El mágico momento de la llegada del Año Nuevo, cargado de buenos deseos y propósitos

Hay veces en que parece que los años pasan demasiado rápidamente. Ya llegamos a “la previa” (como dirían los jóvenes) del primer cuarto de siglo de este XXI. Apenas 366 días para celebrar los 25 de este siglo y del tercer milenio del calendario gregoriano. A no dudarlo, que aunque habrá que vivir cada jornada, casi sin darnos cuentas estaremos nuevamente destapando la sidra para el tradicional brindis, disfrutando con la familia, los amigos o como nos toque celebrar. Porque para eso siempre habrá tiempo y espacio.
Este 2024 cuya llegada celebramos –más allá de algún episodio de violencia provocado por el exceso de consumo de bebidas con alcohol– en el paso del domingo al lunes, es bisiesto. El recuerdo del anterior bisiesto, el 2020 no es bueno, pues fue el de la pandemia. Pero bueno, el bisiesto tiene mala fama desde hace mucho tiempo. Solo considerando la historia moderna, en 1912 se hundió el Titanic; en 1948 asesinaron a Mahatma Ghandi; veinte años más tarde a Martín Luther King y en 1980, a John Lennon.
Pobre bisiesto, qué culpa tiene de los hechos que ocurren durante su “presencia”. Como si en los años “comunes” no ocurrieran tragedias. En realidad funciona como “ajustador del reloj”, desde que en realidad, cada año tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos. Todo este tiempo excedente se suma y conforma el 29 de febrero, cada cuatro años. Aunque el asunto es un poco más complejo. Actualmente, se consideran bisiestos los años divisibles por 4, excepto los divisibles por 100, salvo que estos últimos sean divisibles por 400 (como sucedió en el año 2000).
Pero bueno, más allá de miedos, se celebró como siempre la llegada del Año Nuevo, con asados, los manjares tradicionales de cada familia (el vitel tone, la lengua a la vinagreta, los sandwiches y más) y refrescante bebida, en una noche que no fue particularmente cálida, pero que permitió celebrar en los patios, al aire libre.
Seguramente hubo quienes siguieron algunas de las tradiciones de Año Nuevo, desde usar ropa interior roja si se quiere que este sea el año del amor, o amarilla si lo que se quiere es que no falte dinero, hasta arrojar lentejas. Pasando por recorrer la cuadra con una valija para que sea un año de viajes o escribir la lista de lo positivo y lo negativo.
Y todos, como se pudo, celebramos, disfrutamos, sentimos que el simple paso de un segundo representa otro inicio, la posibilidad de “resetear” nuestras historias y mirar el futuro que día día se convierte en presente, con el optimismo que es el gran combustible que mueve nuestras vidas.
Algunos –quizás– siguieron el “estilo” Jorge Luis Borges, recogido en el libro “Conversaciones con Borges”, de Roberto Alifano (1984) e iniciaron el año: “Silenciosamente, como lo hace el tiempo. Voy a la casa de los Bioy (Adolfo Bioy Casares, escritor, periodista y editor argentino), y allí lo pasamos sin barullo, como una noche más, conversando, recordando cosas, bebiendo, eso sí, un poco de sidra. Mi amigo Xul Solar (pintor, escultor, escritor, músico, astrólogo, esoterista, inventor y lingüista argentino) daba un consejo para Año Nuevo. Decía que lo que uno hiciera esa noche era lo que después iba a hacer durante todo el año. Yo he aceptado ese consejo; así que seguramente esa noche escriba algún poema o lea unos versos para que se cumpla el presagio”.
Aquí en EL TELEGRAFO levantamos la copa para un brindis por un año de grandes historias, que reflejen los logros de la sociedad sanducera que desde hace más de 114 años (y contando) nos elige y nos ha convertido en el decano de la prensa uruguaya. ¡Salud 2024!