Compromiso ante el cambio climático, pese a las prioridades en pandemia

El advenimiento de la pandemia a nivel global ha sido un factor omnipresente y puesto en stand by una serie de actividades que hasta el 2020 habían estado en primera línea de las inquietudes y agenda internacional, aunque lentamente se está tratando de retomar cierta normalidad en el quehacer de los foros internacionales, al menos de forma virtual y con un compromiso en el que la atención mundial sigue distraída ante las prioridades por la pandemia.

El COVID-19 fue el gran problema de 2020, sin duda, y en la primera mitad de 2021, cuando las vacunas se están aplicando y se espera que lentamente se vaya extendiendo la inmunidad, se está procesando la recuperación de la agenda con relación al cambio climático.
Es así que en noviembre de 2021, los líderes mundiales se reunirán en Glasgow, Escocia, para trabajar en el sucesor del histórico Acuerdo de París de 2015, encuentro aquel que revistió gran significación porque fue la primera vez que prácticamente todas las naciones del mundo se unieron para acordar que todas necesitaban ayudar a abordar el cambio climático.
El problema fue que los compromisos asumidos por los países para reducir las emisiones de carbono en ese entonces no alcanzaron los objetivos establecidos por la conferencia. En París, se acordó que para fines de siglo el aumento de la temperatura global no estaría por encima de 2°C respecto a los niveles preindustriales. El objetivo era limitar el aumento a 1,5 °C, si era posible.
Pero la realidad indica que los avances han sido muy escasos en este sentido, y según los planes actuales, se espera que el mundo supere el límite de 1,5 °C en 12 años o menos, y que alcance 3 °C de calentamiento para fines de siglo.

De acuerdo a lo establecido en el Acuerdo de París, los países prometieron volver a reunirse cada cinco años y aumentar sus objetivos de reducción de carbono, y se había fijado el encuentro en Glasgow en noviembre de 2020, pero debido a la pandemia se aplazó para este año, con la expectativa puesta en que se aumenten los recortes a las emisiones de carbono.
El anuncio más importante respecto al cambio climático se dio el año pasado cuando en setiembre, en la Asamblea General de la ONU, el presidente de China, Xi Jinping, anunció que su país tenía como objetivo convertirse en neutral en emisiones de carbono para 2060, lo que implica un cambio contundente, porque la nación más contaminante del mundo, responsable de cerca del 28% de las emisiones mundiales, de esta forma anunciaba el compromiso de cortar sus emisiones incondicionalmente, independientemente de si otros países siguen su ejemplo.
Este aparece en principio como una vuelta de tuerca respecto a las negociaciones anteriores, cuando todos temían asumir el costo de descarbonizar su propia economía, mientras otros no tenían el mismo compromiso.

Otro aporte valedero fue el del Reino Unido, cuando en 2019, fue la primera de las principales economías del mundo en asumir un compromiso legal de cero emisiones netas y la Unión Europea hizo lo mismo en marzo de 2020. Desde entonces, Japón y Corea del Sur se han sumado a lo que, según estimaciones de la ONU, son ya más de 110 países que han establecido una meta de cero neto para mediados de siglo.
Según explica la ONU, el cero neto significa que no se estará agregando nuevas emisiones a la atmósfera. Las emisiones continuarán, pero se equilibrarán absorbiendo una cantidad equivalente de la atmósfera. Los países que se han puesto la meta de llegar al cero neto representan más del 65% de las emisiones globales, y más del 70% de la economía mundial, dice la ONU.
Incluso con la elección de Joe Biden en Estados Unidos, la economía más grande del mundo ahora se ha reincorporado al coro de reducción de carbono.
Con este escenario se llegará en noviembre próximo a la cumbre de Glasgow, donde será preciso aterrizar muchas de estas buenas intenciones, estableciendo una agenda y un cronograma con pautas concretas para hacer realidad estos anuncios optimistas.

Hay factores que según los expertos en buena medida estarían facilitando esta transición hacia la reducción de emisiones a la atmósfera, uno fundamental tiene que ver con la reducción de costos de las energías renovables, y enhorabuena.
Es que la caída del costo de las energías renovables está cambiando el cálculo de la descarbonización. En octubre de 2020, la Agencia Internacional de Energía, una organización intergubernamental, concluyó que los mejores esquemas de energía solar ofrecen ahora “la fuente de electricidad más barata de la historia”.
Cuando se trata de construir nuevas centrales eléctricas, las energías renovables ya suelen ser más baratas que la energía generada por combustibles fósiles en gran parte del mundo, según evaluó la agencia.
Si las naciones que marcan la agenda aumentaran sus inversiones en energía eólica, solar y de baterías en los próximos años, es probable que los precios caigan aún más, hasta un punto en el que comenzará a ser rentable cerrar y reemplazar las centrales eléctricas de carbón y gas.
Esto se debe a que el costo de las energías renovables sigue la lógica de toda la industria: cuanto más se produce, se abarata el producto y cuando más barato se vuelve, más se produce para satisfacer la demanda creciente.

En este contexto, la Unión Europea y el nuevo gobierno de Joe Biden en EE. UU. han prometido billones de dólares en inversiones verdes para poner en marcha sus economías e iniciar el proceso de descarbonización. Pero advierten además su intención de incorporar impuestos a las importaciones de países que emiten demasiado carbono, lo que puede verse como muy alentador si al mismo tiempo no se tiene en cuenta que como contrapartida, en esta ecuación también hay verdes: según la ONU, los países desarrollados están gastando un 50% más en sectores vinculados a los combustibles fósiles que en energías bajas en carbono.
Como tendencia, en este panorama en que nos asomamos lentamente a la pospandemia, tenemos que globalmente existe un impulso creciente para lograr que las empresas incorporen el riesgo climático en su toma de decisiones financieras.

El objetivo es hacer que sea obligatorio para las empresas y los inversores demostrar que sus actividades e inversiones están dando los pasos necesarios para la transición a un mundo de cero emisiones netas, enfoque que será clave para incorporar la integración de estos requisitos en la arquitectura financiera mundial en la conferencia de Glasgow.
Pero no hay que precipitarse en echar las campanas a vuelo ni mucho menos: generalmente se trata de procesos lentos y complejos, con marchas y contramarchas, con muchos intereses en juego que explican muchos de los tropiezos que se han dado hasta el presente y el retraso en alcanzar los objetivos que anteriormente se había trazado.
Así, para tener una posibilidad razonable de alcanzar el objetivo de 1,5°C, se debe reducir a la mitad las emisiones totales para fines de 2030, según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el organismo respaldado por la ONU que recopila la ciencia necesaria para informar las políticas.

Esto implicaría lograr cada año la reducción de emisiones que hubo en 2020 gracias a los confinamientos masivos debido a la pandemia, pero la realidad indica que las emisiones, sin embargo, ya están volviendo a los niveles que tenían en 2019.
Ello indica que deberá seguirse trabajando con mucho esfuerzo y convicción, porque muchos países han proclamado a tambor batiente sus intenciones del carbono, pero solo algunos han implementado estrategias para alcanzar esos objetivos y el gran desafío para Glasgow será lograr que las naciones adhieran a políticas que comiencen a reducir las emisiones desde el vamos.