Factores locales y externos no ayudan a consolidar recuperación

Resulta un ejercicio en extremo complicado –si se quiere hacerlo con seriedad y objetividad— analizar las perspectivas en la evolución de la economía tanto de nuestro país como en forma global, por cuanto además de los factores y condiciones intrínsecos al aspecto económico, persisten –incluso se agravan– elementos exógenos de decisiva influencia, como es el caso de una pandemia que ha recrudecido en número de casos y que se especula por ejemplo que en uno o dos meses afectaría a la mitad de la población de Europa.

Es que en un país tan vulnerable y dependiente de la economía mundial como el Uruguay, hay demasiadas variables en juego como para formular vaticinios ajustados a como se irá dando la situación, aunque si es pertinente actuar sobre hipótesis de trabajo posibles en el corto y mediano plazo, a la luz de nuestros propios problemas estructurales y coyunturales, sujetos a los avatares mencionados.

s del caso traer a colación al respecto reflexiones del economista Javier De Haedo, de reputada solidez técnica, expresadas al suplemento Economía y Mercado, del diario El País, cuando señala entre otros conceptos que en lo que refiere al escenario de la economía uruguaya, en el plano coyuntural, recuperada la actividad económica y el empleo previos a la irrupción de la crisis sanitaria y una vez cumplida la decisiva instancia electoral de fin de marzo –el referéndum por la LUC– “habrá de comenzar otro partido, o mejor dicho el segundo tiempo del partido que está en juego. El gobierno tiene razones para estar satisfecho con lo transcurrido y el segundo tiempo lo encuentra bien parado en la cancha y ganando la contienda”.

“Pero no sería aconsejable que festejara el resultado del primer tiempo y mucho menos que se pizarreara. Los partidos tienen 90 minutos y en los segundos 45 ya no podrán evocar herencia ni pandemia”, acota.

Bueno, el punto es que estos elementos no han quedado por el camino. Todavía el legado recibido se proyecta ominosamente sobre las cuentas públicas y es imposible liquidarlo en solo un año y medio, con todo lo que implica, en tanto la pandemia se refleja en este momento en un número de casos récord, como se da en todo el mundo. Cuando se escuchan voces reclamando medidas que permitan contener la expansión, hay que tener en cuenta que difícilmente en este caso haya espacio en la ciudadanía para nuevas medidas restrictivas severas y mucho menos cuarentena, pero sí asumir una mayor responsabilidad en las medidas individuales y colectivas en cuanto a prevención, por más que la patología tienda a transcurrir con sintomatología más leve y menos derivaciones fatales, por lo que salvo que se haga hincapié –como se debería– en la vacunación, las perspectivas son limitadas, por decir lo menos.

Por lo tanto, es evidente que este partido, como menciona el economista, en realidad no comenzó el 1º de marzo de 2020, sino que ya se venía con un cadena de partidos previos que condicionan el resultado, y de ahí la necesidad de que se sea austero en el manejo de los recursos del Estado, y tratar de que se pueda consolidar la recuperación sobre bases sustentables y sin dar nunca por ganado el partido, como bien se señala.

En síntesis, además, consigna bien De Haedo que “el producto y el empleo se han recuperado, pero están lejos de mostrar magnitudes satisfactorias: el primero está apenas 4% por encima del de hace ocho años y el segundo está muy por debajo del de entonces”. Menciona asimismo como desafíos los “coletazos” de la pandemia en materia social, caso de la necesidad de recapacitar trabajadores que ya no podrán hacer lo que hacían –sobre todo en los sectores más golpeados por la pandemia– y se deberá seguir atendiendo los hogares que perdieron pie en los últimos tiempos”.

Por otro lado, dentro de lo positivo, “se ha mantenido el grado de inversión y se ha mejorado su perspectiva, a partir de una buena gestión fiscal que ha reprimido transitoriamente el gasto, más que reducirlo de manera permanente, y la inflación ha vuelto al 8 por ciento a que nos tiene acostumbrados”.

Pero estos elementos no pueden disociarse de una realidad que es notoria: no se ha abordado la problemática estructural del gasto, y en una u otra forma, se sigue pateando la pelota para adelante, pese al buen criterio de no inflar el gasto estatal, dejando de lado reformas que en su momento fueron postergadas ante la urgencia de la pandemia, y que desde el punto de vista político solo puedan encararse cuando comienza un gobierno, para enfrentar un segundo tramo con los deberes hechos y esperar más o menos sus resultados.

La condicionante electoral se asoma entonces en cuanto a los tiempos, y todo indica que se seguirán postergando decisiones en materia de reforma de la seguridad social y del servicio civil, mucho más aún en cuanto a reformar áreas del Estado que no se animó siquiera a hacer el expresidente Tabaré Vázquez con todo el viento a favor y hasta los sindicatos –el Pit Cnt y el Frente Amplio son dos caras de una misma cosa, como quedó demostrado recientemente–, cuando anunció la “madre de todas las reformas” del Estado que nunca llevó a cabo.

Es que encarar estas reformas tiene su costo político en el corto plazo, cuando los resultados favorables recién se darían en el mediano plazo. Y cuando hay consultas populares de por medio, que trasuntan el humor de la ciudadanía, las cosas cambian en cuanto a prioridades. Simplemente los tiempos no dan y no se quiere pagar los costos, aspecto este que ha sido una constante en todos los gobiernos, del signo que sean, porque los cortoplacismos y las políticas de Estado ausentes lo determinan.

Así, todo indica que poco y nada podrá hacerse en la enseñanza, con los sindicatos en contra y poniendo palos en la rueda para defender sus intereses laborales y motivaciones ideológicas, una burocracia estatal atornillada, empresas públicas donde la eficiencia y la productividad son mala palabra, competitividad deprimida por efectos de los altos costos internos, tanto en servicios como en insumos y desde el punto de vista salarial, sin olvidar el alto costo tributario y de emprender, debido a la necesidad de recursos para atender el gasto público.

Una noria que sigue girando, con pocas alternativas posibles en un escenario donde los choques de intereses y las motivaciones ideológicas hacen lo suyo, lo que amerita que solo puedan ensayarse retoques aquí y allá, que al fin y al cabo son solo analgésicos para postergar la cirugía mayor que se necesita.