Ucraniana de 102 años sobrevivió a la hambruna de Stalin y ahora confecciona trajes para francotiradores

Tapices tradicionales ucranianos, fotos familiares y escenas pastoriles en carteles baratos cubren las paredes de la cabaña calentada por una estufa de leña. El único registro de su trágico pasado son su partida de nacimiento y sus recuerdos.
En sus 102 años, Liubov Yarosh ha sobrevivido a tres hambrunas, incluida la conocida como “Holodomor”, entre 1932 y 1933 cuando, bajo las órdenes de Joseph Stalin, los agricultores de Ucrania fueron despojados de cada grano que producían para alimentar la industrialización de Moscú y reprimir la resistencia nacionalista ucraniana.
“No había nada para comer entonces. Comíamos hojas de tilo y ortigas. Solíamos moler estas plantas silvestres en harina, hornear con ellas y comerlas. Eso es lo que comíamos durante la hambruna”, dijo Yarosh. A los 13 años, vio morir a sus dos hermanos mayores en lo que fue la peor hambruna generalizada de Ucrania. “Estaba completamente hinchada. Mis piernas estaban hinchadas, mis brazos estaban hinchados. Estaba tan enferma. Pensé que me iba a morir”, dijo sobre su propio sufrimiento.
En aquel entonces, el Kremlin buscó despojar a Ucrania de sus agricultores independientes, de su idioma, de su historia, de sus artistas y de su independencia.
Muchos encuentran muchas similitudes entre lo que sucedía entonces con lo que está haciendo ahora el presidente ruso Vladimir Putin.
Tres de los nietos de Yarosh ahora defienden a su país como soldados, porque el Kremlin se niega a reconocer la independencia de Ucrania. Y los desgarradores recuerdos de su propia infancia siguen apareciendo con fuerza. “Los niños pequeños se morían de hambre. Los subieron a un camión. Hicieron un gran hoyo y los tiraron a todos adentro. Había brazos y piernas ahí y les tiraron tierra encima sin ninguna ceremonia”, cuenta. Unos 90 años después, ella se niega a aceptar la última agresión. Su odio por Rusia es evidente cuando imita un corte de garganta con su dedo y afirma: “Tenemos que exterminarlos para que no quede ni uno solo. Solo entonces podrá haber paz”.
Su furia por lo que se está haciendo con su tierra y con su gente la ha llevado a la acción.
Ella disfruta de las tareas que tiene, atando cuerdas de arpillera –que le entregan voluntarios– en redes para hacer trajes de francotirador camuflados que sirvan a los soldados entre la vegetación o la nieve, para que puedan estar mejor preparados ante los rusos.
Recientemente, el Centro de Resistencia Nacional de Ucrania alegó que las fuerzas rusas confiscaron y quemaron libros ucranianos de bibliotecas públicas y escolares en la región de Lugansk.
Miles de ucranianos han sido deportados y 14.000 niños están desaparecidos, según el gobierno de Ucrania. Las Naciones Unidas dicen que un número grande –aunque desconocido– de niños ucranianos están siendo adoptados a la fuerza por familias rusas. Estos son presuntos crímenes de guerra o crímenes de lesa humanidad, y pueden formar parte de argumentos posteriores de que equivalen a actos de genocidio.
“La herramienta principal en 1932-33 fue el exterminio por inanición, privando de todos los alimentos y haciendo las condiciones incompatibles con la vida. Ahora sucede lo mismo. Se crean condiciones incompatibles con la vida”, dice Kostiv, del Museo Nacional del Holodomor-Genocidio de Ucrania. “Pero ahora hay una gama más amplia de herramientas y están más relacionadas con el Ejército. Nuevas armas, nuevos misiles. Una gran masa de tropas destinadas a destruir y reprimir la resistencia ucraniana”.