Quinto Día

Los ranchos de los rusos de San Javier

Por Marco Rivero
Fotos: Gentileza, Colibrí/UdelaR, Huellas rusas y ucranianas en Uruguay (Facebook)

Andrea Erramuspe, técnica en Turismo, vecina de San Javier, fue quien se puso al hombro la tarea de desentrañar los conocimientos aplicados en las construcciones que desarrollaron las familias rusas que llegaron al país huyendo de la persecución de la que eran objeto, para instalarse en las costas del río Uruguay, en el departamento de Río Negro. Además de sus creencias trajeron consigo otros conocimientos que se hicieron legado, como el cultivo del girasol, que hasta entonces se desconocía en nuestro país y una gastronomía propia que es un distintivo de la localidad. Pero también aplicaron un modelo constructivo novedoso, basado en sus conocimientos, pero adaptado a lo que encontraron en esta tierra en condiciones de ser empleado para hacer viviendas.

“Encontramos con lo que esperábamos encontrar, lo que queríamos era tener una conformación más académica de la realidad de las construcciones en tierra acá en San Javier”, indicó Erramuspe sobre el proyecto que se centró en la investigación de ese modelo constructivo característico de la localidad. “Con Leonardo Martínez siempre hemos tenido esa preocupación por conservar cosas que se estaban perdiendo, que se estaban perdiendo materialmente, porque las construcciones en barro, en tierra, como le llaman los arquitectos, algunas se estaban cayendo, otras se conservan en muy buen estado, porque son las viviendas familiares y las familias las cuidan”. Los conocimientos sobre esta modalidad constructiva fueron pasando de generación en generación. “Porque las personas que sabían de primera mano como hacerlo, porque sus padres, sus abuelos, les habían explicado y tenían esa práctica, estaban muriéndose, eran viejitos; entonces esas cosas se empezaban a perder. No queríamos que que se perdiera totalmente”, dijo. A la vez pretendía el proyecto que se reconociera la importancia que tuvo en ese momento para alojar a los recién llegados.

Previo

Sin embargo el proyecto no empezó de cero. “Teníamos un antecedente del año 2012, del arquitecto Walter Castelli, que estaba trabajando como docente en Salto en la Facultad de Arquitectura y estuvo con alumnos haciendo algo de relevamiento, menos profundo, que lo hizo y presentó los resultados en 2013, para el centenario de San Javier”, recordó. Este nuevo empuje por investigar sobre las viviendas familiares originales de la colonia nació durante el segundo Encuentro de construcción con tierra, de la Facultad de Arquitectura, que se realizó en San Javier en mayo de 2022. “Toda la gente que viene, los arquitectos y antropólogos que trabajan en eso, se interesaron muchísimo y nos propusieron presentarnos a un fondo concursable del MEC para solventar los gastos de una investigación”, recordó. Se presentaron, el proyecto fue seleccionado, y pusieron manos a la obra. “Comenzamos haciéndola primero con los arquitectos; los antropólogos trabajaron en el Hogar Valodia, en casas de personas mayores o gente que estaba relacionada y podía contar cómo se hacían, la forma que tenían de construir los ranchos rusos”. El resto del equipo trabajo en el terreno “relevando las casas, los ranchos, mirando cómo eran, midiendo, los locales hacíamos de nexo. Eso es un capítulo aparte, el agradecimiento a la gente que abrió sus puertas, porque en realidad son sus viviendas, es entrometerse en la vida de las personas, y entrar a sus casas, medirlas”.

Con esa metodología trabajaron durante varios fines de semana, “luego, con el apoyo de los alumnos del Cenur de Salto, con el profesor de Diseño, alumnos de Salto, de Artigas, vinieron todo un sábado y trabajaron en dibujar los planos; fueron jornadas muy productivas”. El relevamiento terminó alcanzando a 12 viviendas “con todos los detalles arquitectónicos”.

