El uso de herbicidas podría reducirse en un 70% utilizando cultivos de cobertura para el control de malezas invernales, y con el uso de la herramienta del “rolado” para desecar las coberturas, antes de sembrar el cultivo principal. También hay pruebas que disminuyeron un 12% el uso de plaguicidas para la soja.
“A nivel de campo, se pudo medir y demostrar que existen herramientas y formas de manejo que posibilitan reducir el uso de herbicidas, sin afectar el rendimiento del cultivo, ni aumentar costos”, Afirmó el consultor nacional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Uruguay para el proyecto Plaguicidas, el ingeniero agrónomo Sebastián Viroga.
Actualizar los procesos, el marco regulatorio y las capacidades institucionales para lograr una gestión racional e integral de los plaguicidas en Uruguay, acorde a los estándares internacionales, son las metas alcanzadas desde 2016 por el proyecto Plaguicidas, pero aún falta afianzar logros.
“El uso de plaguicidas es uno de los principales desafíos que plantea el manejo ambiental y sanitario de la actividad agrícola”, estimó Viroga.
La intensificación que experimentó el sector productivo en los últimos 20 años, asociada a innovaciones tecnológicas, a la expansión de la agricultura, particularmente en el cultivo de soja, y a condiciones favorables para la colocación de productos agrícolas uruguayos en los mercados internacionales, aumentó la presión sobre los recursos naturales.
Estos cambios también generaron un incremento del uso de sustancias químicas que es un factor que contribuye a la degradación ambiental y tiene efectos en la salud de la población rural.
Buenas prácticas
y alternativas
Se trabajó para validar y promover buenas prácticas y alternativas al uso de plaguicidas que sean factibles de implementar en Uruguay, tanto para la agricultura extensiva como para la intensiva.
“A nivel de campo, se pudo medir y demostrar que existen herramientas y formas de manejo que posibilitan reducir el uso de herbicidas, sin afectar el rendimiento del cultivo, ni aumentar costos”, dijo Viroga. Un ejemplo de esto es la utilización de “cultivos de cobertura” para el control de malezas invernales y/o el uso de la herramienta del “rolado” para desecar las coberturas, antes de sembrar el cultivo principal. Se demostró que la combinación de estas prácticas podría reducir hasta un 70% el uso de herbicidas, sin mermas en el rendimiento del cultivo de renta, ni aumento de costos.
Además, a través de la adecuación del manejo, con el monitoreo de cultivos y teniendo en cuenta los umbrales de daño para decidir si usar insecticidas, sumado al uso de productos más selectivos y menos tóxicos, se logró disminuir hasta un 12% del total de plaguicidas utilizados en un ciclo de producción de soja.
“La aplicación de Buenas Prácticas Agrícolas en el uso de plaguicidas o la introducción de alternativas generará beneficios a nivel del sistema productivo gracias a la reducción de las aplicaciones” destaca Viroga.
El menor uso de plaguicidas disminuye los impactos ambientales y productivos adversos, ya que entre otras cosas; permite bajar la resistencia de las plagas a ciertos compuestos químicos, extendiendo, por lo tanto, la vida útil de los productos.
A su vez, usar menos plaguicidas disminuye la probabilidad de que se acumulen en suelo, baja el riesgo de contaminación del agua por escurrimiento y contribuye a reducir los riesgos de fitotoxicidad en los cultivos por “apilamiento” en el suelo, una “problemática que los agricultores observan cada vez más en sus predios”, complementa el consultor nacional de la FAO para el proyecto.
A su vez, son importantes en términos sanitarios, por su efecto en la salud de los trabajadores rurales y de los consumidores, así como en términos ambientales.
El proyecto realizó monitoreos de plaguicidas en el ambiente en las aguas y la fauna en base a los cuales desarrolló una metodología para el monitoreo de la presencia de plaguicidas en cuencas hidrográficas, fortaleciendo las capacidades institucionales de Uruguay.
Otro aporte, hecho con el propósito de mejorar el manejo ambiental en la actividad agrícola, es el desarrollo de un Plan de Gestión para la Eliminación de Existencias Obsoletas que, por el principio de responsabilidad extendida, va a ser ejecutado y gestionado por el sector privado y se suma al Plan de Gestión para envases vacíos que ya existe.
