Colón: ¿quién pagará la cuenta?

Días atrás EL TELEGRAFO informaba que entre el 1º y el 8 de julio se produjeron unos 95 mil ingresos en todo el país y 110 mil egresos, de los cuales por el puente Paysandú-Colón ingresaron 27.545 personas y egresaron 27.000, de acuerdo a cifras proporcionadas a nuestro diario por el coordinador Operativo de la Dirección Nacional de Migración, Alejandro Ruiz, quien aseguró que “Paysandú es el punto de mayor movimiento de gente”. De acuerdo con dicho jerarca, el tránsito vecinal se sitúa en el entorno de un 90% del total, haciendo notar que el puente ubicado en nuestras costas “es el punto que tiene mayor tránsito vecinal”.
Si suponemos un gasto promedio de 2.000 pesos uruguayos en cada visita a la ciudad de Colón –cálculo estimativo sumamente conservador; posiblemente sea más del doble o triple– eso nos daría algo así como 1.215.000 dólares estadounidenses por semana o sea casi 5.000.000 de dólares estadounidenses por mes. Ante una suma de tanta importancia, sólo resta pensar que podría hacer con nuestro departamento si ese dinero se gastara en Paysandú en lugar de mejorar la vida de los habitantes de la ciudad de Colón. A modo de ejemplo, cada 70 días podríamos contar con el dinero suficiente para construir una nueva “Torre de la Defensa” –“el rascacielos más alto del Interior, exceptuando Punta del Este”– y en el lapso de cinco meses habríamos lograr igualar la suma por la cual se constituyó el fideicomiso que fuera aprobado por la Junta Departamental antes de las elecciones departamentales del año 2020 y que costará 15 años para pagar.
Si le preguntamos a cada uno de los sanduceros qué harían si el departamento contara con cinco millones de dólares estadounidenses adicionales por mes, seguramente las respuestas serían tan variadas como pintorescas. Algunos optarían por potenciar las obras de infraestructura, empezando por dejar todas las calles asfaltadas como un billar, otros por priorizar la llegada de inversores y la formación de recursos humanos y algunos (los más nostálgicos) por tratar de recuperar de alguna forma el pasado industrial que ya todos sabemos que nunca volverá. Lo único que tendrán en común esas propuestas es que ninguna de ellas podrá transformarse en una realidad sin los fondos necesarios para financiarlas y ahí es donde “no hay más perro que el chocolate” como dice el viejo refrán: la única forma de lograr todas esas cosas es con dinero, el mismo que todos los días y casi durante las 24 horas se escapa a Colón para no volver más. Cada vez que los sanduceros cruzamos el puente para cargar combustible, comprar mercaderías de las más diversas clases (comestibles, medicamentos, artículos ópticos, etcétera) o contratar servicios (tanto gastronómicos como médicos o automotrices) estamos optando por dejar nuestro dinero del otro lado del río Uruguay y perjudicar de manera directa la economía departamental. Lo mismo sucede con las finanzas del gobierno departamental, que sin duda se verán afectadas porque los mismos que se niegan a destinar recursos al pago de los impuestos departamentales son quienes cruzan a dejar ese mismo dinero en Colón y como si fuera poco se quejarán si alguna obra departamental queda sin hacer a pesar de que no cumplieron con sus obligaciones como contribuyente para que ello fuera posible. Por supuesto, nadie pone en duda la libertad de cada individuo de hacer con su dinero lo que le plazca o gastarlo donde más lo prefiera, pero cuando en lugar de casos aislados hablamos de población en masa “bagayeando”, las consecuencias son graves y se vuelven como un boomerang contra esa misma población que cree que está haciendo el negocio de su vida; en especial los más carenciados, que son los primeros que quedan sin trabajo o fuentes de ingreso cuando la economía se resiente. Y después es el Estado el que debe hacerse cargo a través de asistencia social.