Modelos

Este trabajo puso de manifiesto la existencia de dos tipos de construcciones, la primera “lo que decimos el zarzo o la fajina, que es el más común acá en San Javier, que es el de las ramas del monte, ramas de árboles, arbustos del monte entrelazados y luego se les aplica la mezcla de barro, bosta de caballo, paja de trigo y de lino, y luego se le hace un revoque”. La otra modalidad hallada, en menos viviendas, es “algo que ellos llamaban samán, que es como un adobe pero en realidad es un adobe alivianado, un ladrillo grande, sin cocer”, un método único, por lo que han sabido, en el que utilizaron “lo que tenían a mano”. Y lo que tenían a mano es nada más ni nada menos que lo que les ofrecía “la actualmente tan valorada área protegida, los Esteros de Farrapos; utilizan el monte nativo y las tierras, porque el revoque que se hace es un revoque, y mirá los conocimientos que traían, se hace con una mezcla de tierra de hormiguero, porque tiene un componente que es impermeabilizante”. Esta tierra de hormiguero se emplea sobre todo “para recubrir el exterior, para que la lluvia no lo afecte”. Justamente una de las especies características de los blanquiales, uno de los ecosistemas más notables del Estero de Farrapos, es la hormiga Ata, “que hace esos hormigueros grandotes, y de ahí sacaban la tierra para dar el revoque final”.

Dar a conocer

Toda la información obtenida se compendió y ha sido motivo de varias presentaciones desde que en abril de este año se realizó la primera, la oficial, ante la comunidad local, en el Museo de los Inmigrantes. “Hemos llegado hasta Colombia, donde se hizo un seminario iberoamericano de construcción en tierra; se hizo una ponencia sobre los ranchos rusos de San Javier en el tercer Encuentro de Tierra, que se hizo en Tacuarembó; también en Montevideo, en la Facultad de Arquitectura, y por supuesto en nuestro pueblo, en la escuela, en el liceo, en todos lados. Lo importante es la revalorización de esto que tenemos, que no lo queremos perder como identidad cultural”.

Características

Erramuspe valoró que las viviendas tienen una serie de ventajas respecto a la construcción tradicional. “Tienen las características que tienen todas las construcciones en tierra: son mucho más amigables con el medio ambiente, son aislantes para la temperatura, en invierno son más cálidas, en verano son más frescas, no consumen tanta energía y está la facilidad de que las hacían con lo que tenían, muy económicamente podían tener su hábitat”, y señaló que actualmente hay quienes promueven la recuperación estos métodos constructivos, “volver a eso, de otra manera, con otras técnicas”. Además, dijo, emplearon un método de construcción colectivo. “Cuando vinieron lo hicieron así, colectivamente, participa toda la familia porque ninguno de los elementos que se utilizan son peligrosos para los niños, por ejemplo. Más aun, nosotros tenemos fotografías donde son las mujeres las que se embarraban y hacían; las mujeres, de las más viejitas a las más pequeñas de la casa, y lo podían llevar adelante”. Y una vez al año “se remendaban, como cualquier casa convencional: si había una grieta se arreglaba y se volvía a pintar. Ellos eran muy dedicados a la higiene, a tener una casa muy saludable”.
Esto es importante, dijo, para de alguna forma “quitarle ese estigma de que vivís en un rancho de barro y sos pobre, de pobreza, de miseria. Nosotros tenemos muchos Mevir acá, en San Javier, cuya sigla es de Movimiento de erradicación de la vivienda insalubre rural, pero habla del rancho de terrón, que es completamente distinto y sí es insalubre, por el hecho de que al tener tanto intersticios y rajaduras y huequitos, ahí sí se podían meter bichitos, chiches, qué se yo, cosas que podían perjudicar la salud humana”. El caso del rancho ruso es diferente, dijo, “porque al tener ese revoque es una cosa completamente sana y no tenemos ningún producto químico, más allá de que blanqueaban todo con cal, no hay productos químicos que estés respirando cuando estás dentro de tu casa”.

Adaptación

Si bien los ranchos se basan en los conocimientos constructivos que trajeron consigo desde Rusia, lo que los hace únicos es la adaptación que tuvieron que hacer sobre esos conocimientos para poder aprovechar los materiales que encontraron al llegar. “La Isba rusa, que quiere decir ‘cabaña’, ellos allá la hacían más de madera, porque justamente tenían árboles de gran porte, tenían a su alcance más madera. Acá no, acá tenían el monte nativo, que es un monte bajo, de arbustos, más achaparrado; hay algunos árboles que se crían un poco más alto, esos los utilizaban para hacer el techo, que siempre era a dos aguas. Vinieron con esa concepción del frío, de techo a dos aguas, aberturas pequeñas, con un alero hacia el costado”.

