no se va a tener cuando realmente se necesite para promover condiciones de sustentabilidad a los capitales de riesgo que crean la riqueza.

Y por ahí pasa el crecimiento, en la sustentabilidad y no en la sensación efímera de bienestar –haciendo lo contrario a lo que se debe hacer– que es arena que se escurre entre los dedos.