¿Punto de inflexión o apenas un pit stop?

En la anterior edición de EL TELEGRAFO, citado en la sección Rurales, el presidente de la Asociación Cultivadores de Arroz, Alfredo Lago, habló de un cambio que se produjo durante el año pasado en los negocios internacionales del cereal. “En junio de 2021 veníamos en un proceso de negocios muy tonificados, una buena demanda de nuestra producción y entendíamos que iba a ser la tónica para el resto del año. En el segundo semestre el escenario fue cambiando y llegamos al 28 de febrero cuando se cierra el ciclo comercial con todo el arroz vendido; entiendo que la gestión comercial de la industria fue buena para poder capear la situación debido a la dificultad de concretar negocios y de logística”.
Pero lo interesante de ver son las causas de este cambio en el segundo semestre, que Lago atribuyó a “los problemas logísticos, la ausencia de contenedores y la ausencia de barcos”, como factores negativos para la conformación del precio acordado con la industria, habida cuenta del encarecimiento que supuso.

No es, por cierto, la primera vez que ocurre que las condiciones de comercialización de determinado producto cambian de un semestre a otro, específicamente en el caso del arroz a veces ocurre que los principales productores en volumen tienen una zafra demasiado buena y esa producción que suele consumirse en los mercados internos asiáticos, se vuelca al comercio exterior y distorsiona los precios. Pero este no es el caso, aquí Lago está hablando de problemas logísticos, de contenedores y de barcos, problemas que el grueso de la opinión pública global conoció cuando un enorme portacontenedores quedó atravesado en el canal de Suez, por causas que todavía no se lograron esclarecer del todo.

Estos problemas no han afectado solo al arroz, los contenedores en el mundo transportan todo tipo de mercaderías, el comercio mundial se mueve en barcos. La pregunta es si estos problemas logísticos pueden llegar a ser tan profundos como para llegar a poner en riesgo un proceso tan consolidado como la globalización, con la que venimos conviviendo hace ya varias décadas y que se ha transformado en una característica del mundo como lo conocemos en esta generación.

Hay varias características que definen a la globalización pero las más salientes son tal vez la interconexión financiera y la descentralización de procesos industriales. El encarecimiento logístico está presionando sobre esta última. ¿Y en qué consiste esa descentralización? Pues por ejemplo en que aparatos de consumo masivos como las computadora, los teléfonos, los televisores, incluso los autos, han dejado de fabricarse en un solo lugar, se arman con trozos que llegan desde diferentes fábricas esparcidas en diferentes lugares y se comercializan luego en cualquier lugar del mundo. Esto ha sido posible en tanto el transporte ha sido rápido y barato, pero si deja de ser una o ambas cosas, puede ocurrir un retroceso e iniciarse un proceso de “desglobalización”, donde el mundo vuelva a fabricar y a comercializar regionalmente.

Esta hipótesis la manejan algunos analistas, aunque por supuesto que no hay unanimidad, ni cerca.
Lo concreto es que este encarecimiento en los fletes está presionando sobre los precios de los commodities, como los alimentos, como la energía; está encareciendo el costo de vida en el mundo.
“No queda claro que lo que estemos viendo sea una reversión de la globalización”, comentó el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, citado en una nota que publicó esta semana el New York Times, aunque el mismo funcionario reconoce que “es claro que se ha ralentizado”.
En una columna para La Vanguardia el economista Fernando Trías de Bes analiza el fenómeno de la supuesta desglobalización desde una visión escéptica. La base de su fundación es que el mundo está demasiado globalizado.

“El número de divisas del mundo se ha reducido ostensiblemente, y cuatro divisas (dólar, euro, yuan y libra esterlina) concentran la práctica totalidad del comercio internacional. Por otro lado, la deuda soberana de cualquier nación del mundo, especialmente las occidentales, está en manos de no residentes. De la deuda de los estados miembros de la UE, por ejemplo, entre el 50% y el 80% está en manos extranjeras. China, por su parte, es el mayor comprador de deuda estadounidense”, planteó. Agregó que “nunca el comercio mundial había tenido el peso que registra en la actualidad. Alrededor de un 25% del PBI mundial proviene del intercambio internacional. Ningún país puede permitirse una involución de tal calibre sin entrar en una crisis interior y grandes niveles de desempleo”.

Sus últimos argumentos son demográficos: “Occidente no va a crecer en población y, en cambio, Asia y África doblarán sus habitantes en las próximas décadas. La presión a la baja en salarios en estos países será enorme, y su oferta, en los sectores menos tecnificados, deberá encontrar una salida en el mundo global. Y así será. Y constituirá una oportunidad también para nosotros”.
Concluye su análisis afirmando que “me puedo equivocar, pero, por lo que a mí respecta, si son una empresa exportadora, no teman. Vienen grandes oportunidades. El coste de los fletes acabará bajando. Ya lo verán”.