Y ese alero es, justamente, otra de las características del diseño aplicado. “Acá (en San Javier) es muy característico ese alero, porque aunque estén ahora revestidas de ladrillo, las ves y decís ahí hay un rancho de barro adentro. Te ponés a mirarlas de afuera y te das cuenta por el techo a dos aguas con un pequeño alero al costado. Aunque luego la gente lo fue reformando, obviamente”, comentó. Pero así como adaptaron esa modalidad constructiva, lo mismo ocurrió con su gastronomía tan admirada, que es fruto de una adaptación a las materias primas locales, indicó Erramuspe. “Allá tenían otro tipo de cosas, acá es tan conocida la torta de zapallo, el piroj de zapallo; lo primero que nace cuando uno planta, lo más fácil de nacer, es el zapallo, y el repollo y esas cosas que ellos aprovecharon todo y de ahí sacaron sus exquisiteces de platos, que son una mezcla de lo que traían y de lo que encontraron aquí”.

Centenarias

Si bien carecen de documentación que permita datar las construcciones, se estiman que las más antiguas de las construcciones relevadas “están llegando casi que a los cien años”. No se trata de las primeras en las que se alojaron, dado que hay que recordar que “el asentamiento original estuvo más cerca de lo que es Puerto Viejo”, y tiempo después se traslada la colonia al actual San Javier, entorno a la Casa Blanca, la residencia de Lubkov, el líder espiritual de la comunidad. En esa zona, cercana a la costa, donde se encuentra también el Galpón de Piedra, otra de las construcciones más significativas de la localidad, encontraron casas en las que se utiliza este mismo material. “Hay casas que están hechas, tienen algunas paredes y la cimentación en piedra, porque en esa zona hay un yacimiento, es una loza de piedra y la aprovecharon”. Pero quienes estaban más lejos, “en el campo, usaron lo que tenían ahí; no era tan fácil trasladar piedras. Es lo que estamos viendo, porque todos los días aprendemos algo nuevo. Yo tengo 57 años, siempre he vivido acá y me sigo sorprendiendo de cosas”, dijo Erramuspe.

Cantidad

El estudio no determinó cuántas viviendas de estas características se encuentran todavía en San Javier. “Nosotros relevamos 12 con este grupo, y no recuerdo el número de las que relevó en su época Castelli con sus alumnos. Pero este relevamiento que se hizo es distinto, porque es el relevamiento de la planta física de la vivienda, más fotografías, más todo el trabajo que hicieron esos alumnos”. → Leer más

Quinto Día

¡Chocamos! ¿De quién es la culpa?

Texto y fotos: FAB

Siniestros, no accidentes

Generalmente nos referimos a los siniestros de tránsito como “accidentes”, porque así se los consideraba antiguamente, algo que ocurría accidentalmente en forma casi inevitable. Sin embargo la realidad es distinta, los accidentes siempre tienen una o múltiples causas que pueden ser prevenidas para evitar que ocurran, por lo cual lo correcto es llamarlos “siniestros”.

¿Quién es el culpable?

Si vamos a los comentarios en las redes sociales bajo la publicación de un siniestro de tránsito, veremos que el común denominador es que el “público” en general ya tiene una opinión formada de quién es “culpable” del evento, y el veredicto en el micromundo virtual –que cada vez más se confunde con el real– es lapidario, irrefutable y de paso se exige una sentencia ejemplarizante que va desde la condena al Toro de Falaris o, en casos de choques simples sin lesionados, la Doncella de Hierro. Afortunadamente estas máquinas de tortura se dejaron de utilizar después de la Inquisición y actualmente no se consiguen ni en Mercado Libre.

Sin embargo existe una ciencia que estudia los “accidentes”, la “accidentología vial” que en décadas de estudio ha determinado que casi nunca hay un solo “culpable” y que para que ocurra un siniestro de tránsito deben darse varios factores determinantes. Eso tira por tierra aquello de que “la culpa es de tal porque no respetó la derecha” o de cual “porque iba a exceso de velocidad”. Cada cosa tiene sus matices y si bien unas son más relevantes que otras, todas juegan a favor del desenlace menos pensado.

