Adaptarse es la consigna

“Tenemos que entender que Nueva Zelanda no puede permitirse el lujo de proteger todo lo que hemos construido y no podemos permitirnos devolver todo lo que se dañará”. La frase corresponde al comisionado del Clima, Rod Carr, al comentar un novedoso estudio científico capaz de mostrar “qué ocurrirá, dónde y cuándo”, y gracias a ello permite tomar decisiones respecto a las infraestructuras en riesgo debido al cambio climático.

Carr comentó que algunas comunidades que viven cerca del mar tendrán que dejar sus viviendas en unos treinta años. Es que el país insular está sufriendo como pocos por el momento el impacto del cambio climático, que provoca la subida del nivel del mar debido a que –a la par– se están hundiendo partes de su territorio.
El hundimiento del suelo se está produciendo por ejemplo en zonas de las ciudades de Auckland y Wellington, según consta en el informe. Se estima que el nivel del mar puede llegar a aumentar medio metro para el año 2100, pero en la costa neocelandesa –debido al hundimiento– el impacto puede llegar a ser del doble.
En su cuenta de Twitter, el proyecto NZ SeaRise publicó que “el aumento global del nivel del mar de 25 a 30 cm para 2060 es inevitable, independientemente de nuestra futura trayectoria de emisiones. Pero en muchas de las regiones más pobladas de Nueva Zelanda, los movimientos verticales de la tierra significan que estos cambios pueden producirse entre 20 y 30 años antes de lo previsto”.

Pero este no es más que solo un ejemplo. Hay otros casos bastante recientes que han quedado un tanto olvidados en la vorágine de las noticias. Ocurrió en Miami, Estados Unidos. En junio se cumplió un año desde el derrumbe del edificio Surfside, una estructura de 12 plantas, que desde hace muchos años ya presentaba problemas de hundimiento y colapsó parcialmente, con el saldo de 98 muertes.
El cambio climático y su incidencia en el incremento del nivel del mar se colaron entre las hipótesis del porqué de esta tragedia. Hay dos maneras en las que puede haber incidido la suba del mar, como la corrosión del medio salino en la estructura y el debilitamiento del suelo en el que está asentado.

Un informe de CNN al respecto, citando un estudio de Climate Central, estima que se prevé un aumento de entre 0,6 y 2,1 metros en el nivel del mar en el transcurso de este siglo, y que quedarían inhabitables terrenos en los que viven unos 200 millones de personas alrededor del mundo.
Citado en el informe, Arnoldo Valle-Levinson, profesor del Departamento de Ingeniería Civil y Costera de la Universidad de Florida, afirmó que el aumento del nivel del mar es una amenaza para los edificios en algunas líneas costeras y “ya está mandando señales de que hay que hacer algo para adaptarnos y para prevenir catástrofes como esta”.

Explicó que allí, en la península de Florida, el “suelo kárstico” está compuesto de carbonato de calcio que “se disuelve con relativa facilidad con el agua de mar”, comparado con otros suelos de roca volcánica. Además se trata de un suelo muy permeable, con muchas fracturas por donde se puede meter el agua y esto hace que haya puntos más débiles.
También, por supuesto, está el tema del agua salada. Basta con haber ido alguna vez a la costa para saber qué ocurre con el hierro expuesto. El aumento del nivel del mar puede afectar los cimientos que contengan metal.

La respuesta a esto es adaptarse y, como decía Carr, asumir que no todo se podrá rescatar.
Uruguay también tiene muestras de afectación costera. En junio de este año un violento temporal afectó la costa y el punto donde se registraron mayores pérdidas fue el balneario rochense de Aguas Dulces. Fueron 21 construcciones las que derribó el mar y otras 27 sufrieron diferente grado de afectación. Todas estas viviendas y estructuras estaban edificadas en una zona de dominio público. Allí se ha relevado la presencia de más de 530 viviendas en total en una franja de 1.500 metros de largo y 75 de ancho. Todas ellas, en mayor o menor grado, expuestas a que las afecte el avance de las aguas, que se viene registrando hace mucho tiempo en el lugar, o algún otro fenómeno extremo. El clima es inevitable. Vaya si Paysandú lo sabe. La única respuesta es la adaptación.
Ben Schafer, ingeniero estructural de la Universidad Johns Hopkins, citado en el mismo informe de CNN, expresó que “el cambio climático está cambiando las exigencias para todos nuestros edificios en Estados Unidos”. Adaptación. “El aumento del nivel del mar es un ejemplo de algo que es mucho más amplio. Todos nosotros lo estamos experimentando, y así como lo estamos experimentando nosotros, también nuestros edificios. En muchos casos, se enfrentan a exigencias que no se habían previsto cuando los diseñamos en el pasado”, prosiguió diciendo.
Uruguay tiene un plan nacional de adaptación al cambio climático que ya ha propuesto una serie de medidas referidas a ciudades de más de 10.000 habitantes. El objetivo general es “reducir la vulnerabilidad frente a los efectos del cambio climático mediante la creación de capacidades de adaptación y resiliencia en ciudades, infraestructuras y entornos urbanos”.

En el documento Plan Nacional de adaptación a la variabilidad y el cambio climático en ciudades e infraestructura –disponible en la página web del Ministerio de Ambiente– ya se advierte que se esperan cambios en los patrones de circulación recurrentes de los vientos. Se espera una “disminución en la frecuencia de ocurrencia de sistemas de baja presión al sur de Uruguay y de vientos del sur, así como un aumento en la ocurrencia de ciclones y anticiclones sobre el océano Atlántico”, y debido a ello es esperable “que continúe el aumento en el número de eventos extremos de viento, principalmente en la región sur del país durante invierno”.

Asume además que la afectación alcanzará a “la producción de alimentos, la estabilidad de infraestructuras y edificaciones, la continuidad de las actividades y la seguridad de las personas”. Así como que la combinación de factores (vientos, precipitaciones, aumento del nivel del mar) “aumentan el riesgo de inundación y de erosión, con crecidas, marejadas, pérdida de arena de playas y retroceso de barrancas, afectando actividades, ecosistemas e infraestructuras claves en las ciudades”.
Porque todo esto se sabe, porque consta en la documentación, es necesario que también forme parte de la planificación y de la asignación de recursos que es, a la postre, el gran tema detrás.