A su vez, se impulsó con fuerza el uso de las Camas Biológicas (Lechos Biológicos o Biobeds) como herramienta para reducir riesgos de contaminación ambiental puntual, respecto a las cuales el proyecto Plaguicidas realizó un taller junto al Grupo de Análisis de Compuestos Traza del Departamento de Química Orgánica de Facultad de Química y del Departamento de Química del Litoral del Centro Universitario Regional del Litoral Norte de la Universidad de la República de Uruguay.
Esta herramienta se validó con éxito en predios comerciales para la degradación de un paquete completo de plaguicidas usados en un ciclo de cultivo, abarcando más de 30 principios activos y pudiendo adaptarse a todos los rubros.
Salud y ambiente
El proyecto desarrolló una serie de propuestas que, una vez que sean aprobadas e implementadas, se traducirán a su vez en una reducción del impacto del sector en la salud pública y en el ambiente.
Entre de ellas se encuentra la mejora del “Registro de Plaguicidas” que apunta a optimizar el cumplimiento de los estándares internacionales y un progreso de la Evaluación de Riesgo Ambiental de los plaguicidas.
También se propusieron ocho Biomarcadores a través de los cuales se puede monitorear la exposición humana a 31 plaguicidas con el fin de complementar y retroalimentar las políticas de vigilancia epidemiológica y prevención existentes. Según los estudios realizados serían alrededor de 140.000 trabajadores que por su actividad podrían estar expuestos a ellos.
Finalmente, es interesante destacar que, luego de cuatro años de implementación, el proyecto logró posicionar el tema y generar un verdadero impulso que incluye a la mayoría de los actores relevantes, desde el nivel nacional hasta el territorial.
Esta iniciativa apostó al trabajo con organismos de investigación y desarrollo agrícola, con la academia y con productores, como motores de multiplicación y agentes clave de transmisión del conocimiento y formadores de cultura productiva.
Con todos ellos se trabajó con el fin de demostrar la viabilidad técnica, financiera y las ventajas de aplicar esas innovaciones, con una lógica de propuesta de alternativas y no de reemplazo o eliminación, ya que las soluciones no son iguales para todos los casos.
La adopción de buenas prácticas fue acompañada por procesos de formación de capacidades y apoyo a los productores, dado que las técnicas promovidas no eran tan conocidas para muchos.
En cuanto a los desafíos, uno de los mayores es la adecuación cultural. Existe una naturalización en el uso de plaguicidas por parte de productoras y productores. “Los usaron siempre y los ven como una solución que les simplifica el trabajo. Aunque noten que los plaguicidas ya no funcionan como antes, en muchos casos, les cuesta identificar el problema de fondo y visualizar alternativas de cambio”, explicó Viroga. Es clave destacar también que el trabajo con jóvenes resultó muy fructuoso debido a su particular sensibilidad ante los problemas ambientales y sanitarios.
En cuanto a los actores estatales, los objetivos planteados por esta experiencia de cooperación significaron un gran desafío ya que los plaguicidas confluyen con tres competencias sectoriales; agricultura, ambiente y salud.
Por eso es que en el marco de este proyecto trabajan el Ministerio de Ambiente, el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca y el Ministerio de Salud, con apoyo de un equipo técnico de la FAO.
El financiamiento del Fondo para el Medio Ambiente Mundial fue clave para solventar estas debilidades y abordar las diferentes áreas de mejora conjunta, respondiendo a un enfoque de gestión integral de plaguicidas.
Desafíos a futuro
Aunque esta iniciativa realizó importantes avances en el fortalecimiento de capacidades institucionales, el escalamiento las innovaciones requerirá un esfuerzo sostenido de todos para la difusión, el acompañamiento a los actores en el terreno, el monitoreo y la fiscalización que deben ser considerados.
Las mejoras en el posicionamiento del tema y de la articulación entre actores en relación con él, no quitan que la alineación de objetivos, la coordinación y coherencia interinstitucional aún representan un desafío. La consolidación de la construcción de una visión común entre agricultura, ambiente y salud serán claves para que los procesos o mejoras propuestos por el proyecto no se estanquen.
“Sin duda, en este, como en muchos temas, se requiere del compromiso de todas y todos: productores, sociedad civil, academia y el Estado, para hacer que los logros conjuntos ya alcanzados se consoliden y sigan creciendo”, agrega Viroga.
Esto sería clave para sumar valor al trabajo productivo del país y asegurar sus recursos a futuro, en un horizonte que, innegablemente seguirá planteando grandes desafíos.