Con un pionero en reproducción animal y docente por vocación, que trazó un camino que continúa

Alfredo Ferraris junto a su esposa Mecha.

El doctor Alfredo Ferraris di Perna nació en el barrio Sacra o también conocido como barrio Ferraris, porque su padre era propietario de una chacra donde “hoy está todo edificado. Iba desde la costanera, que se hizo cuando yo era niño, hasta calle Tropas hoy avenida San Martín”. Allí transcurrió su infancia y sus estudios primarios en las escuelas 26 y 8. Posteriormente en el Liceo Departamental y finalmente, la Facultad de Veterinaria en la Universidad de la República (UdelaR).
De sus estudios secundarios, recuerda que empezó a mejorar su desempeño educativo a partir de cuarto año, “cuando me junté con un grupo de compañeros muy buenos con quienes después nos fuimos a Montevideo. Eso fue muy importante porque hasta ahora seguimos la amistad. La carrera de Veterinaria eran 29 materias, en 4 años. Nos recibimos los tres que fuimos desde Paysandú y nos juntamos con otros tres compañeros de Montevideo”.

En aquella época el desarrollo universitario en el interior del país, era pequeño. Sin embargo, Ferraris destaca que un estudiante tiene que “ir igual a Montevideo. Es importante que vaya a una ciudad grande y viva los cambios, aunque en Paysandú existen ahora grandes posibilidades. De hecho, se lo había planteado a mi hijo que estudia Economía”. Y en este aspecto, coincide su esposa Mecha, quien reconoce que las madres de los estudiantes mantienen los mayores temores por la capital, ante la inseguridad o las dificultades económicas familiares.
Ese grupo de estudiantes se recibió en forma conjunta y en su caso, había comenzado con la carrera docente en su segundo año, siendo ayudante de cátedra del doctor Carlos Carlevaro. “Un veterano profesor que había ido a Italia y era muy detallista en su desempeño. Me sirvió aprender el ordenamiento y el trabajo en el laboratorio que era el ABC de la profesión”.
Relata que “esa barra que habíamos formado, éramos alumnos aventajados. El profesor Edín Raúl Castro nos recomendó para ingresar al laboratorio Rubino en Montevideo. Allí entramos llamados por el docente, que era un veterano experto en parasitología y un muy buen director que tuvo ese laboratorio estatal”.

Posteriormente llegó la experiencia de permanecer un año en Europa y el viaje a Suecia, marcó el destino de lo que iba a desarrollar en los años siguientes en Uruguay.
“Viajé por el Ministerio de Ganadería y otro colega y amigo, Mario Aragunde, fue por la Facultad. Yo era su ayudante. Él había ido a Perú y allá se encontró con un colega que se dedicaba a los camélidos americanos. Había hecho ese curso en Suecia y se lo recomendó”.
El curso era reproducción animal, realizado por SIDA (Agencia Sueca de Desarrollo Internacional, por sus siglas en inglés), junto a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Era una capacitación internacional que prolongaba unos cursos efectuados en India y Pakistán. “Desde allí, los abrieron a Latinoamérica, diseñado para países en vías de desarrollo. Eran ateneos y revisión de bibliografía, en tiempos donde no existía Internet. Venían expertos de todo el mundo a dar sus charlas con una interacción con los estudiantes. El trabajo se hacía en los frigoríficos, revisando a los animales. Posteriormente, se mataba y se veía el diagnóstico que hacíamos de las patologías. Hicimos pasantías allí y visitamos después Dinamarca, Finlandia y Noruega, donde visitamos facultades y centros experimentales”.
Asegura que fue “una experiencia invalorable. Además, los suecos marcaron los parámetros académicos internacionales”.

En el MGAP

En el ministerio estaba a cargo del Servicio de Reproducción Animal. “Inauguré ese servicio junto a un equipo fabuloso de colegas y tres ayudantes muy buenos. A poco de llegar de Suecia, hicimos un muestreo de dos mil chequeos de toros de campo y se creó en Pando un plan piloto de inseminación artificial en tambo, impulsado por el doctor Marco Podestá e Ian Newson, de FAO”.
En aquella zona, comenzó desde el kilómetro 29 hasta Atlántida, “en un área que no es precisamente tambera. Se utilizó porque era cerca. Teníamos dos Volkwagen, uno para hacer la recorrida y otro para las coordinaciones. Formamos una comisión de productores y salió el primer circuito de inseminación artificial”. Recuerda que en 29 tambos había 1.200 vacas. “Era un circuito chico pero recorríamos 180 kilómetros de mañana y otros 180 kilómetros de tarde para inseminar 10 o 12 vacas por día. Era, además, súper caro. Esa experiencia se repicó, porque me visitaron productores de Cardal, Isla Mala y Mendoza para conocer el proyecto”.

