Escribe Ernesto Kreimerman: Dos viejos conocidos están reordenando prioridades

Por Ernesto Kreimerman
La reunión de lunes próximo pasado entre Joe Biden y Xi Jinping fue la número 68. Las 67 anteriores tuvieron lugar en los tiempos en que uno y otro coincidieron en sus respectivos roles de vicepresidentes; Biden entre los años 2009 y 2017, y entre los años 2008 y 2013. De allí un detalle significativo: de común acuerdo decidieron utilizar el apoyo de traducción simultánea para darle más dinámica, más agilidad al intercambio que, recordemos, tuvo lugar el lunes 14, en Bali, Indonesia.

Con tensiones acumuladas durante los últimos tiempos, ambos presidentes llegaban a la reunión fortalecidos en sus respectivos frentes internos. En efecto, Jinping fue reelecto como secretario general del Partido Comunista, del Comité Permanente del Buró Político, la Comisión Militar Central. Joe Biden, dos veces vicepresidente con Barack Obama, es quien le arrebató la presidencia a Trump en unas elecciones cargadas de tensiones, amenazas y provocaciones. Es cierto, es el presidente más veterano de la historia de los Estados Unidos pero al mismo tiempo un experimentado parlamentario, especialmente en cuestiones internacionales. Biden, que en los últimos meses hizo valer la ajustada mayoría parlamentaria para aprobar leyes que hicieron la diferencia, en cuestiones de salud, educación y economía familiar, salió victorioso en su última victoria electoral, la de “medio término”, emergiendo fortalecido, conservando la mayoría en el Senado y una derrota en la cámara de representantes, de menor cuantía frente a todos los pronósticos.

En ese contexto, otro elemento de contexto que ambos presidentes soslayaron y que son ambos conscientes: la evolución de la guerra ruso-ucraniana, ha fortalecido la mirada de los Estados Unidos frente a quienes creían ver una victoria rápida de Putin, que no ha sucedido. Aún más, Rusia anunció el domingo pasado, un día antes del encuentro, que se reunirá con EE. UU. para negociar un nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas. El START fue firmado en 1991, y revisado en 2010. Completando este capítulo, ambos países advirtieron a Rusia, con lenguaje directo, que no aceptarían ni tolerarían el uso de armas no convencionales.

La estrategia Biden

La visita de Nancy Pelosi a Taiwán, que tanto molestó al gobierno chino, formó parte de una jugada fuerte de reordenamiento de la agenda de la Administración Biden. También tenía algo de una respuesta a la actitud china frente a la invasión rusa a Ucrania. Un Putin, disminuido, que no puede refrendar con éxitos militares sus discursos iniciales, y que canceló su viaje a Bali, delegando su comparecencia a la reunión del G-20.
Biden volvió a respaldar a Pelosi y su viaje a Taiwán, que forzó un cambio de tono. Y elevó la mirada al referirse al asunto como la “doctrina Taiwán”, más profundo y menos coyuntural.
Así las cosas, ambos líderes llegaban a este encuentro desde posiciones fuertes, con respaldos renovados, y con la voluntad coincidente de que era el momento para dejar atrás la amenazofobia como la denominó Qin Gang, embajador chino en los Estados Unidos, y “retomemos la relación habitual”.

Unos 210 minutos

Eran dos grandes maestros de ajedrez, que se conocen mucho, y que al momento del trascendente encuentro, eran conscientes que debían definir cómo seguirían las relaciones entre sus países y cómo se proyectarían. En estos casos, además de acordar los asuntos, se acordó la forma en la que se informará. No hay nada que se deje al azar. Esa instrumentalización es tan compleja como la resolución de los asuntos centrales.
La primera coincidencia, fue la de destacar la responsabilidad política que les cabía en esta hora. Para Biden, “compartimos la responsabilidad de demostrar que China y Estados Unidos pueden gestionar sus diferencias, evitar que la competición se convierta en conflicto, y buscar maneras de trabajar juntos en cuestiones globales urgentes que requieren nuestra cooperación mutua”. Xi Jinping manifestó que “necesitamos desempeñar el papel de liderazgo, establecer el rumbo correcto para las relaciones bilaterales y ponerlas en una trayectoria ascendente”.
A lo largo de la reunión, los presidentes convinieron las zonas de riesgo y cómo actuarían a futuro. Una primera señal positiva, fue el anuncio del restablecimiento del diálogo para los asuntos del cambio climático. La segunda, Taiwán. Jinping, según el resumen, dejó sentado que constituye “la primera línea roja que no debe ser superada en las relaciones sino-estadounidenses”. En este particular, Biden, que no cree que China esté pensando unas acciones militares rescató “la posición tradicional de Washington al respecto”, a la que ahora llamó doctrina.

Sin embargo, los asuntos de fondo eran otros (éstos eran los inmediatos), los referidos al campo económico y tecnológico. Biden, a diferencia de Trump que recurría a la guerra arancelaria, apeló a la restricción del acceso chino a tecnologías clave estadounidenses, así como exhortaciones a las empresas a reducir su dependencia de China, buscando socios en países más amigables. La respuesta de Xi Jinping fue directa: China entiende que Estados Unidos ha procurado frenar su desarrollo. Pero “empezar una guerra comercial o una guerra tecnológica, construir muros y barreras, y empujar por el desacople o el corte de las cadenas de suministro va contra los principios de mercado y erosiona las normas del comercio internacional. Estos intentos no benefician a nadie. Nos oponemos a la politización y conversión en armas de los vínculos económicos y comerciales, así como de los intercambios científicos y tecnológicos”.
La mejor síntesis de la histórica reunión la hizo Wang Yi, ministro de Exteriores chino, al afirmar que se trató de una reunión sincera, profunda, constructiva y estratégica, que marca un nuevo comienzo para las futuras relaciones bilaterales.

Nada fue azaroso

Conviene leer con atención un extenso documento que publicó la White Housae el pasado 12 de octubre, denominado National Security Strategy, la nueva estrategia nacional de seguridad. Contiene una definición que resume la mirada estadounidense: China “es el único país con la intención de reconfigurar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para impulsar ese objetivo”.
Atentos a esas definiciones hay que releer y comprender las alianzas fortalecidas a partir de la respuesta a la invasión rusa a Ucrania. Del mismo modo, hay que revisar el análisis acerca de los esfuerzos que China ha hecho, que muestran también una mirada diferente, y que incluye el diseño de nuevas alianzas y coaliciones.

Y hay que prestar atención a los movimientos, novedosos o relanzamientos, tanto de los Estados Unidos como de China. La red estadounidense es más larga en el tiempo y también más compleja, pero China ha lanzado iniciativas que, si bien no todas han consolidado, si ha acumulado experiencia y sofisticación.
Ha habido y hay un reordenamiento aún en proceso. Hay que hacer algo más que tomar nota. Hay que replanificar para estar a la altura de estos desafíos.