Escribe Ernesto Kreimerman: Los malos no descansan, ¿y los buenos?

Si no logran cambiar el curso de los acontecimientos, los estadounidenses tendrán unos días difíciles en los próximos días, tal vez semanas. Y el barullo no tiene que ver con la crisis bancaria, ni tampoco con la invasión de Rusia a Ucrania. Tiene que ver con una cuestión muy profunda que ha estado en juego en los últimos seis/siete años, que hace a la institucionalidad democrática.

Ya en estas últimas semanas ha comenzado a aparecer, palabras más-palabras menos, una reflexión sencilla y sensata, que dice así: “el problema no son las personas malas que actúan mal (que lo son), si no las personas buenas que pudiendo actuar prefieren mirar hacia otro lado y dejar hacer a los malos, sabiendo las consecuencias por su omisión”. Martin Luther King Jr. lo expresaba de una manera directa y contundente: “ignorar el mal es convertirse en cómplice de él”.

Edmund Burke (1729-1797), que desde su juventud comprendió que la filosofía tenía una importancia extraordinaria para la política, fue quien plantó esta idea: “lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada”.

Inspirado o no en este antecedente (¡vaya uno a saber!), más acá en el tiempo el más popular de los científicos, Albert Einstein, la consolidó de manera más didáctica: “el mundo es un lugar peligroso para vivir; no por las personas que son malvadas, sino por las personas buenas que no hacen nada al respecto”.

Marco Tulio Cicerón que vivió entre los años 106 a 43 antes de la era cristiana, fue uno de los más destacados políticos, abogado, filósofo, escritor y orador romano. Protagonista de su tiempo, nada de las cuestiones trascendentes le fueron ajenas, destacando en casi todas ellas. Resultado de esa reflexión sobre cuestiones filosóficas, advirtió y dejó como enseñanza para la posteridad, e incluso para los estadounidenses de estos días: “la función de la sabiduría es discriminar entre el bien y el mal”. Posiblemente, inspirada en estas palabras, María Montessori (1870-1952), médica, psiquiatra, filósofa y, fundamentalmente, pedagoga, cuando pensó en la educación y en el método educativo, pensó que “la primera idea que el niño debe adquirir es la diferencia entre el bien y el mal”. María Montessori, imposible no mencionarlo, fue una mujer increíble: fue una activista femenina, sufragista italiana y de profundas creencias cristianas.

La tuvo muy difícil, pero enfrentó con audacia el machismo y el autoritarismo de su época. Médica graduada con honores en la Universidad de Roma La Sapienza, es más recordada por su método educativo que hoy sigue vigente en unas 25 mil escuelas, según el International Montessori Institute (IMI).

¿Qué nos está pasando?

Casi todos los países, salvo pocas excepciones, viven en estos tiempos tensiones que van de más o menos fuertes, a fuertes y muy fuertes. Responden a pujos antidemocráticos crecientes inspirados, casi todas las veces, en llamamientos xenófobos, racistas, clasistas e incluso inconformismos nacidos de promesas electorales traicionadas o simplemente frustradas por impericia (las menos de las veces) y/o demagogia (las más de las veces).

La carrera a la presidencia de Donald Trump tiene un largo anecdotario de cuestiones imposibles. El anuncio formal de su candidatura tuvo lugar el 16 de junio de 2015 y no paró hasta la victoria electoral. Todo grandilocuente, como cuando desarrolló su derrotero empresarial. Y pese a tener una presunta deuda con el fisco y unas 5/6 declaraciones juradas nunca presentadas, nadie hizo realmente algo significativo para poner límite a esos abusos y otros arrebatos autoritarios.

Ya en el desarrollo de la campaña los hechos de violencia se sucedían semana a semana. Los discursos del candidato eran una incitación a la violencia, con provocaciones explícitas. La estrategia político electoral de Trump fue sumar a todos los odiadores posibles, a los temerosos de todos los asuntos inciertos, a los que rechazan todo y cualquier impuesto…

Ejemplos concretos: en su primer acto en la ciudad de Derry, New Hampshire, el 19 de agosto de 2015, Trump lanzó la primera de sus máximas: “día uno de mi presidencia, (los ilegales) se irán y se irán rápido”. Unos días después, esta vez en Alabama, lanzaría otra provocación: los doce millones de indocumentados serían deportados en los dos primeros años de su próxima presidencia.

Más ejemplos: en otro de sus actos, Trump anunciaba que no habría de permitir la entrada de musulmanes. De inmediato, el American Jewish Committee (Comité Judío Estadounidense), la Liga Antidifamación, el rabino Shalom Baum, presidente del Consejo Rabínico de América, la Asamblea Rabínica del movimiento conservador, el Religious Action Center of Reform Judaism, la Reconstructionist Rabbinical Association y el National Jewish Democratic Council, todos ellos repudiaron esas expresiones.​

Los años de su presidencia fueron tumultuosos y marcados por todo tipo de situaciones tensas por sus declaraciones. El creciente desgaste y el cansancio frente a estas repetidas provocaciones tuvieron sus consecuencias hacia el último tramo de su presidencia. El resultado fue concluyente: en votos, Joe Biden, el candidato demócrata, sumó 81.281.888 votos contra 74.223.251 de Trump. Y en lo fundamental, los votos electorales, Biden alcanzó 306 y Trump apenas 232.

El intento de golpe frustrado

El entorno político de Trump era consciente de la derrota, de lo concluyente del resultado aun considerando situaciones menores, no se sumaron a ninguna aventura antidemocrática de las varias que intentó Trump siempre secundado por un conjunto de hombres que acumularon gran poder en ese período, pero que al mismo tiempo no ocultaban su desprecio por el sistema democrático y de partidos políticos.

Así las cosas, el asalto al Capitolio de los Estados Unidos que se produjo del 6 de enero de 2021 fue un duro golpe a la democracia, en el que seguidores de Donald Trump, convocados e impulsados por él, ingresaron según un plan (mal concebido y peor ejecutado) de invasión del Congreso, por la fuerza y violando la seguridad, ocupándolo parcialmente por varias horas. Aunque el incidente perturbó la vida normal del Congreso, se certificó la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de 2020.

Después de esos traumáticos hechos, la investigadora del Congreso luego de un trabajo cuidadoso y muy extendido en el tiempo, que recién ahora está llegando a su fase final, ha probado que se trató de un intento de golpe de estado, de desestabilización de la vida institucional de los Estados Unidos.

El problema es que ahora, por esa misma lentitud provocada, básicamente, por la actitud garantista de la comisión, se sobreponen los tiempos de las conclusiones parlamentarias de esta comisión, con el inicio de la campaña electoral. Y eso no es conveniente, pues se sobreponen decisiones principistas con circunstancias electorales, de inmediatez. Trump quiere volver, y es opinión unánime que necesita inmunidad, la que se deriva de ocupar una responsabilidad de ese tipo, parlamentaria (que no sería el caso) o ejecutiva (que sí lo sería).

Parece increíble que un período entero de gobierno no le haya alcanzado al Congreso y a su comisión especial, integrada por congresistas de primer nivel, para terminar con su labor dentro de un plazo prudente.
Parece cierta una vieja máxima, que vale no olvidar: los malos no descansan, ¿y los buenos? Caramba, parece que ellos sí.