Reforma educativa en el siglo XXI

“Cara a cara con la comunidad” se denominan los encuentros que comienzan hoy lunes las autoridades de ANEP, con el fin de presentar los ejes estratégicos de la Transformación Educativa. Este buque insignia del presidente del Codicen, Robert Silva, pretende ubicar en el centro al estudiante y su aprendizaje, según publica el organismo en su sitio web. “Implica cambios en las prácticas de enseñanza y evaluación, ya que se apunta a un currículo pertinente más cercano a la realidad de los estudiantes, y en congruencia con las exigencias de una sociedad del conocimiento”, agrega.
Los antecedentes para dicha transformación, forman parte de las estadísticas de los últimos dos años de este gobierno y el promedio de los anteriores. Porque, con pandemia o sin ella, el dato riguroso indicaba altos índices de desvinculación y un corte entre Montevideo e Interior que profundizaba las diferencias.
Durante el primer año de la contingencia sanitaria resultó evidente la multicausalidad ante un fenómeno global como la COVID-19.
Más de la mitad de los estudiantes que cursaron Secundaria se desvincularon y un mismo porcentaje de alumnos no logró graduarse del Bachillerato en Montevideo. Del total de adultos que cursaron con años de rezago, promovió solo un tercio y hubo casi 5.000 alumnos menos.
Casi seis de cada diez estudiantes finalizó el bachillerato (57%) y si bien la deserción disminuyó en comparación con años anteriores, esos guarismos se mantienen elevados.
Los esfuerzos por contener a adolescentes y jóvenes dentro del sistema educativo, requiere de un análisis más abarcativo. Porque el contexto de pandemia resulta más complejo de evaluar, al momento de comparar los datos de promociones correspondientes a cada año lectivo.
Durante el tiempo de la emergencia sanitaria y el desarrollo de la virtualidad, relativizó el concepto de las inasistencias y esto ocurrió en Secundaria, donde se desconoce la cantidad de días de clase de cada alumno. O el cambio de estrategia que permitía repetir con más de seis materias bajas, en vez de hacerlo con tres.
Ante la imposibilidad de comparar de igual manera realidades diferentes, no dejan de extrañar los resultados obtenidos en Montevideo y la zona metropolitana durante el 2020. Allí, donde existe una mayor conectividad y recursos, se tuvo egresos menores en comparación al Interior. La capital registró 47,3% de promoción en bachillerato, en comparación con las mejores cifras registradas en el litoral, donde Colonia obtuvo el 77,5%.
Los sindicatos docentes alertan sobre el recorte de horas, sin embargo, las cifras se mantenían estables desde las administraciones anteriores. Al igual que las materias que presentan mayores dificultades para los alumnos, lideradas por la Matemática.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre reformar o transformar? Porque la reforma de lo ya existente no alcanza para desarrollarse en el mundo que plantea diariamente nuevos desafíos y las transformaciones implican otras expresiones educativas. Y si este período finalizara igual que los anteriores, entonces implicaría un nuevo estancamiento o la imposibilidad de iniciar nuevos caminos.
De arranque, la transformación educativa deberá extenderse por más de un período de gobierno y establecer políticas públicas con una amplitud de miras. Es decir, comenzar a erradicar –aunque sea tímidamente– ese país acostumbrado a construirse para un período de cinco años, donde el gobernante resuelve y ejecuta un programa hasta el última día de su gobierno. Después, vendrá el siguiente y resolverá nuevas estrategias.
Probablemente, el argumento más sólido para que la clase política lo entienda, es que un estudiante atravesará por unos cuatro o cinco gobiernos, que aplicarán diversas estrategias que influirán durante su trayectoria educativa.
Y porque, en definitiva, el contexto internacional se encuentra bajo un proceso de transformación continua que requiere renovaciones, de lo contrario, la educación será irrelevante en la vida de esos jóvenes. La mirada deberá ir en función de las nuevas generaciones, para que el estudiante sea el centro de la cuestión. Porque, mientras el sistema político y los sindicatos discuten, los años de estas generaciones siguen atravesadas por el cortoplacismo de sus decisiones.
Hace falta una reforma integral, sin divisiones y con diferentes niveles de su marco curricular, pero definidos por un mismo criterio. Es aquel que se sostenía bajo la pregunta insustituible: ¿para qué futuro educamos?
Por el momento no parece tan cercana esa respuesta, en tanto, no se ha logrado elevar el nivel de discusión. Y un ejemplo de ese reduccionismo estuvo presente durante la campaña por la derogación de 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración en lo que respecta a este tema.
Es notorio y coherente que ninguna reforma puede concretarse efectivamente sin la participación docente, pero requiere de una altura de miras que hoy se limita a una discusión político-partidaria.
Pero también, en honor a esa coherencia, hay que comprender que una menor escolarización y capacitación, estarán ligadas ineludiblemente a trabajos mal pagos y a menores posibilidades de cumplir con la ansiada equidad.
El estancamiento económico que atravesó este país duarante años no es directamente proporcional a su desarrollo humano. Y las reformas que en otros países se consideran urgentes, cambian drásticamente cuando se aplican al contexto uruguayo.
No es posible vivir en un estado continuo de consulta. No lo es para un equipo de gobierno, ni para los individuos desde sus realidades particulares. Por eso, Uruguay no puede volver a enfrentar las mismas realidades de siempre en un mundo cada vez más gobal, complejo y tecnológico.
De hecho, se profundiza el perfil de una población envejecida con menor capacidad de producción e innovación. El país tiene una población con varios años menos de educación que otras naciones exitosas y un elevado índice de informalidad. Esa es una realidad que separa a sus ciudadanos de una sociedad de bienestar y la necesidad de transformar para mejorar deberá discutirse todos los días.