A punto ya de iniciarse un nuevo año, es pertinente tener en cuenta la mirada y perspectivas que avizoran para la región latinoamericana organismos especializados en el seguimiento de la situación socioeconómica de la región, como es el caso de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que evalúa que el subcontinente ha crecido en el orden del 2,2 por ciento en el año que finaliza, y lo haría en 2,4% en el 2025. Ante esta expectativa, América Latina transitaría una década de estancamiento en términos del PBI per cápita.
Lo que no es ninguna novedad en términos históricos, por cuanto como hemos señalado en esta misma página editorial, la primarización de las producciones y sobre todo de las exportaciones de la región la hacen altamente dependiente de los avatares de la economía global, y como es sabido, este escenario está pautado por eventos que no han contribuido a una estabilidad que permita responder con políticas de mediano y largo plazo por los países latinoamericanos.
De acuerdo al último informe elaborado por el organismo de Naciones Unidas, difundido la semana anterior, el Producto Bruto Interno (PBI) per cápita conjunto de la región creció a una tasa anual promedio de apenas 1% entre 2015 y 2024. Esta es una de las manifestaciones de la tranca al desarrollo que afecta las economías regionales, que es una problemática que enlentece la perspectiva del crecimiento y que se proyecta a múltiples áreas, particularmente de la esfera social.
Y como en economía no hay milagros, sino una cadena de hechos concatenados por factores a veces impredecibles, tenemos que ante la incapacidad para promover un crecimiento más vigoroso y sostenido, difícilmente se logre aumentar el ritmo de creación de empleo (apenas 1,7% en 2024) y reducir la informalidad (todavía cercana al 50%), dos rasgos que han venido caracterizando a los mercados laborales de la región.
Estos parámetros son intrínsecos al subdesarrollo, y tienen que ver con la falta de sustentabilidad de las economías de una región que es tomadora de precios y donde por regla general el valor agregado, la inversión y el crecimiento con desarrollo son rara avis, salvo algunas excepciones temporales y por ende sujetas a avatares.
El hecho de mantenerse las dificultades de empleo y de sostener esta ocupación dentro de las reglas formales, que implican cobertura de seguridad social y robustecer a la vez las arcas estatales para promover acciones en áreas estratégicas, con directa proyección sobre las respectivas poblaciones, determina que en el mejor de los casos sean muy limitados los avances en materia de salida de la pobreza de amplios sectores de la población y ello contribuye a que persista la desigualdad. La región está inmersa consecuentemente en una compleja situación de estancamiento que no permite encauzar las demandas de la población y que podría suponer, más temprano que tarde, un descontento generalizado en torno al funcionamiento del sistema, como sucedió en algunos países durante la segunda mitad de 2019.
Es que por encima de las dificultades, el descontento popular por demandas básicas insatisfechas es un catalizador para que lleguen al poder gobernantes de cuño populista, cargados de demagogia y a menudo inmersos en actos de corrupción, que suelen llevar adelante medidas tanto de derecha como de izquierda que son pan para hoy y hambre para mañana, porque carecen de sustentabilidad y están sujetas a la improvisación y cortoplacismos propios del gobernante que apunta solo a perpetuarse en el poder y deja sin resolver los problemas mediante una falsa sensación de satisfacer demandas sociales, que en realidad solo son atendidas mediante emisión de moneda y endeudamiento.
Justamente, la imposibilidad de satisfacer estas demandas legítimas es la que ha estado detrás, entre otras cosas, del auge de los populismos y del descreimiento ciudadano en torno a la capacidad de la democracia de crear oportunidades que mejoren las condiciones de vida de la mayoría, y la derivación de este descreimiento es la de la generación de liderazgos dentro o por fuera de los partidos, a menudo sujetos a crisis políticas y la irrupción de autoritarismos que son un factor multiplicador de los problemas, desatan espirales de violencia y represión por motivos políticos, como es el caso concreto de Venezuela, por situarnos en un ejemplo por todos conocido, pero no el único.
Para la Cepal –volviendo al informe que difunde el organismo–, “entre las consecuencias de esta década de estancamiento, que se caracteriza por resultados aún más modestos que los alcanzados durante la llamada ‘década perdida’ de los años ‘80, está la ampliación del rezago relativo que muestra América Latina respecto a otras regiones emergentes del mundo. En ese sentido, nuestra región viene perdiendo peso en la contribución al crecimiento global, en contraposición a lo que sucede con otras, especialmente en Asia”.
“A modo ilustrativo, la contribución regional a la variación anual del PBI mundial fue 0,5% entre 1990 y 2023 (más baja que antes) y será aún menor en el quinquenio que se extiende desde 2024 a 2029 (0,3%). Para tener una medida relativa, la contribución de los países emergentes de Asia fue de 1,4% durante la primera ventana temporal y será de 1,7% en el caso de los próximos cinco años”, evalúa la Cepal.
Por supuesto, estamos hablando de promedios y por lo tanto hay países que no están comprendidos en esta regla, en un contexto donde hay altos y bajos, y donde hay alguno que otro factor positivo, como es el hecho de que la inflación ha continuado moderándose tras el pico que alcanzó durante 2022, cuando en promedio se ubicó en torno al 8,2% anual. Desde ese momento, las presiones inflacionarias han venido cayendo y se espera que, a nivel agregado, los precios al consumo crezcan en el entorno de 3,4% durante el año próximo.
A pesar de ello los niveles de inflación siguen siendo mayores respecto a la situación prepandemia. Debe tenerse en cuenta, además, que más allá de que se modere la variación de los precios (la inflación), el nivel podría ubicarse un escalón por encima, dada la rigidez a la baja que suelen mostrar muchos precios en la región, que como todos sabemos suben mucho más fácilmente que lo que bajan cuando las condiciones varían en similar proporción en uno u otro sentido.
En suma, las expectativas de la región, teniendo en cuenta el arrastre del año que finaliza, no dan para vaticinar mejoras sensibles en América Latina, sino que por el contrario, todo indica que hay situaciones muy precarias y vulnerabilidades al por mayor, lo que solo podría atenuarse con mejores condiciones de precios para los commodities, que con ser positiva, no implicaría solución durable para las economías de los países más afectados, sino solo un acuerda para seguir tirando.
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