La “derecha”, la “preferencia” y las “preferenciales”

Ciertamente en nuestro país en general y especialmente en Paysandú, las verdaderas causas de un siniestro de tránsito importan poco para la ley o las aseguradoras y todo se reduce a quién tenía la preferencia, si el conductor estaba habilitado para conducir o si tenía o no alcohol etílico en sangre, aunque se trate de una sola molécula casi indetectable de C2H6O. Eso es lo que lleva a la confusión del “ciberjurado” en general, que termina simplificando las cosas hasta el absurdo para condenar con su click lapidario al supuesto asesino serial del volante, sin el menor conocimiento de la realidad.

Pero si lo que nos interesa es la verdad y no solo destilar violencia cibernética, vayamos despacito por las piedras.

Este es un decálogo de elementos para tener en cuenta a la hora de observar la escena del crimen, por lo menos para no reducir las cosas al “dedito para abajo” del Coliseo Romano, en el cual el emperador que decide la suerte del condenado pasa a ser la multitud que sentencia con su opinión en las redes sociales. No es un tratado científico, sino más bien “la voz de la experiencia”, lecturas y sobre todo, aplicación del sentido común (que existe, aunque en estos tiempos está en vías de extinción).

Sí, pero…

Si al llegar a la escena de un siniestro de tránsito le preguntamos a uno de los implicados quién tuvo la culpa, casi siempre la respuesta será: “el otro”. A veces las causas son bastante evidentes, otras no tanto. Y es ahí donde el jurado y cada uno de nosotros tenemos tendencia a simplificarlo todo: “este venía por la derecha, el otro no respetó la preferencia”… Sin embargo en las oportunidades en que se tiene acceso a un video “irrefutable” del momento en que se produjo el evento, suele suceder que aparecen otras visiones y el tema ya no es tan claro. Por ejemplo, en casos en que el vehículo que “tenía la derecha” o iba por una calle preferencial se lo ve llegando a la esquina a una velocidad desproporcionada, o que el motociclista circulaba haciendo piruetas. Y aún así, hay cosas que el video no pude mostrar. He aquí algunas de ellas.

-Distracciones. Aquí el rey es el celular. Una fracción de segundo de distracción en un momento clave es suficiente para provocar un desastre. Pero también puede ser por tomar un mate mientras se maneja, un objeto que se cae, el perrito que lleva en la falda y que quiere tirarse por la ventanilla, el subwoofer con un millón de watts destrozando ventanillas, entre miles de etcéteras.

-El parante del parabrisas. Los vehículos modernos están diseñados para dar la mayor seguridad posible a sus ocupantes en caso de accidentes, y para la aerodinámica. Por eso los parantes de los parabrisas son cada vez más gruesos y fuertes, y están más inclinados hacia atrás. Esto tiene como consecuencia que obstruyen la visión en un amplio sector hacia los lados, y puede ser crítico al llegar a una esquina. En determinados momentos y a ciertas velocidades en que se sincronizan los movimientos, pueden ocultar completamente una moto o hasta un auto que, cuando aparecen en la visual del conductor, ya es tarde para evitar el choque.

-Vehículo estacionado sobre la esquina. Si al problema de la escasa visibilidad de los modernos automóviles y SUV le sumamos la pésima costumbre de algunos conductores imprudentes que estacionan sus vehículos sobre la esquina, obstruyendo aún más la visión, estamos ante un combo perfecto para el desastre. Cuando llegamos a una esquina, estamos acostumbrados a tener determinada visibilidad en ciertos puntos críticos a la velocidad que acostumbramos a circular. Si al llegar a determinada altura vemos bloqueada la visión, ciertamente deberíamos frenar a cero para asegurarnos que no viene nadie. Pero… nadie hace eso. Lo “normal” es continuar la marcha –al fin y al cabo a esa altura ya estaremos encima de la bocacalle– pero si viene alguien demasiado rápido y confiado en “su preferencia”, el choque está garantizado, porque lo que no se ve, no se puede evitar. En definitiva el que estacionó mal –y peor aún, lo hace a conciencia– es tanto o más responsable del choque que los protagonistas. Lamentablemente en Paysandú la Intendencia no controla esta gravísima infracción, colaborando con el caos en que se encuentra el tránsito sanducero.

-Reflejos en el parabrisas. Los parabrisas inclinados suelen reflejar con mucha intensidad objetos que están dentro del vehículo, en especial si se encuentran sobre el tablero y si son de colores claros. Incluso los reflejos provocados por el propio tablero pueden ser molestos, y llegar a confundir al conductor u ocultar la presencia de una moto u otro vehículo que se aproxima. Si esto ocurre en un cruce, puede ser causa de siniestro. Es por eso que prácticamente todos los tableros son negros, pero aún así reflejan parte de la luz solar y cuando los rayos inciden de determinada manera generan un velo brillante sobre el interior del parabrisas que impide ver bien. La silicona que se utiliza para proteger los plásticos incrementa el problema.

