Historias desde el residencial: Proyectos de impacto social

El objetivo fundamental de todo el personal que trabaja en residenciales debería ser el de brindar un espacio vital y una atención integral en busca del fomento de la autonomía, del mantenimiento de las funciones y las capacidades, y por ende de la calidad de vida de la persona mayor residente.
Y esta búsqueda por calidad de vida debe tomar en cuenta la situación puntual de cada mayor, su opinión, sus gustos o preferencias.

Se trata entonces de ayudar a vivir el envejecimiento de una manera más saludable y activa, en contra de las visiones estereotipadas y negativas que siguen existiendo tanto de la vejez como de la permanencia en un establecimiento de larga estadía.
Afortunadamente cada vez son más las instituciones y el personal alineados con esta idea, convencidos de que la actividad tanto física y mental, conjuntamente con la participación social, son pilares para un buen envejecimiento, desde un punto de vista físico, social, psicológico y emocional.
Por eso el contar con actividades como estimulación cognitiva, música, gimnasia, recreación, psicomotricidad, visitas o paseos, es tan importante como atender las necesidades farmacológicas de cada residente.
Pero aún podemos ir un paso más allá.

Tengamos en cuenta que en estos establecimientos conviven la maestra, el ingeniero, el empleado de una fábrica, el jardinero, el sastre, el dueño de un comercio y el ama de casa. Esta heterogeneidad construye un rico ecosistema que puede llegar a ser el caldo de cultivo de interesantísimos proyectos que traspasen los límites del establecimiento.
Los talleristas que trabajan con el grupo están en una posición de privilegio –al de algún modo, moverse ajenos a la vorágine de las diferentes tareas que el resto del personal debe cumplir en su jornada laboral– para poder reconocer las “materia primas” a partir de las cuales diseñar proyectos de trabajo que revaloricen la historia y los saberes de cada residente, reconociendo así, entre otras cosas, el gran valor de su experiencia laboral, reivindicando algo que dentro de un residencial parecería carecer de utilidad, ya que en el día a día no cuentan con demasiadas oportunidades de hacer demostración de los beneficios de tal experiencia.

Es muchas veces durante los diferentes talleres o actividades que ofrecen los residenciales, que podemos escuchar frases como “el es bueno para las cuentas porque trabajaba en un banco” o “eso preguntáselo a ella que es maestra”. Debemos ser atentos a estos momentos y propiciarlos, pues esto sin duda hace que esa persona se sienta reconocida dentro del grupo por lo que es hoy, pero como resultado de su historia de vida, dejando atrás la sensación de que una vez que uno ingresa por la puerta de un residencial comienza un proceso de despersonalización y homogeneización en el que uno termina siendo solamente “otro viejo”.

A partir del reconocimiento atento de estas experiencias y potencialidades, pero también de los intereses emergentes de los residentes, hemos podido llevar a cabo diferentes proyectos en los que hemos logrado generar instancias de trabajo cuyos resultados repercutieron positivamente a nivel social fuera del establecimiento, traduciéndose en todos los casos en experiencias revitalizantes para la mayoría de los residentes, alimentando su autoestima y el sentido de pertenencia a un grupo al establecerse una meta en común.
Me permitiré relatar brevemente una experiencia realizada en un centro de larga estadía a modo de ejemplo de este tipo de proyectos.

Paseo de fin de año de niños de sexto año escolar

En cierto momento nos enteramos por medio de un tallerista que también trabajaba como docente de música en una escuela, que varios niños que ese año egresarían, no tenían modo de financiar el costo de transporte y estadía para participar del campamento de fin de año, perdiéndose así esta experiencia junto a sus compañeros.
Esto hizo eco en algunos residentes de la institución que plantearon la inquietud de encontrar una manera de poder ayudar en esa situación.
Con uno de los talleristas operando como facilitador, se llevó a cabo una lluvia de ideas entre todo el grupo, buscando modo de poder financiar esos paseos, pero a la vez involucrar a los niños en la construcción de esa solución.

Entonces de esa charla fue surgiendo la idea de cocinar algo que pudiese venderse y utilizar el dinero recaudado para aquel fin. Tras idas y vueltas sobre el tema se determinó que se prepararían trufas de chocolate, se llevarían a la escuela y serían los propios niños los encargados de venderlas en los recreos a modo de merienda.
En seguida esto devino en una división de roles: una residente se comprometió a pensar y enseñarnos la receta más fácil para poder llevar la idea adelante, otro a escribir una carta a la dirección de la escuela para buscar la aprobación de la misma y tras esto realizar la comunicación a los padres, otro, el “bueno para las cuentas”, realizó los cálculos para estimar un precio de venta, y otros, varios, se ofrecieron como mano de obra a la hora de dar forma y color a las trufas.

Tras obtener la aprobación de la dirección nos pusimos manos a la obra, y la jornada de manufactura fue sin duda estimulante, una tarde de salir completamente de la rutina, y por qué no también, trabajar de forma divertida varias funciones físicas y mentales.
Tras una producción de más de tres centenares de trufas, fueron llevadas a la escuela y vendidas en los siguientes días, como merienda en el recreo, llegando al cabo de algunas jornadas al monto necesario para costear lo requerido para el paseo de aquellos alumnos cuyas familias no podían pagarlo.
Durante el paseo, estos chicos filmaron un hermoso video de agradecimiento que fue mostrado luego en el residencial. Esta experiencia marcada por la solidaridad, es solo una de varias de las que he tenido la suerte de ser testigo o partícipe.

Donación de juguetes para Centro CAIF

En otra oportunidad, mientras corría el mes de noviembre y empezábamos a pensar en las fiestas de fin de año, se nos ocurrió la idea de realizar una donación de juguetes para los chicos de un Centro de Atención a la Infancia y la Familia (Plan CAIF) de la zona. Así que organizamos una fiesta de despedida del año, a la cual invitamos a todos los familiares de los residentes a compartir un almuerzo y algunas actividades recreativas, pero bajo la consigna de que debían traer al menos un juguete, sin importar si era nuevo o usado.
Con anterioridad preparamos unos cajones que pintamos durante distintas sesiones, en los cuales iban a recibirse los juguetes que irían llegando. La convocatoria fue un éxito tal, que estos cajones estuvieron lejos de dar abasto.
En los días posteriores, los residentes se dedicaron a limpiar, clasificar y embalar todos los juguetes, con una participación muy grande de todos.

Con esta actividad cada familia que llevaba un niño a este centro recibió tres juguetes para regalarle en Navidad, resultando en un momento muy emotivo, cargado de agradecimientos. Creo que es sencillo entender lo estimulante que para estas personas mayores resultan este tipo de proyectos, en los que su acción resulta en cambios positivos más allá de los límites del lugar en el que se encuentran institucionalizados. Depende de todos nosotros, los que trabajamos con esta población, invertir nuestra energía y nuestro tiempo para ayudar a que se lleven adelante, cada vez más, este tipo de experiencias que sin dudas insuflan de vida a todas las personas que se involucran.
Sebastián Cobas