El Uruguay que encanta a los extranjeros

(Por Horacio R. Brum)
“Es que ustedes son cultos y tranquilos”. Esa es la explicación que los amigos y colegas chilenos suelen dar a este corresponsal, para justificar su aprecio por el Uruguay; en el ambiente de los negocios y las inversiones se pondera el respeto por las leyes y las reglas del juego y las empresas que están en el país –como Celulosa Arauco, socia principal de la productora de celulosa Montes del Plata–, tienen en alta consideración al trabajador uruguayo, por su capacidad y nivel educativo. Más allá de la calidad de la carne, el ritmo de vida tranquilo también es elogiado por los turistas, quienes hacen notar la amabilidad de la gente en todas partes, aunque con frecuencia se quejan de los precios altos.

Una vez que se logra aclararles la diferencia de nombre entre Uruguay y Paraguay, los europeos también tienen alguna idea de las supuestas bondades de la vida uruguaya, si bien su visión del territorio no va mucho más lejos de Punta del Este, y Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti son sus escasos referentes de nuestra cultura. No obstante, algunas noticias recientes dan cuenta de que está aumentando el interés de los nativos del Viejo Continente por establecerse en la orilla oriental del Plata. Algunos de ellos temen la generalización en tierras europeas de la guerra de Ucrania y hay alemanes que buscan estudios sobre si la radioactividad causada por una eventual guerra atómica podría llegar al sur del continente americano. Este temor es propio de una población que durante décadas soportó las tensiones de la Guerra Fría; un ejemplo de ello existe en la Patagonia chilena, donde la ciudad de Chile Chico, 2.000 kilómetros al sur de Santiago, tiene numerosas familias de origen belga. Ellas provienen de un grupo que llegó en 1947, con el miedo de que se desatara una tercera guerra mundial, y su traslado desde la margen argentina del Atlántico fue una verdadera epopeya, que incluyó el transporte por tierra de un barco, para poder comunicarse con el resto del territorio chileno a través del extenso y profundo lago General Carrera.

Con menos tonos épicos, otros “casi” extranjeros están llegando a Uruguay huyendo no de una guerra con bombas, sino de un estado permanente de guerras verbales, crispación social e incertidumbre económica. “¡Cuántas veces nos corrieron, cuántas veces los corrimos!”, dijo en la Milonga para los Orientales Jorge Luis Borges, que gustaba imaginarse como concebido por sus padres en una estancia de Paysandú. Corridos por la realidad de su terruño, los argentinos están solicitando miles de residencias cada año y al parecer, han descubierto un país que sus propios habitantes no siempre ven.

“El pequeño gigante que sorprende en América Latina” es el acápite de Laboratorio Uruguay, el título de un libro publicado recientemente en Buenos Aires que describe, desde la óptica argentina, “Una república laica, donde la religión compartida por creyentes y no creyentes, derechas e izquierdas, ricos y pobres, es la igualdad ante la ley, el respeto a la división de poderes y la pluralidad de ideas y orígenes”. Escrita por dos periodistas cercanas al mundo empresarial, una de las cuales fue senadora por el partido actualmente opositor que encabeza Elisa Carrió, la obra presenta a los uruguayos como una nación de emprendedores, libre de corrupción y donde la política se conduce con caballerosidad, siempre en busca de acuerdos. Aunque toca tangencialmente problemas como el deterioro de la educación pública, Laboratorio Uruguay muestra al país como una excepción en América Latina y en los primeros puestos de las democracias del mundo. Los expresidentes Lacalle Herrera, Mujica y Sanguinetti, junto al mandatario actual Luis Lacalle Pou, integran una larga lista de entrevistados con representantes argentinos y uruguayos de grandes empresas, sindicalistas, científicos y funcionarios del gobierno. Se incluye además el relato de las experiencias positivas de algunos de los argentinos que resolvieron pasarse a la Banda Oriental; tanto en esos testimonios, como entre líneas de los comentarios de las autoras, hay un claro sesgo antikirchnerista.

Allí está el problema del súbito interés de nuestros casi compatriotas como de otros extranjeros por vivir en Uruguay: ¿se debe a los méritos reales de la sociedad y la economía nacionales o a una decisión de conveniencia, que cambiarán en cuanto las condiciones en sus lugares de origen hagan posible el regreso? Hay más de 3.000 millones de dólares de argentinos no residentes depositados en la plaza uruguaya y no es fácil determinar cuántos tienen ese origen entre los 25.322 millones en depósitos de residentes informados por el Banco Central. Ello, sin contar lo que han invertido en empresas y propiedades de alta gama. Cabe preguntarse qué sucederá con esos capitales si algún día la Argentina alcanza la estabilidad política y económica, o si en Uruguay se produce alguna crisis que excite el notorio nerviosismo argentino frente al riesgo.

Por otra parte, los nuevos residentes pertenecen en su mayoría a las clases pudientes, que cuentan con los recursos para instalarse sin dificultades e incluso, como consta en Laboratorio Uruguay, pueden crear sus propios enclaves de viviendas de lujo y establecimientos de educación privada, principalmente en Punta del Este. A mediados de este mes, por ejemplo, se realizó en Santiago de Chile un evento inmobiliario, para ofrecer a los chilenos decenas de proyectos de construcción en la ciudad balnearia y en Montevideo, todos ellos con características exclusivas.

El retrato del “pequeño gigante que sorprende a América Latina” tiene mucho del encanto que alguna vez atrajo la atención de los políticos e inversionistas del mundo hacia Chile, un encanto que desapareció en 2019, cuando el alzamiento popular de octubre dejó al descubierto las carencias de un país que se creía a las puertas del desarrollo. El 13 de abril, el semanario inglés The Economist publicó un artículo de advertencia para Uruguay, titulado: “Uruguay está perdiendo su reputación como la historia de éxito en América Latina”. La nota destaca las diferencias con el “Brasil políticamente polarizado y la económicamente disfuncional Argentina”, pero subraya que los “escándalos de crimen y corrupción han perjudicado al presidente conservador Luis Lacalle Pou”. El caso Astesiano, el uso del país como corredor de armas y drogas entre la Argentina y el Brasil, así como las sospechas de corrupción que cayeron sobre varios funcionarios del gobierno, son los argumentos de The Economist para afirmar que Uruguay “pierde el brillo”.

Hubo un tiempo en que los uruguayos creían vivir en la Suiza de América y solían afirmar que “como el Uruguay no hay”. Ahora son los extranjeros los que están fomentando esa ilusión, pero conviene recordar a aquellos inmigrantes “golondrina” de la gran ola migratoria, que venían a trabajar una temporada en nuestras tierras y volvían a sus países a disfrutar de lo ganado. Además, la gran corrupción nos rodea por todas las fronteras y no es novedad que Punta del Este ha sido una de las estaciones de la ruta del dinero sucio generado por algunos personajes del kirchnerismo.