-Luz amarilla. En cruces con semáforos no debería haber accidentes. Al menos eso es lo que marca la lógica. Pero ocurre que muchas veces se trata de aprovechar al máximo la luz amarilla, y se termina cruzando ya en rojo. Si del otro lado se encuentra alguien apurado por retomar la marcha, más atento a la luz que al tránsito, o que se “adelanta” una fracción de segundo al cambio de luz para aprovechar la onda verde, el desastre está garantizado. Además, en Paysandú la luz amarilla es muy corta en todos los semáforos, del orden de los 3 segundos, por lo que casi siempre se termina de pasar en roja. Este problema se aprecia más en donde hay radares con foto, porque el infractor –al fin y al cabo está cometiendo una infracción, aunque sea por mala praxis colectiva— termina con una multa por cruzar inhabilitado. La culpa no es del aparato, por cierto, sino de una conjunción entre una mala costumbre y un tiempo de luz demasiado corto.

-Velocidad excesiva. ¿Hasta dónde hay que ver en una bocacalle para continuar la marcha? Está bien que hay preferencias y preferenciales, “la derecha”, etcétera. Pero hay un punto en donde aún respetando y teniendo todas las precauciones, es imposible evitar cruzarse delante de un vehículo que aparece con la velocidad de una flecha y sin siquiera reducir la marcha al llegar a la esquina. Naturalmente al acercarse a una bocacalle se va prestando atención a que no venga otro vehículo por la arteria que cruza, hasta que, al llegar a cierto punto donde se puede ver por ésta hasta unos 30 o 40 metros, si no viene nadie se retoma la marcha. Eso funciona bien para velocidades razonables, del orden de los 40 a 50 kilómetros por hora como máximo –de hecho en las esquinas siempre debería ser menor–, pero si el que “tiene la derecha” o la “preferencia” circula a 60, 80 o más kilómetros por hora, no hay previsión que valga. Por otra parte, en Paysandú la norma indica “Ceda el Paso” en las preferencias y calles preferenciales, pero para que se pueda circular sin siquiera reducir la velocidad en los cruces, debería ser un “Pare” total que –por supuesto– absolutamente nadie hace. Esta norma, muy utilizada y respetada en el primer mundo, significa que por un instante las ruedas del vehículo deben quedar completamente detenidas; si no, es infracción.

Por otra parte, cuando uno va a cambiar de dirección lo correcto es poner señalero unos segundos antes, mirar hacia atrás por los espejos y si la vía está libre, realizar la maniobra. Pero esto veces es insuficiente, porque allá a lo lejos puede que venga un “motorratón con esteroides” en plena carrera y al no verlo o apreciar debidamente la velocidad del bólido, obstruirle el paso, provocando una catástrofe involuntariamente. Ejemplos de casos así hay muchos, incluso con víctimas fatales. Además de la lamentable pérdida de vidas jóvenes y graves consecuencias para quienes sobreviven, la Justicia tiene la mala tendencia a condenar al infortunado que confió en que podía pasar sin apreciar que en los hechos, por acción o por omisión –de quienes tendrían que controlar–, nuestras calles son un híbrido con pista de carreras.

-Confusión del conductor. Los conductores son personas, y como tales son pasibles de confundirse. Por ejemplo, miraron el semáforo equivocado y pensaron que estaban habilitados para pasar, y en realidad estaba en rojo. O confundieron el que sólo habilita a doblar con el que permite continuar derecho; o la luz roja se confundía con el fondo; o no encontró el semáforo porque la Intendencia dejó de reponer los que se fueron rompiendo.

-Exceso de confianza. Quien maneja mucho o desde hace muchos años, el conducir para a ser algo automático y deja de ser razonado. Esto es normal y en la mayoría de los casos, algo positivo, porque en situaciones críticas la maniobra evasiva surge naturalmente en forma inmediata, por ejemplo. Pero a veces se genera un exceso de confianza que puede derivar en un siniestro de tránsito. Por ejemplo, por ir demasiado rápido cuando las condiciones del pavimento o del clima no son óptimas; o tomar una curva a una velocidad excesiva; o llegar a la esquina pensando que nos da para frenar si aparece otro vehículo. Lo cierto es que por encima de los 35 kilómetros por hora en una bocacalle, es virtualmente imposible evitar un choque; y eso siempre y cuando al menos por una fracción de segundo se sacó el pie de acelerador para prepararse ante la eventualidad de tener que frenar de golpe.

