Para no ir de crisis en crisis

El escenario de América Latina en el presente y futuro inmediato, más allá de situaciones puntuales favorables en algunos de sus países, no es promisorio, y así lo señala un nuevo informe económico del Fondo Monetario Internacional (FMI), que indica que en lo que refiere al subcontinente, la región tendrá el crecimiento económico más bajo del mundo este año, o mejor dicho, con un estancamiento que se da por una tendencia que se viene decantando desde hace un tiempo.
Según las previsiones del organismo financiero internacional, las economías de América Latina crecerán un promedio de 0,6 por ciento en 2019, con la salvedad de que no se está en presencia de un panorama generalizado, sino que pese a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, se da igualmente con una economía mundial en crecimiento.
Precisamente el FMI pronostica que la economía mundial crecerá un 3,2 por ciento este año, incluida una tasa de crecimiento del 6,2 por ciento en Asia y del 3,4 por ciento en el África subsahariana. En este contexto, la mayoría de los países más grandes de América Latina crecerán menos de lo que se había anticipado, señala el organismo.
Así, la tasa de crecimiento de México se ha revisado a la baja a 0,9 por ciento este año. La economía de Brasil crecerá solamente 0,8 por ciento, y la de Argentina se reducirá 1,3 por ciento en 2019, y crecerá 1,1 por ciento en 2020. La economía de Venezuela caerá un 35 por ciento este año.
En esta pizarra, solamente Chile, Colombia y Perú crecerán a tasas alentadoras de 3,2, 3,4 y 3,7 por ciento, respectivamente este año, mientras que Uruguay tiene una previsión muy magra, del 0,6 por ciento y con previsión en descenso, ante la magnitud del estancamiento.
Hay razones para que se de este escenario, y por cierto que en esta gama que va de performances del 3,7 por ciento en Perú hasta la caída del 35 por ciento anual en Venezuela, hay una variedad de elementos en juego que se conjugan en cada país, y ello tiene mucho que ver con políticas económicas, con déficit de infraestructura, con “carnavales” populistas, con corrupción, con primarización crónica de explotaciones, etcétera.
Viene a cuento en esta consideración el análisis que al respecto hace en su columna del diario La Nación de Buenos Aires el reconocido analista internacional Andrés Oppenheimer, quien al preguntarse “¿Por qué está estancada América Latina?” indica que hay muchos motivos, pero menciona como los más importantes la “falta de continuidad en las políticas económicas, lo que ahuyenta a los inversionistas. En muchos países, cada nuevo presidente quiere reinventar la rueda y deshace todo lo que hizo el anterior”.
A modo de ejemplo explica que “en México, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha prometido llevar a cabo una ‘cuarta transformación’ en la historia del país. López Obrador, entre otras cosas, suspendió contratos para la enorme renovación del aeropuerto de la Ciudad de México y está dando marcha atrás a reformas para mejorar la calidad de la educación pública”.
“Eso ha creado ‘una fuerte incertidumbre en torno a las políticas económicas de México’, según el FMI. Uno puede estar de acuerdo o no con eso, pero el hecho es que la ‘cuarta transformación’ de López Obrador está ahuyentando las inversiones. El presidente no parece entender que sin inversión no habrá crecimiento, y sin crecimiento no habrá reducción de la pobreza”, expone Oppenheimer.
Además, hay “excesivo gasto público, baja productividad y una pésima distribución de la riqueza. Muchos de los países más grandes de la región, como la Argentina, simplemente gastan mucho más de lo que producen”.
“Nuevas cifras que circulan en las instituciones financieras internacionales muestran que la Argentina tiene solo nueve millones de trabajadores en el sector privado y autónomo, que en conjunto mantienen a 15,3 millones de personas a cargo del Estado, entre ellas los jubilados, gente que recibe subsidios estatales y empleados públicos. Entre 2003 y 2015, durante los gobiernos populistas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, el gasto público de la Argentina se duplicó” analiza.
A la vez, al considerar que la fórmula presidencial Fernández-Fernández podría ganar las próximas elecciones en el vecino país, reflexiona que “muchos argentinos aún no han aprendido la lección de que un país no puede gastar más de lo que produce sin ir de crisis en crisis”.
Pero como común denominador en América Latina destaca “bajos estándares de educación, ciencia, tecnología e innovación. Los países latinoamericanos ocupan los últimos lugares en la prueba internacional PISA de estudiantes de 15 años y registran muy pocas patentes internacionales de nuevos inventos”.
Asimismo, “mientras que Corea del Sur registró 17.000 patentes ante la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual el año pasado, todos los países de América Latina y el Caribe juntos registraron solamente 537 patentes. En una economía global basada en el conocimiento, esa es una receta para el atraso”.
“Mi conclusión es que los países de la región no pueden seguir culpando a factores externos por su estancamiento económico, porque la economía mundial está creciendo y otros países emergentes de todo el mundo están creciendo mucho más. Es hora de reconocer que tenemos un problema interno y comenzar a abordarlo creando un clima que atraiga las inversiones y promueva la innovación”, concluye en sus reflexiones, con las que es muy difícil no estar de acuerdo ante un análisis desapasionado de una realidad que tiene un arrastre de muchos años. Pero lo que es peor es que las oportunidades se han dado para salir adelante, sobre todo en la “década de oro” en que la región contó con muy buenos precios en sus productos clásicos de exportación, la mayoría materias primas, así como condiciones benignas para los préstamos y la inversión.
Lamentablemente –en este paquete incluimos a Uruguay– esta abundancia, los muy buenos precios, salvo en contados países como Chile, entre otros, fueron desaprovechados por políticas populistas, cuando, como nuevo rico, se gastó por el gobierno de turno por encima de sus posibilidades, incluso más de lo que ingresaba en la coyuntura propicia, y se dejó de lado el futuro, la sustentabilidad de las políticas, la generación de infraestructura para consolidar las inversiones, reducir la gordura del Estado en aras de facilitar el desenvolvimiento de las empresas privadas, reducir costos fijos, entre otras medidas de sentido común.
Y, como bien señala Oppenheimer, no se puede gastar más de lo que se produce “sin ir de crisis en crisis”. Aquí está buena parte de la explicación, que viene a medida para lo que ocurre además en Uruguay, cuyo actual gobierno con el déficit fiscal de casi un 5% del PBI deja un presente griego para el que asuma la conducción del país el 1º de marzo de 2020.