Solicitada: Primera Defensa

Estamos en el año 1784

Los citados no aparecían. A su derredor sólo veía rostros hostiles y sonrisas irónicas que no presagiaban nada bueno.
Requirió entonces la presencia de Gregorio de Soto; pero en su lugar se adelantó su hermano, llamado Luis, el cual sólo sabía comunicar que esa mañana a las seis el Administrador y los Caciques habían tenido que ausentarse por motivos urgentes.

“¿Tendrá que ceder el Juez subdelegado ante la taimada actitud de aquellos Indios y la inexplicable conducta del Administrador? No puede ser; su dignidad no lo consiente.
–¿Quién representa aquí a Don Gregorio de Soto? Pregunta con autoridad.
–Yo, señor, responde socarronamente Don Luis.
–Pues aquí hay una providencia que se debe cumplir en el acto.
–Vuestra merced dirá.

–Para proceder al desalojo ordenado, empiece usted por descolgar ese esquilón.
Y señaló una campaña o esquilón “que se hallaba colgada de un palo en la puerta del galpón de paja y cueros, que sirve para decir Misa cuando hay sacerdote”… dicen los autos.
–Señor, no hay herrero que lo haga.

Y mientras se desarrollaba este diálogo entre el Juez y Don Luis de Soto, se producía un movimiento sospechoso, entre los demás que habían acudido al ver llegar con tanto aparato judicial al señor de la Quintana.
Andaba por allí el gallego José Domínguez, llamado por mal nombre “Rompe Esquinas”, y el andaluz Diego Baca y un húngaro, a quién apellidaban “el Panadero”, y Manuel Sanz conocido por “el Pilotín”: toda una fuerza internacional. Todos ellos, mezclados con los pacíficos Indios moradores de Paysandú, hablaban con estos en voz baja y los persuadían a algo que era llegado el momento de realizar.

El Juez demostraba no tenerlas todas consigo, pero no quería permitir que su autoridad y su dignidad sufriesen menoscabo y buscaba en su mente un arbitrio que le valiese en el caso.
¿No había traído acaso gente armada para apoyar su autoridad? Era, pues, el caso de valerse de ella.”
“Pero los indios ya lo habían madrugado. Cuando tal vez a echar mano de este supremo recurso, vé que un pelotón de naturales sale de detrás de una empalizada, arrastrando un cañoncito que, con poco disimulo apuntaron hacia el grupo “judicial”, como esperando la menor señal de violencia dada por el Juez, para contestar en el mismo tono.
La partida estaba perdida, y la prudencia aconsejaba que el desalojo se dejase sin efecto para mejor ocasión.
El Juez protestó de palabra contra el desacato, mientras liaba sus petates y cartapacios y se disponía a volver por donde había venido.

Pero no paró aquí la cosa; porque el Defensor de los Indios tomó ocasión del incidente para acusar al Juez de la Quintana de “exceso contra los naturales”, por apoyarse en un hecho falso para considerar la región de Paysandú, comprendida en los terrenos de Martínez de Haedo. El hecho falso al que se refiere es este: Considerar que “el Queguay y el San Francisco entran juntos en el Uruguay, cuando en realidad los que así lo hacen son el arroyo Negro y el Bellaco”. Y aún –alegaban—dado el caso de que Paysandú estuviera dentro de los límites de dichos terrenos, “para destrhuirlo siempre sería necesario refleccionar que las Poblas (poblaciones) son útiles a la causa pública; y que deven por lo mismo prevalecer contra el interés particular …”

Segunda Defensa

Durante el primer sitio de Paysandú, en agosto de 1811, los orientales al mando de don Francisco Bicudo. se enfrentaron a las Fuerzas Imperiales Unificadas de Portugal, al mando de Bentos Manuel Ribero. En esta primera Defensa, el historiador Aníbal Barrios Pintos destaca la figura de María Abiaré, conocida popularmente como “China María”, esposa de José Abiaré, quien ante la ausencia de su marido por encontrarse luchando junto a José Artigas en el sitio de Montevideo, tomó las armas y defendió la ciudad. Aníbal Barrios Pintos señala en su publicación a Defensa. Juan José Oberti