El mismo planeta, nuevos desafíos

Hoy en un nuevo día Mundial de la Madre Tierra, fecha establecida a instancias de la ONU, que se está celebrando este año por 50ª oportunidad, cabe hacer un paréntesis para plantear una reflexión sobre los avances que se han logrado, o los retrocesos que hemos experimentado en este período.

De buenas a primeras, no estamos mejor que hace 50 años, ni que se diga, pero algo mejor de lo que podríamos estar si hubiésemos seguido como veíamos, se puede decir que sí. Tal vez el emblema más grande de cómo estas acciones globales pueden dar resultado es la recuperación de la capa de ozono, todo un hito fruto de un esfuerzo colectivo que involucró a todos: gobiernos del mundo, sociedad civil, la ciencia y el sector empresarial, que entendieron en su conjunto que determinadas sustancias no se podían seguir usando, y se pudieron primero dejar de usar, y luego reemplazar, sin que ello implicara resignar calidad de vida. Cierto es que en otras áreas no se ha encontrado el mismo eco, y seguimos teniendo una economía dependiente de las energías procedentes de combustibles fósiles —por más que cada vez más la generación a partir de fuentes renovables, así como los combustibles sintéticos no contaminantes y otras alternativas vienen creciendo—; seguimos generando montañas de basura cada día, sin que logremos hallar una solución adecuada a tanto desperdicio, o mejor dicho, sin que logremos aplicar masivamente las soluciones que sí se han encontrado a micro o pequeña escala, como la reutilización de materiales plásticos o el evitar el uso de plásticos de uso efímero. Ni hace falta decir que seguimos corriendo y perdiendo la carrera contra el calentamiento global y buscando recursos para adaptarnos a las modificaciones climáticas que este trae aparejadas, mientras asistimos a la creciente pérdida de biodiversidad.

Al respecto de este último punto, en diciembre pasado se llevó a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica —de la que Uruguay participó con el entonces ministro de Ambiente, Adrián Peña—, y en ese contexto los Estados participantes aprobaron un nuevo instrumento para la protección de la biodiversidad: el Marco Mundial de la Diversidad Biológica Kunming-Montreal, que integra cuatro objetivos y 23 metas con el fin de frenar la pérdida de biodiversidad hacia el año 2030.

Entre estas metas propuestas se incluye el compromiso de la “conservación y gestión eficaces de al menos el 30% de las tierras, las aguas continentales, las zonas costeras y los océanos del mundo”; “que se haya completado o esté en curso la restauración de al menos el 30% de los ecosistemas terrestres, de aguas continentales, costeros y marinos degradados”; “reducir a casi cero la pérdida de áreas de gran importancia para la biodiversidad”; “reducir a la mitad el desperdicio de alimentos y reducir significativamente el consumo excesivo y la generación de desechos”; “reducir a la mitad el exceso de nutrientes y el riesgo que representan los plaguicidas y los productos químicos peligrosos”. Pero también forman parte de estas metas “eliminar gradualmente o reformar los subsidios que dañan la biodiversidad en al menos 500.000 millones de dólares al año”; “movilizar al menos U$S 200.000 millones al año en financiación nacional e internacional; y garantizar que las compañías y las instituciones financieras controlen, evalúen y divulguen sus riesgos, dependencias e impactos sobre la biodiversidad”.

Este nuevo marco dispondrá de un fondo especial para aumentar la financiación, a través del Fondo para el Medio Ambiente Mundial —GEF, por las siglas en inglés de Global Enviroment Found—. Además se establecerá otro fondo multilateral, específicamente para “apoyar la distribución equitativa de los beneficios de la información de determinación de la secuencia digital sobre recursos genéticos”. Asimismo el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), coordinará la realización de nuevas convenciones sobre naturaleza, como la realizada en noviembre pasado, en la que las partes intervinientes en “la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) adoptaron propuestas para regular el comercio internacional” de 500 nuevas especies animales y vegetales.
Estas instancias internacionales han permitido alcanzar acuerdos también en otras áreas, a partir de la ampliación de acuerdos preexistentes, por ejemplo el Convenio de Basilea sobre desechos electrónicos, que abarca un problema que en el año 2019 –antes de la pandemia y el boom digital que esta trajo– tuvo un impacto de 53 millones de toneladas en el mundo, de las que solo se recicló el 17%.

El Pnuma creó otros tres fondos temáticos con el objetivo de proporcionar financiación para apoyar la entrega de los objetivos de la Estrategia a Medio Plazo (2022-2025) de estabilidad climática. Simultáneamente el programa está avanzando en alianzas e iniciativas intersectoriales y multisectoriales con industrias de alto impacto, con la intención de colaborar en iniciativas privadas, aportando datos que ayuden a encontrar mejores soluciones. Un ejemplo de esto es la “Alianza a Favor de Vehículos y Combustibles Menos Contaminantes”, que, con 73 asociados, promueve combustibles y vehículos más limpios en países en desarrollo y economías emergentes, y que contribuyó a poner fin al uso de las naftas con plomo.

Por eso en esta fecha es interesante ver que se están instrumentando soluciones con la ambición de que tengan impacto global, porque a veces pareciera que la estrategia solamente se limita a pedirle al vecino o la vecina que haga su parte. Y claro está, que si todos hacemos un poquito, entre todos vamos a generar un impacto importante. Y no hablamos de grandes sacrificios, como no volver a usar el auto, no; un buen comienzo sería, por ejemplo, dejar de depositar en los contenedores comunes los materiales reciclables, como plásticos, cartones, metales y vidrios, que se pueden disponer en los Centros de Entrega Voluntaria. Por ahí puede empezar un cambio interesante.