Con el epicentro en Cardal se hacían tres recorridos que, “si nosotros lo hacíamos en Volkswagen, ellos lo hacían en sulky, junto al inseminador y los termos. Era el año 1972”.
Esa experiencia también continuó “con 25 productores de la colonia de los alemanes en Ecilda Paullier. En San Francisco hicimos otro plan piloto para Paysandú con 10 productores y la inseminación artificial en los tambos de Carbo y de Martínez Haedo. Aproximadamente era 1974”.
En aquellos años, los productores cabañeros otorgaban en forma voluntaria algunos de los toros que iban a remate. “Hoy es reglamentación. Es una metodología andrológica que nació en Suecia y se desarrolla en Rubino central y en Rubino Paysandú. Pasan por un filtro que define si son aptos, no aptos o cuestionables. Costó imponer esa metodología”, señala.
En su caso, “influyó mucho llevar la parte de sanidad a la producción animal, el hecho de formar parte del grupo CREA Rabón (Consorcio Regional de Experimentación Agropecuaria), del cual fui cofundador entre 1974 a 1980”.

Conocimiento e innovación

Su mérito fue traer a Uruguay las innovaciones científicas internacionales, sustentadas en el desarrollo académico, para la agropecuaria nacional. Sin embargo, en 1974 ante el fallecimiento de su padre, debió encargarse del emprendimiento familiar.
Nunca interrumpió su vinculación con los estudiantes en la Estación Experimental “Mario A. Cassinoni”, ni con el Centro Médico Veterinario de Paysandú, al que define como “mi gran impulsor”. Y su lazo con el sector agropecuario continuó a través de un tambo propio y de explotación agropecuaria.
Hasta que retornó plenamente a aquel lugar, su lugar. “En 1987, con el Centro Médico Veterinario, con Rubino y la Facultad de Veterinaria ingresamos dentro del plan general de descentralización. Formamos el Plan Piloto Paysandú o conocido como PlaPiPa que hoy es Opción Producción Animal (OPA). Ese plan lo desarrollamos con un grupo muy importante de 22 estudiantes que en aquel año vinieron a Paysandú a hacer el cuarto año, y se la jugaron”, destaca.

Se retiró de la actividad en 2012, pero continuó asistiendo tres o cuatro veces al año, invitado por docentes y estudiantes. Y hasta el comienzo de pandemia, se realizaron cursos de inseminación artificial en vacunos durante los meses de enero, que continuó un grupo de docentes.
Recuerda, incluso, que a comienzos de la década de 1970, “las primeras jornadas de Buiatría se dedicaban, entre otros temas, a la reproducción animal y para eso, traíamos a siete u ocho profesores de Suecia a disertar. Además de Estados Unidos, Argentina y Brasil”. Ocurre que la capacitación en inseminación ha permitido el trabajo de profesionales y no profesionales, con una amplia inserción laboral y se enmarca en una actividad bien remunerada.

Su nombre

El laboratorio de Reproducción Animal de la Facultad de Veterinaria lleva su nombre y es un punto de referencia en espermatología que hoy está a cargo del doctor Jorge Gil.
A 30 años de la presencia de la Facultad en Paysandú, en 2017, la iniciativa surgió de sus colegas de OPA de la UdelaR, del Centro Médico Veterinario y del Laboratorio Rubino Paysandú. Recuerda que aceptó de inmediato, “porque me llena de orgullo y alegría”, aseguró.
Hoy tiene 76 años y tres hijos que optaron por otras profesiones. Pero nada cambiaría de su trayectoria académica y docente nacional e internacional, solo “le agregaría cursos de reproducción. Hay que tener más recursos porque tenemos académicos muy buenos. Y la mayoría del conocimiento está dispersado entre los alumnos”.