Así las cosas, debemos ser conscientes que cada peso que cruza el puente es un peso que abandona el circuito económico local y le priva a los comerciantes sanduceros de todos los tamaños (grandes, medianos y pequeños) de la posibilidad de recuperar su inversión y expandirse, generando nuevos puestos de trabajo y con ello mejores condiciones de vida para nuestra comunidad. Lo más parecido a la actitud que han asumido los sanduceros que cruzan en masa a Colón es la imagen de un animal que se muerde su propia cola, perjudicando su salud y su integridad física a partir de un acto propio cuyas graves consecuencias no llega a dilucidar hasta que es demasiado tarde. Es que más temprano que tarde las consecuencias de esa sangría de dinero llegarán a los hogares sanduceros y ese será un momento realmente angustiante y de lógicas lamentaciones. Quien hoy cruza alegremente a llenar el tanque de nafta y cenar, el día de mañana verá perjudicado su negocio, tendrá que despedir a algunos de sus trabajadores y deberá achicarse para sobrevivir. Los precios de este lado no bajarán sino que aumentarán, debido a que con menos ventas el comerciante deberá subsistir y cumplir con sus compromisos económicos –sueldos, aportes, impuestos, servicios, etcétera–; algo que los “negacionistas de la economía” no quieren o no saben entender. En esa “política de achique” tendrá que recortar gastos y de esa forma su actitud restrictiva en materia de consumo terminará impactando a otra pieza del engranaje económico local, que podrá ser un vecino, un amigo o un familiar cercano. Una vez que el boomerang de los viajes a Colón está en el aire, poco le importa a quien golpeará; lo único cierto que es alguien terminará golpeado y las risas de la buena vida a bajo costo serán trocadas por el llanto de la falta de empleo y oportunidades en su propia tierra. ¿Dramático? Tal vez. ¿Inevitable? Sin lugar a dudas.
A esta delicada situación se le suman algunas formas de pensar que poco ayudan a lograr una solución beneficiosa para todas las partes interesadas. Con frecuencia muchas personas utilizan las redes sociales para atacar al Centro Comercial e Industrial de Paysandú o a los comerciantes en general calificándolos de “llorones” y de “quejosos” o hasta “ladrones” por cumplir con una tarea que es básica en cualquier organización gremial: la defensa de sus afiliados, de la misma forma que un sindicato cuida los intereses de los trabajadores. Lo cierto es que esos “llorones” o “quejosos” están al frente de emprendimientos empresariales que generan empleo y pagan impuestos, los que terminan financiando áreas tan sensibles como la educación, la salud o la seguridad, además de pagando sueldos y aportes sociales de los trabajadores, entre un sinnúmero de beneficios. Ojalá hubiera más “llorones” y que tuvieran más y mejores ventas, porque gracias a ello podrían contratar más personal, pagar mejores sueldos y abonar más impuestos. Pero claro… mucha gente no piensa de esa forma porque como decía el ex primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, “muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar y muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”. En una ciudad como Paysandú, donde para muchos es un pecado ser empresario, quienes han invertido en una actividad comercial o industrial nunca será visto como un factor positivo a la hora de dinamizar la economía sino como una suerte de parásito que vive del trabajo de los demás. Esa visión falsa de la realidad es la que impide que nos demos cuenta de que le estamos pegando un balazo en el pie al que genera trabajo y que será el primero (pero no el único) perjudicado por esta fiebre de consumo en Colón. En este barco estamos todos juntos y la caída de la actividad económica en nuestro departamento no será poca cosa: muy por el contrario, la noche será oscura, dolorosa y muy duradera. Lo único que podrán hacer quienes cruzaron a Colón cuando les lleguen sus consecuencias es recordar la gran fiesta de consumo que se vivía del otro lado del puente. El problema será que, como sucede en todas las fiestas, en algún momento se terminan y alguien deberá pagar la cuenta porque como dicen los economistas “no hay almuerzo gratis”.