La noria, el rumbo y la velocidad

Una noria. Un rudimentario animal de carga embebido en su propio sudor y envuelto en una existencia que se reduce a completar una y otra vez ese recorrido que no tiene ni principio ni fin, que no tiene nada de desafiante. Un trabajo duro, que no exalta el celo de otra cosa que no sea el ejercicio irracional de la fuerza. Sin otra preocupación que la de completar el recorrido que por otra parte, cual fuera el cruel castigo de Sísifo, nunca termina. Pero el animal no sabe de destino, dioses o maldiciones, simplemente arremete.
Con motivo de los 20 años de la creación del Centro de Estudios Paysandú acepté la gentil y honrosa invitación que me hiciera su presidente el Dr. Rodrigo Deleón para escribir unas líneas. Felizmente este aniversario es próximo al de los 160 años de la Declaratoria de Paysandú Ciudad (8 de junio de 1863). Los aniversarios son la excusa perfecta para celebrar, pero también para reflexionar sobre los efectos del transcurso del tiempo en instituciones, comunidades y personas. Y eso es lo que trataremos de hacer en los siguientes párrafos.
En aquel 1863 Paysandú vivía un momento de profundas transformaciones y modernidad.
De la mano de un hombre con el que seguramente no hemos sido lo suficientemente generosos, Basilio Pinilla, a nuestra Villa llegó el empedrado, la iluminación, el Teatro, la Policía y Cárcel, nuestro Templo, el Mercado y un puerto pujante.
Un año más tarde, en diciembre de 1864, todo eso se vio amenazado y también destruido, cuando apenas 1.000 hombres al mando del Coronel Leandro Gómez defendieron la plaza sanducera, y con ella el último reducto de la soberanía nacional, del asedio y sitio de 15.000 hombres mejor armados y pertrechados.
33 días después todo quedó reducido a escombros y muerte. La victoria militar y sus artífices no ocuparon un lugar de privilegio en la historia. La verdadera victoria fue otra: la de los Defensores. La que logró acuñar el apelativo de “La Heroica” a esta tierra. La que nos enseñó de resiliencia.
A mediados del Siglo XX el panorama había cambiado sustancialmente. Los sanduceros vivíamos en un modelo de abundancia cimentado en una intensa y diversa actividad fabril que dinamizó la economía y el empleo, haciendo de nuestro departamento una referencia industrial. Habíamos decidido “poner todos los huevos en una misma canasta” que proveyera crecimiento.
En ese Paysandú no faltaba nada. No era necesario contar con estudios para acceder a un empleo u ocupar posiciones de trascendencia. Pero una vez más esa prosperidad se vio amenazada y comprometida. Esta vez por el asedio de un enemigo invisible: la Globalización, asociada a cambios que conspiraron para que ese modelo que nos daba abundancia fuera agotándose. Ahí nos dimos cuenta de que no teníamos un plan “B”.
Durante décadas estuvimos sujetos al destino de aquella bestia de carga. Dando vueltas en la noria. Anclados a la nostalgia y al deseo de querer volver a ser lo que fuimos, a ese recuerdo que generaba un placebo, un afán por recuperar la felicidad colectiva en base a un modelo de abundancia que había fenecido.
Fue un largo sueño que consumió el esfuerzo de muchos. Nos costó mucho tiempo darnos cuenta de que nuestro futuro no podía estar pautado por completar un recorrido de 360 grados que nos dejaba, luego de mucho sacrificio, en el mismo lugar. Cada intento, cada fracaso de cada actor comprometido, de todos, sirvió para empezar a pensar en dar vuelta la página tantas veces releída, dejar la narcótica nostalgia y animarnos.
Ahí es donde aparece la necesidad de un cambio de actitud y de mudar la nostalgia por un entusiasmo emprendedor. Ese sentimiento que se compone de las ganas que movilizan; que rompen la quietud, que buscan un resultado positivo, y también de un sentimiento que nos es muy propio a los sanduceros: el coraje. Coraje para desafiar los retos que se vienen, sintiendo que el resultado depende únicamente de nosotros mismos. Tuvimos que cambiar el miedo a fracasar que nos paralizaba, por el temor a perder las oportunidades, ya no las que aparecían, sino las que tuvimos que salir a buscar rompiendo el paradigma de la inacción.
Ese cambio, ¿cuándo y con quién comenzó?; ¿Qué partido político es el responsable?; ¿A quién le corresponde el crédito?
El querer atribuir la paternidad de ese proceso es, en sí misma, una noria. Fueron todos y ninguno en particular. Fue a partir de una construcción colectiva y se encuentra más cerca del comienzo que de un profundo avance; su continuidad no debe estar sujeta al humor del gobernante de turno y no depender exclusivamente del sector público, en tanto necesita imperiosamente del aporte de la sociedad civil.
Acá es donde aquilatamos la trascendencia del Centro de Estudios Paysandú. Un espacio que nos permite soñar, pensar, discutir y hacer, para que la historia nos empuje, el presente nos desafíe y el futuro nos invite a conquistarlo.
El Arq. Walter Belvisi me dijo una vez: “lo que importa es el rumbo, la velocidad es una sensación”.