Saber nadar

En cada verano sucede lo mismo. En playas de agua salada o dulce, en el mar, en arroyos y ríos. En piscinas, pozos o canteras. Los uruguayos se ahogan y durante los meses veraniegos se suceden las noticias sobre los muertos por ese motivo.
Ahora, que el tiempo estival ya pasó, sirve igualmente pensar en cómo afrontar este drama que tiene a Uruguay encabezando la lista de decesos por ahogamiento en América Latina.
Nuestro país está rodeado por agua, con grandes ríos, con cientos de arroyos, con costas al océano Atlántico. El contacto con este elemento fundamental es permanente y accesible. Y así y todo la falta de cultura acuática entre nuestros ciudadanos y de políticas públicas resulta alarmante. Estamos en una nación donde históricamente se han priorizado los contenidos alejados de la práctica deportiva, donde la natación debería ser una materia obligatoria en los primeros años escolares.
Además de los valores emocionales fundamentales que se transmiten a través de la educación física, en lo que se refiere a la natación, se brindan armas y recursos para defenderse en el agua, tan necesario como saber otros aspectos de la vida. Esto no quiere decir que baste con saber nadar para evitar una tragedia, pero al menos se cuenta con algo básico para manejarse en el agua. Además, ayuda a conocer los riesgos que representa el agua, a no subestimarla, y a saber las diferencias que existen entre nadar en una piscina y en aguas abiertas. Es sorprendente incluso la cantidad de pescadores artesanales que pescan embarcados en precarios botes tanto a remo como a motor fuera de borda, en ríos como en la costa oceánica, que sin embargo no saben nadar, y ni siquiera usan chaleco salvavidas.
En Uruguay, los ahogamientos constituyen la primera causa de muerte por lesiones no intencionales en niños de entre 1 y 4 años. Entre 2012 y 2017, 56 niños de 0 a 15 años fallecieron por esta causa, según datos del Ministerio de Salud. En 2018, la Mesa Interinstitucional de Seguridad Acuática (MISA) registró 165 eventos adversos en el agua, en los que fallecieron 40 personas, entre ellas 7 niños.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que los ahogamientos de menores son un problema de salud, “grave y desatendido”. En el mundo, cada año 372 mil personas fallecen por ahogamiento, esto implica un promedio de 47 personas por hora. De ellas, el 90% proviene de países de bajos ingresos, más de la mitad son menores de 24 años y las tasas más elevadas son en menores de 5 años. Esos datos ponen a Uruguay en el primer lugar de América por ahogamientos, con una tasa de 3,9 por 100.000 habitantes.
En una entrevista hace un año, Ariel González, conocido como el pionero del surf en Uruguay, exguardavida y actualmente educador y escritor, dice que el fenómeno del ahogamiento “debe estudiarse dentro del contexto socioeconómico y político donde ocurre, porque es determinante; así como otras variables tales como los entornos geográficos, demográficos y ambientales”. “A mayor complejidad situacional de estos factores, mayor es la incidencia social del ahogamiento”, afirma.
“La correlación existente entre las economías y las fajas etarias comprometidas con el ahogamiento es significativa y sugiere la pobre intervención de los estados en sus programas educativos para erradicar el flagelo”, prosigue González con acierto.
“Uruguay es un claro ejemplo donde los diferentes gobiernos han postergado y relegado los contenidos humanistas de sus currículas educativas, priorizando las científicas. Han sido negligentes en dotar al niño uruguayo de los valores emocionales fundamentales transmitidos por la educación física, los deportes, el arte, la música, danza, teatro, etcétera. Saber nadar debería ser materia tan obligatoria como las matemáticas.
Lejos estamos de esta percepción, tanto a nivel colectivo como gubernamental”, añade con más acierto aún.
Tenemos un país dotado de una naturaleza extraordinaria, con una abundancia de agua que sería la envidia de muchas regiones del mundo. Pero tenemos una educación que le da la espalda a esa realidad.
Y no es por falta de clubes y espacios acuáticos, de piscinas tanto privadas como públicas. Por suerte muchos padres asumen la responsabilidad –también porque pueden– y mandan a sus hijos a saber nadar desde una temprana edad, o colegios que también apuestan a esa enseñanza para fortalecer a los chicos que acuden allí.
En nuestro departamento hay al menos una decena de piscinas, en la que muchos niños asisten para dar sus primeras brazadas. Pero bien podrían ser muchísimos más o, directamente, todos. Una política que apunte a que los chicos de primero y segundo de primaria tengan horas semanales obligatorias en una piscina, aportaría un mínimo de base para que los alumnos se defiendan en el agua.
Además, no hay que perder de vista el aporte lúdico de esta práctica.
“Porque no solo debe enseñarse a nadar, con un fin utilitario o precautorio, sino a jugar con el agua en todas sus formas”, asevera González en otra parte de esa entrevista.
La apuesta por llevar a los gurises al agua resulta positiva en todos los aspectos y las políticas públicas de educación –que está muy venida a menos en nuestro país en los últimos años– deberían prestar más atención por ese lado.
Para el próximo verano quedan varios meses por delante. Buen tiempo para pensar en algo más sustancioso que lanzar recomendaciones –siempre bienvenidas– para tener en cuenta a la hora de acudir a la playa o a la piscina. No le quitemos el derecho de todo niño a saber a nadar, arma poderosa con varias aristas que le aportarán mucho a su desarrollo.