Escribe Ernesto Kreimerman: repasando a Montesquieu

Charles Louis Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu (1689-1755), ha sido uno de los pensadores más importantes de la Ilustración y de los más influyentes en la historia de la humanidad, alcanzando sus aportes vigencia hasta nuestros días. Conviene de tanto en tanto repasar, por lo menos, algunos de sus contribuciones más relevantes, los que han hecho de este filósofo y jurista francés un referente indispensable.

Aunque el principal aporte de Montesquieu haya sido su conceptualización acerca de la separación de poderes, un principio generalizado en las democracias de estos tiempos, y que hace a la esencia de la construcción institucional. Pero Montesquieu contribuyó también en la defensa de la libertad religiosa y del estudio empírico de la realidad.
Montesquieu fue fundamental en la evolución del liberalismo moderno, y por ello se le ubica en la consideración, junto a John Locke. Argumentó por la separación de la iglesia y el estado, y en la transformación del pensamiento religioso alineado con los intereses de las sociedades democráticas, lo que significó una legítima transformación en el terreno político.

El espíritu de las leyes

En el año 1748 se publica la mayor contribución de Montesquieu al desarrollo de la democracia, L´Esprit des Loix. Pero el libro fue publicado en forma anónima. La respuesta fue inmediata, y en los círculos de poder causó un estremecimiento. Pero en Francia la primera reacción fue fría, o quizás la palabra más adecuada sea de expectativa, midiendo las reacciones de ciertos actores. Desde su misma publicación, fue objeto de duros ataques de parte de la Iglesia católica, que a poco de su impresión lo cataloga de libro prohibido (1751). También La Sorbona lo prohibió. Sin embargo, tuvo una muy buena y rápida acogida de parte de los pensadores ilustrados en casi toda Europa y especialmente en Gran Bretaña. Son ellos quienes advirtieron que El Espíritu de las Leyes habría de significar un verdadero punto de inflexión, un quiebre en la conceptualización de la política y el gobierno, para la construcción de la calidad institucional de la democracia.

El Espíritu de las Leyes, es la obra más trascendente e influyente de Montesquieu. Se trata de un punto de inflexión en el pensamiento político que formula a partir de reflexionar sobre diferentes modelos de poder existentes en las sociedades. Y a partir de allí, concluir que la separación de poderes en tres ramas, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, constituyen la equilibrada forma de administrar un Estado, advirtiendo que es la ley, el instrumento más importante del mismo.

Vale una precisión. El texto no se limita al planteo y conceptualización de la separación de poderes, sino que produce una teoría del gobierno, advirtiendo que tanto su estructura como las leyes responden a las condiciones y características propias de cada país, determinadas por varios factores, entre otros, por sus condiciones socioeconómicas y también culturales. Atender las condiciones específicas de cada sociedad era y es lo que da solidez y firmeza a un sistema político estable.
El legado de Montesquieu no se reduce, entonces, a formular su teoría de la separación de poderes, sino a la separación en equilibrio que fortaleciera a todas y cada una de las partes, más allá de las tensiones propias de la administración del poder. La contribución es, también, un combate contra el despotismo y el absolutismo.

La teoría de la división de poderes es la base conceptual de la política moderna de occidente, de las democracias que se desarrollarían desde entonces hasta nuestros días. Se trata de un consenso que caló hondo y que no se reduce a un diseño de administración del poder, sino que se ha colado en numerosos textos constitucionales que establecen este principio como básico a la hora de la construcción institucional.
Lo fundamental a observar es que el equilibrio del poder de un gobierno (de un sistema) se encuentra en la división del mismo en tres: 1. poder legislativo, el que produce las leyes; 2. el poder ejecutivo, el que ejecuta las leyes; y 3. el poder judicial, el que se empeña por el cumplimiento de las leyes.

En esta trilogía se distribuye la soberanía, que actúan según su propósito específico y en igualdad de condiciones. Cualquier desequilibrio afecta la calidad institucional de la democracia, la desnaturaliza. Asimismo, jamás el poder debe recaer en un solo órgano pues afecta la independencia o autonomía de los otros poderes del estado, propicia desvíos de autoridad y de concentración, derivando en abuso de poder por parte de una persona o institución. Y ello significa un quiebre en la vida democrática.

La libertad

La contribución de Montesquieu habría sido enorme aun cuando se hubiera reducido a la formulación de la teoría de la división de poderes, hoy base teórica de la política moderna, y desde entonces hasta nuestros días, universalizada. Pero fue más allá. También puso particular énfasis en la libertad, en el concepto de que un pueblo debe ser libre para establecer las leyes que deben velar por su calidad democrática. Allí radica la naturaleza de un pueblo.
Montesquieu expuso con especial énfasis su preocupación por el ejercicio de la labor legislativa, la creación de leyes, lo que hace a la solidez de los equilibrios entre los tres poderes. Recae en la labor legislativa una suerte de dosis mayor de responsabilidad en la salud del sistema, y por ello su composición refleja a la totalidad de la expresión soberana.

En estos días…

Nuestro país vive en democracia, de sana calidad institucional. Ello no elude reconocer y asumir que puntualmente se presentan situaciones que tensan y atentan contra los sanos y prudentes equilibrios de poderes que debemos preservar. Incluso en los últimos tiempos, y a espasmos de la tecnología, ciertos atropellos verbales y descalificantes, están a la hora del día, erosionando la convivencia política e institucional. Se puede y debe actuar con principios y con respeto.
Por ello convenía hoy repasar a Montesquieu, por todo lo señalado y también para recordar que “la ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie”.