
Olga María Hernández Curbelo (72), nació en el interior profundo, pero gracias al esmero y dedicación de su madre, pudo estudiar Magisterio y dedicarse a su vocación en escuelas del medio rural y urbano, al igual que sus dos hermanas mujeres. Recibió a Pasividades en la sede de la Asociación de Maestros Jubilados de Paysandú, institución que hoy preside y a la que le dedica gustosamente gran parte de su día, para contarnos sobre su infancia en el campo, su carrera y la hermosa familia que formó y con la que hoy comparte buenos momentos, al igual que con sus pares en reuniones y excursiones.
“Nací en Algorta el 10 de noviembre de 1950, en el hogar de los esposos Olga y Fernando y mi niñez fue en el campo, donde vivíamos en una chacra, hasta que, cuando ya tenía edad escolar nos trasladamos al pueblo. Mi padre era agricultor, y mi madre, cuando nosotros fuimos más grandes, comenzó a trabajar como cocinera en la escuela de Algorta, donde estuvo 22 años. Éramos como 200 alumnos y unos 100 niños en el comedor. Una de las cosas que más recuerdo de la chacra es que teníamos una cañadita cerca y pasábamos todo el verano ahí con mis seis hermanos, disfrutábamos muchísimo del campo, andábamos a caballo, y mi madre tenía crianza de pavos y de gallinas. Recuerdo que iba mucha gente a visitarnos porque cazaban palomas en esa época y siempre le dejaban a mamá algunas para hacer unos ricos guisos de arroz. En casa nunca faltó el guiso casero que hacía mi madre y los dulces de boniato, de zapallo y de dulce de leche, la mazamorra casera pisada por un tío y los boniatos asados a la ceniza en el horno de la cocina a leña. También había una quinta grande”, describió.
“Se juntaban grandes cantidades de sandías y todas las tardecitas cada uno cortaba una sandía, comíamos y se arrimaban todas las gallinas a comer las cáscaras”, agregó.
“Los primeros años de escuela mamá nos llevaba en un charré porque la escuela quedaba a 5 km, pero después cuando yo tenía más o menos 9 años, mamá se vino al pueblo, porque ya éramos muchos para la escuela y ahí nos criamos en Algorta y después fuimos al liceo en Guichón. Los padres se unieron y compraron un micro, que nos llevaba al liceo que nos quedaba 25 kilómetros”, continuó. Al terminar la Secundaria, “primero hice dos años Secretariado Comercial acá en Paysandú, pero como yo quería estudiar Magisterio lo hice en Fray Bentos, donde también habían ido a estudiar mis hermanas mellizas y nos recibimos allá las tres”, para comenzar así la carrera que desempeñaría hasta hace 12 años cuando se jubiló.
“UNA CARRERA QUE A MÍ ME ENCANTÓ”
“Trabajé dos años en Fray Bentos y después surgió un traslado interdepartamental y me fui a la Escuela 74 de Colonia Ros de Oger, llegué a tener 32 alumnos como maestra directora. Después estuve en Arroyo Negro y en Lorenzo Geyres. Primero hice el curso de directora rural y después el de directora urbana, y es así que llegué acá, dando concurso, a la Escuela 96, ya como directora. Ahí estuve 17 años, más de la mitad de mi carrera, donde me jubilé”, detalló.
“Muy lindo trabajé en esa escuela, con un equipo divino de maestros que hasta ahora nos encontramos”, subrayó, asegurando que en toda su trayectoria “nunca tuve problemas con los padres”, aunque reconoció que se observaba “que ya en el último tiempo como que había bajado un poco el nivel, se notaba que había muchas dificultades económicas, sociales, que se fueron dando en los 17 años y se notaba una diferencia grande con respecto a aquellos años en que empecé”.
Repasando su actividad profesional, dice convencida que “fue una carrera que a mí me encantó, yo la disfruté muchísimo, tenía sus dificultades pero si tuviera que elegir de nuevo, sería maestra”.
UNA VIDA PLENA ENTRE LA ASOCIACIÓN, PASEOS Y VIDA FAMILIAR
Hoy vive plenamente esta etapa de su vida, ya retirada de la profesión pero igualmente permanece activa, alternando momentos entre su actividad en la Asociación, reuniones y paseos con compañeros y amigos, y la vida familiar. “Tengo 2 hijos y 7 nietos, la mayor Melina, vive en Estados Unidos, con 3 nietas Giana, Ayzi y Amaia, a las que no veo desde hace más de un año, cuando viajé para estar con ellas. Tengo otra nieta, hija también de Melina, la mayor Zoe, que está estudiando en Concepción. Mi hijo Fabricio vive acá y tiene 3 hijos, 2 varoncitos y una nena, Felipe, Juan Diego y María Paz”, de los que, reconoce, puede disfrutar más por la cercanía.
“Me encanta este trabajo en la asociación”, aseguró y se considera una persona feliz. “Volvería a elegir la misma carrera”, reafirma y rescata el esfuerzo que supuso el poder concretar su vocación, teniendo en cuenta las magras posibilidades que tuvimos nosotros en la situación que estábamos allá lejos de todo, apartados de un montón de cosas y que nuestra madre hizo una cosa fabulosa”. En ese sentido, trató de reflejar lo que fue hace setenta años vivir en el interior profundo con muchas carencias y sacrificios, como no contar con agua potable ni electricidad. Hay que tener en cuenta que “mi madre tenía 6 hijos chiquitos, yo no tenía 3 años y ya éramos 4, no había agua en la chacra, había que ir a la cachimba (pozo de agua) a varios kilómetros de la casa con un carro donde se cargaba un tanque de 200 litros, que le llamábamos barril; los pañales eran de tela, por lo que tenía que lavar mucho, aunque por suerte contaba con mucho apoyo de las hermanas que todos los fines de semana iban a ayudarla. Otra cosa que me acuerdo es que mi madre había hecho un secador de alambre, de más de un metro de ancho y más o menos un metro de alto; ella sacaba brasas de la cocina en un brasero y ahí secaba la ropa. También tenía una máquina de coser viejísima y ella cosía”. Olga no es una persona hogareña, sino que en realidad “me gusta salir, vengo mucho acá y a veces cuido mis nietos. He viajado muchísimo, todo lo que pueda viajar viajo, en el 2021 estuve dos meses en Estados Unidos y pasé la Navidad con mis nietas, en mayo estuvimos en Concordia, y voy a ir a pasar con mi nieta a Concepción”, nos comenta al término de la amena charla con esta mujer que muy lejos está de la pasividad, sino que muy por el contrario tiene una actitud de disfrute de cada momento que la vida tiene para ofrecerle en esta etapa.


