El otro escenario de la pandemia

Un grupo de estudiantes y docentes de la Universidad de la República está realizando una encuesta virtual permanente cuyos resultados parciales arrojan datos esclarecedores sobre las consecuencias del confinamiento en algunas personas. El equipo que tiene a cargo el licenciado en Psicología e investigador, Paul Ruiz Santos, señala que una de cada tres personas incrementó la cantidad de droga que consumió durante el aislamiento. Expresa, además, que el sufrimiento psicológico lo experimentaron mucho más las personas menores de 30 años.
Por eso, los cambios provocados por el coronavirus van más allá de la situación sanitaria, social y económica. Esto indica que las consecuencias del encierro no se estaban justipreciando y podrían ser mucho más amplias que los que se esperaba.
El estrés sumado a la ansiedad por lo que pueda ocurrir en su futuro cercano, los problemas económicos, la convivencia desacostumbrada y el propio encierro son los ingredientes de un cóctel explosivo que puede detonar en cualquier momento. La ansiedad por saber cuándo se podrá volver a la vida normal no encuentra límites, salvo esperar a que todo pase algún día. Y “algún día” es demasiado tiempo.
Por eso no sorprende que, de acuerdo con la encuesta, haya aumentado el consumo de alcohol, tabaco, marihuana y psicofármacos. Incluso un 7% sumó otra droga que antes no consumía.
Analizado por franjas etarias, el mayor impacto se aprecia en las personas menores de 30 años. Esto se debe a que actualmente hay una subestimación de las consecuencias negativas del consumo de drogas por parte de la población, especialmente el tabaco, alcohol y marihuana que buena parte de la población considera casi inocuas. Pero también porque al tener tanto tiempo libre y fuera del control social, la persona se siente libre de hacer lo que desee con su cuerpo y su vida, sin considerar las consecuencias a mediano y largo plazo. El distanciamiento no es asimilable por todos de igual forma, ni tampoco las capacidades u oportunidades de sobrellevar la soledad.
Estos factores llevan a incrementar un flagelo que en Uruguay ya de por sí está por encima de los promedios de la región. Los suicidios tienen directa relación con el consumo y abuso de drogas y la soledad oficia de combustible arrimado al fuego para la población con problemas de depresión, tan común en nuestro país. En tanto las relaciones sociales y familiares no pueden ser sustituidas por la vía virtual, porque si bien se puede ver, oír y dialogar con otras personas a través de la pantalla de un celular, una tablet o una computadora, sabido es que los humanos necesitamos del vínculo directo y personal tanto como el aire que respiramos.
Y de eso saben los adolescentes, que a pesar de pertenecer a una generación superconectada, mantienen hábitos de encuentros. La situación que se presenta ahora es entonces más preocupante porque en esa población, también, se registra una de las tasas más altas de suicidios en América Latina y son quienes realizan menos pedidos de auxilio.
El último muestreo de llamadas a la línea de prevención de suicidios, contabilizó 856 y solo 11 provenían de adolescentes entre 13 y 19 años. Las personas mayores de 50 comprenden el universo de casi 500 llamadas del total. Es decir que, a esa generación superconectada habrá que llegar a su manera y no de la forma tradicional. De lo contrario, el resultado seguirá tan negativo como hasta ahora.
Por las redes sociales, tan utilizadas por todos pero particularmente por esta generación, es una manera posible. Y allí, los mensajes deberán estar dirigidos de una manera creativa porque no es un público acostumbrado a aceptar lo establecido como tal y cualquier palabra fuera de lugar puede ser leída como una imposición.
Incluso la sociedad deberá medir los resultados de sus mensajes. Porque durante el confinamiento, no estaba mal que pasaran en su dormitorio todo el día conectados, pero una vez que la normalidad vuelva, ¿estará bien que pasen el día en la plaza o estudiando en casas de sus amigos?
Muchas veces pueden tener la edad pero no la madurez necesaria para enfrentar las adversidades que se les presentan. Por eso es fundamental tener la flexibilidad necesaria para tratar con los jóvenes y adolescentes que pueden estar en estado de vulnerabilidad.
Pero no solo se da en ciertas familias. Es más común de lo que se puede imaginar, y también se puede ver en la población carcelaria, donde 8 de cada 10 reclusos hacen uso problemático de las drogas. En lo que va del año hubo 24 muertes en las cárceles, de los cuales corresponde 12 homicidios, 8 suicidios y 4 muertes asociadas a problemas de salud.
Si la tendencia se mantiene, superará a las cifras del año pasado, con 44 muertes en prisión, 31 de ellas, ocurridas en forma violenta. O lo ocurrido en 2018, cuando se registraron 37 muertos en las cárceles. El ejemplo vale para comparar los contextos de encierro que, aunque son por causas bien distintas, presentan resultados negativos en alza.
Y tanto en un contexto como en otro, si no hay un abordaje claro desde el punto de vista de la salud mental, seguiremos midiendo por estadísticas que muestran poco de la realidad. Porque aún hay temas que, como sociedad, no hablamos en forma abierta. Es necesario decir que la tasa de suicidios en Uruguay alcanza a 20,6 y en personas de 60 años o más, se eleva a 30. De 10 suicidios, siete corresponden a hombres, pero tampoco se visibiliza esta realidad.
La estigmatización nos hizo llegar a estos resultados y no nos ha permitido decir, con claridad, que es una causa de muerte prematura más frecuente que los homicidios o por siniestros de tránsito. Tanto en un caso como en otro, la prevención es fundamental, pero las campañas publicitarias no llegan a este tema. O los femicidios, que se incrementaron en los últimos meses. El Instituto Nacional de las Mujeres contabilizó un 80% de aumento de las consultas por violencia durante los dos primeros meses de aislamiento voluntario.
Y todos, en cualquier situación, tuvieron y tienen un nombre y apellido. Son hijos e hijas de un pequeño país que aún evalúa cómo contenerlos.