Hace años, décadas atrás, recordamos que un diputado sanducero se reprochaba y a la vez cuestionaba implícitamente a la propia comunidad sanducera al preguntarse –y preguntar—“¿A ver, en qué anda Paysandú?”, aludiendo a lo que por aquel entonces ya asimilaba como la nada misma, por ausencia de realizaciones.
Pero también de propuestas, de respuestas a reivindicaciones históricas que por aquel entonces eran consideradas como necesidades impostergables absolutas para la consolidación y despegue del departamento: recordamos el dragado y la eterna reactivación del puerto, una zona franca por nuestra ubicación estratégica inmejorable, un parque industrial, un aeropuerto internacional, la represa del Chingolo, la Universidad en Paysandú, la eliminación de la tarifa de “telediscado” de Antel en llamadas a Montevideo, la instalación de un tomógrafo en Comepa o el Hospital, entre otras posibilidades que se nos escapan a la hora de redactar este incompleto comentario.
Ya por aquel entonces se vislumbraba el cambio estructural del otrora Paysandú industrial, inquieto y desarrollista, para la mejor calidad de vida para su gente y oportunidades laborales para los hijos de este solar.
Pero por esos años no solo se podían contar con los dedos de la mano las inversiones que tanto se anhelaba, sino que ya empezaba el desgajamiento de muchos emprendimientos tradicionales y que eran simbólicos en el departamento: la Nabisco había adquirido nada menos que Famosa (Fábrica Modelo Pesce y Cerini Unidos S. A), y se comenzó a llevar las máquinas hacia Montevideo, con una oferta de traslado laboral a la capital que por supuesto no conformó la mayoría de los empleados –radicados en nuestra ciudad– en tanto también había dejado de operar Cármica, todas cuentas de un largo collar: Paylana, Norteña como fábrica de cerveza, Azucarlito como ingenio procesador de la remolacha azucarera que se plantaba en nuestro departamento y en Río Negro, fundamentalmente, que dejaba muchos de millones de dólares al año en la región.
Es decir, aquello del “¿en qué anda Paysandú?” resultaba difícil de responderse a la ligera, porque además no solo se trataba de Paysandú, sino que sin saberlo entonces, estábamos asistiendo al cambio de paradigma, a la transición acelerada hacia otra época,
Iban quedando atrás los tiempos del proteccionismo a ultranza de los emprendimientos dentro de fronteras, con fuertes subsidios, directos e indirectos, sobre todo mediante el cobro de fuertes aranceles a los similares importados y protección desde el Estado a través de distintas modalidades tributarias.
En suma, el modelo imperante era la búsqueda de asegurar fuentes de trabajo en un mundo que recién salía de la guerra, que se estaba recomponiendo, y que al principio necesitaba nuestros productos casi a cualquier precio, pero luego los mercados tuvieron capacidad de elegir y muchas veces, resolver las cosas por su cuenta.
El subsidio no significa otra cosa que destinar recursos de toda la sociedad a proteger aquello que interesa, pero ignorando la premisa básica de que no se puede subsidiar para siempre, sino que en el mejor de los casos el subsidio debe ser temporal y orientado a áreas estratégicas, de modo de que con el tiempo el emprendimiento del que se trata se despegue para andar por sus propios medios y pueda desenvolverse sin ayuda del resto.
Y en el ordenamiento del comercio mundial nuestro país había quedado con los figurines atrasados, porque con nuestra pequeña economía, nula capacidad de imponer condiciones como las grandes potencias, y encima con muchas vulnerabilidades, el Uruguay debió tomar las cosas como venían, con la salvedad de que hemos sido la mayor parte del tiempo un país caro, y cuando no lo fuimos, ello se lograba a fuerza de devaluaciones que traían mucho más problemas que los que se pretendía superar.
Pero en este cambio de época, el país del Interior, el del norte del río Negro, y fundamentalmente Paysandú, han llevado las de perder, en el marco de una tendencia que se ha ido acentuando con los años.
Es que en este país caro, con insumos caros en dólares, al igual que la mano de obra, el problema se ha potenciado en los departamentos del norte del río Negro, porque nos quedamos con los altos costos respecto al mundo pero a la vez también respecto a Montevideo, y es ahí donde se hace más pertinente la pregunta del “¿en qué anda Paysandú?”
Lo saben muy bien los sucesivos intendentes a los que les ha tocado gobernar nuestro departamento, como así también nuestros legisladores, y los de los departamentos vecinos: cuando se sale a buscar inversores, a los que se les ofrece el oro y el moro para que radiquen sus empresas en nuestro medio, nos encontramos con que terrenos gratis, exoneración de tributos municipales y la mar en coche, no mueven la aguja cuando éstos deben optar por radicar sus capitales, porque las facilidades de contar con un puerto en Montevideo y Nueva Palmira para la salida oceánica, exenciones tributarias en zonas francas en los departamentos que circundan a Montevideo, los organismos del gobierno y del Estado a las pocas cuadras, un gran mercado consumidor de un millón y medio de habitantes en pocos kilómetros a la redonda, una mejor infraestructura, entre otros aspectos, hacen una diferencia que ningún beneficio municipal de por vida puede absorber.
Los emprendimientos forestales, ganaderos y agrícolas están en el Interior solo por razones de disponibilidad de suelos, pero si pudieran estarían no más allá de Colonia, San José y Canelones, por las ventajas comparativas que señalábamos.
Es decir, la descentralización con herramientas diferenciales es la única apuesta valedera para el Interior más lejano de Montevideo, para el norte del río Negro, y una forma de hacerla realmente efectiva es que los costos resulten más convenientes cuanto más al norte se vaya, y por ejemplo, en el caso de los costos laborales, se podría pensar en reducir aportes –sobre todo patronales– a mayor distancia de Montevideo, así como en el caso de las exoneraciones tributarias, por mencionar dos aspectos altamente significativos en los costos empresariales, entre otros beneficios.
Pero solo para empezar, aunque pueda no ser del agrado –seguramente que no– de nuestros gobernantes, de quien le toque gobernar, y así seguramente surjan mil excusas respecto a por qué no se puede hacer, solo porque el favorecido no es Montevideo. Pero en un país en el que hasta se cobra una tasa de inflamables a Ancap en beneficio de la Intendencia de Montevideo, –lo que no se hace en ninguna otra Intendencia– y un impuesto nacional al gasoil para subsidiar el transporte capitalino, estas cosas sí pueden hacerse, sí hay voluntad política.
Porque es lo realmente importante, más allá de las urgencias coyunturales, en lugar de ir con parche sobre parche, con “soluciones” que solo son un engaño para la gilada, para seguir tirando.
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