-Falta de luces o elementos de seguridad. De nuevo: lo que no se ve, se termina chocando. Muchas veces creemos que, como nosotros tenemos buena visibilidad de los demás, ellos también nos ven perfectamente. Este es uno de los errores capitales de muchos motociclistas y determinante de una buena parte de los accidentes. Si la moto no tiene luz –y de calidad, potente— no será visibilizada en el tránsito. Aún así, para los demás conductores no es fácil establecer la distancia real a la que se encuentra una moto y por lo tanto, la velocidad a la que se mueve, por ejemplo cuando circula rápido por una calle preferencial, porque al tener una sola luz el cerebro no cuenta con la ayuda del “paralaje”.

Esto es, que en un auto, camioneta o camión sabemos qué tan lejos está y si se acerca muy rápidamente por la distancia aparente entre los faros y viendo cómo esta cambia a medida que se acerca. En la moto, que tiene un solo faro, la única referencia es un punto luminoso, ya sea blanco si se ve de frente, o rojo desde atrás. Mucho más difícil aún es establecer la presencia de un vehículo sin luz en la oscuridad. Además, los vidrios polarizados incrementan las dificultades. Por eso es que la Ley Nacional de Tránsito establece la obligatoriedad del uso de chalecos reflectivos para los motociclistas. Pero esa norma tampoco se controla en Paysandú, por lo cual la calle en este aspecto es un “sálvese quien pueda”.

-Parabrisas y vidrios sucios. La suciedad de los vidrios o incluso los espejos son una gran contribución para el desastre. Una mancha en los cristales puede distraer la vista del conductor o engañar la mente, ocultando información importante en el tránsito. Puede ser tanto tierra adherida, el regalito que nos dejó un pájaro o las gotas de lluvia. Por más bien y cuidadoso que se sea, estas distracciones pueden producir un accidente.

-“Momento bobo”. “Todos tenemos un momento de bobera”, decían nuestros abuelos. Y eso se cumple también en el tránsito. Nos confundimos de calle y miramos para el lado que no era, entramos en otra contramano unos metros, no vimos que el que iba adelante frenó, miramos algo llamativo, etcétera. Ocurre mucho más de lo que parece. Solo que muy pocas veces termina en un siniestro.

-No todos somos “Fitipaldi”. Podemos ser o creer que somos unos genios del volante –percepción que obviamente está equivocada, pero que nadie nos va a hacer entender— pero en la calle hay todo tipo de “pilotos”; los hay buenos, malos, mediocres. Con los reflejos de un gato y los que tienen las reacciones de un perezoso hibernando. Hay que entender que la calle es de todos, y por lo tanto es necesario adaptarnos para que sea lo más segura posible. Y nunca dar por sentado que el otro va a reaccionar igual que lo haría uno.

Estos son solo algunos puntos a tener en cuenta, aparte de los obvios que todos conocemos: conductores bajo efectos del alcohol o sustancias, energúmenos que andan como si esto fuese el TT de la isla de Man, otros que no saben ni cómo llegaron a estar sentados frente al volante, los que no conocen los espejos y van por el medio de la calle obstruyendo el tránsito, menores manejando, gente muy capacitada y otros que no están preparados y sin embargo tienen libreta.

Pero la realidad es que los accidentes ocurren porque ninguno de los protagonistas evitó que sucediera. Al final del día no importa quién “tiene razón”, lo que vale es llegar sanos y salvos a destino y, si es posible, sin un raspón en la carrocería.

Es estúpido decir “yo tenía la preferencia” cuando terminamos hechos una momia de yeso y postrados de por vida por no haber frenado a tiempo. Todos somos responsables de la seguridad en el tránsito, y como quedó demostrado en las líneas precedentes, la “culpabilidad” no se puede reducir a quién iba por la derecha o la calle preferencial, más allá de lo que corresponda a la responsabilidad penal o civil en caso de accidente. La razón más razonable está en evitar el siniestro. Lo demás… es lo de menos. → Leer más