El oxígeno de las remesas

A mediados de la primera década del 2000, ya las previsiones indicaban un aumento sostenido de las remesas que millones de personas de países en desarrollo o países pobres reciben de sus familiares emigrados a otros países. Esa tendencia se ha ido confirmando y actualmente las remesas que reciben las familias de los migrantes latinoamericanos se miden con respecto al aporte que significan para el Producto Bruto Interno (PBI) de los países.

Las remesas son una fuente vital de ingresos para muchos países de América Latina donde tienen un papel crucial en la subsistencia de las familias y, en consecuencia, para el desarrollo económico y social de la región dado que en muchos casos evita que muchas personas caigan por debajo de la línea de pobreza.

Cada vez más, una gran parte del dinero destinado al mundo en desarrollo no viene de mercados de valores, los gobiernos amigos o los organismos internacionales. Viene de gente pobre que emigró para hacer su vida lejos de los suyos esperando mejorar –justamente– la vida propia y familiar. Proviene de la señora que pasa la aspiradora de una oficina en algún lejano país, del obrero indocumentado o el señor que lava los platos en un restaurante de alguna ciudad ubicada a miles de kilómetros de distancia de donde se encuentra el resto de su familia. Esos envíos de dinero que dirigen hacia sus países de origen, a veces para poner la comida sobre la mesa, otras para invertir en la vivienda o poner un pequeño negocio, están teniendo un peso muy importante en la economía de los países.

Los efectos de la pandemia de la COVID-19, hicieron que especialmente en 2020 se registraran algunas disminuciones en los flujos de remesas como reflejo de los problemas que enfrentaron los migrantes al tratar de enviar dinero a sus familias durante la crisis.
Muchas personas perdieron sus trabajos en el extranjero y, por lo tanto, dejaron de enviar dinero a sus hogares. Además, las restricciones de viaje y la disminución de la actividad económica en algunos países también afectaron el flujo de remesas.

No obstante, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en 2021 las remesas hacia América Latina y el Caribe alcanzaron los 127 mil millones de dólares, lo que representa un incremento anual del 26%, el más alto de los últimos 20 años.
“En América del Sur, si bien el impacto inicial negativo de la pandemia en 2020 dominó la evolución de los flujos de remesas en estos países, a partir de la segunda parte de 2020 y en todo el 2021, se observó un rebote que los devolvió a niveles más altos de los que se habían observado en los últimos años”, señala el informe titulado “Las remesas a Latinoamérica y el Caribe en 2021: el esfuerzo de los migrantes durante la crisis del COVID-19”, preparado por la Unidad de Migraciones del BID. Sin embargo, según el referido análisis estos flujos recuperaron su crecimiento rápidamente, y ya durante el 2021 fue aún más notoria, alcanzando tasas de crecimiento superiores a los máximos históricos y marcando un récord en los montos que se recibieron en la región.

Entre las razones que surgen como posibles causas del incremento de las remesas se encuentran las mejoras del mercado laboral de los emigrantes de la región en Estados Unidos y España (destinos más importantes de la diáspora latinoamericana y caribeña); los apoyos monetarios que algunos gobiernos dieron a las personas para paliar los efectos de la crisis y que beneficiaron a los migrantes y un ligero crecimiento de la migración hacia Estados Unidos.

En el concierto de los países latinoamericanos, la excepción fueron Chile y Paraguay, donde la reversión de la tendencia fue más débil, por lo que son los únicos países cuyos niveles de remesas aún se encuentran por debajo del promedio de los últimos cinco años, lo que el estudio relaciona con la poca dependencia que tiene Chile de las remesas y en el caso paraguayo, por la gran participación que tienen las remesas intrarregionales de Brasil y Argentina en sus totales.
Uruguay es uno de los países receptores de remesas y exhibió en los últimos años el mayor crecimiento desde 2017, alcanzando los 3.591 millones de dólares anuales en 2021, lo que representa un 0,2% del PBI. A modo de comparación cabe señalar que las remesas son más significativas en el Caribe y Centroamérica, donde equivalen al 12% del PBI.

Las remesas intrarregionales también juegan un papel importante –aunque son mucho menores en promedio que las provenientes de Estados Unidos o España–, dado que una cuarta parte de los migrantes de los países latinoamericanos y caribeños se quedan en otros países de la misma región. Por ejemplo, alrededor de 5 millones de venezolanos han emigrado a otros países de América Latina y un millón más se encuentra en otros continentes.

No obstante, existe aún poca información sobre las remesas intraregionales dado que los bancos centrales de varios países –con muy pocas excepciones–, según el estudio no publican estadísticas de remesas por país de origen, lo que imposibilita identificar adecuadamente los principales países latinoamericanos donde se generan “aunque es conocido el hecho de que los bancos centrales sí reciben los datos necesarios de los operadores de transferencias de dinero, por lo menos parciales, como para poder generar estadísticas con desglose geográfico del origen de dichas transferencias, pero por varias razones eligen no publicarlas”.

Las proyecciones futuras para las remesas en América Latina son positivas y los analistas esperan que aumenten impulsadas por la recuperación económica en los países de destino de los migrantes. Además, la adopción de nuevas tecnologías y servicios financieros, como las transferencias digitales y las criptomonedas, podrían facilitar el flujo de remesas y reducir los costos asociados.

En definitiva, se trata de transferencias de dinero que suelen llegar a los hogares de bajos ingresos, lo que las convierte en una herramienta para reducir la pobreza y la desigualdad. Si bien existen desafíos y riesgos asociados con el flujo de remesas, las proyecciones futuras son positivas y se espera que las transferencias de dinero sigan siendo una herramienta clave para reducir la pobreza y mejorar el bienestar de millones de personas en la región. Se trata de una realidad muchas veces invisibilizada pero que tiene un peso socioeconómico importante y significan algo así como un soplo de oxígeno para las familias receptoras y una fuente sustancial para aportar al desarrollo de los países.