Escribe Ernesto Kreimerman: El impulso irrefrenable de la tentación narcisista
Hay personas, hombres y mujeres, que llevan en su interior un irrefrenable capricho a la sobre exposición, a mostrarse, a sonreír pícara y nerviosamente ante cámaras, arrojando afirmaciones novedosas que buscan sorprender y, a veces, lo logran. Personas que hablan demasiado, como si no pudieran parar de hacerlo. Que se ubican al borde de un límite emocional casi incomprensible.
A simple vista, uno podría sospechar que se está frente a una persona con marcados rasgos narcisistas. Un concepto introducido por Sigmund Freud, neurólogo y, lo que ahora nos importa rescatar, padre del psicoanálisis, quien en un ensayo publicado en 1914 estudia una forma de estructuración de la personalidad, a la que denomina narcisismo.
Dicen los freudianos que desde una perspectiva del fundador del psicoanálisis pero más sofisticada, “la estructuración de una personalidad narcisista implica una detención o fijación del desarrollo de la persona a etapas infantiles de profunda gratificación o una regresión del individuo a estos períodos, por su incapacidad para tolerar y enfrentar los retos y fracasos que la maduración y la vida le imponen” (André Green, psicoanalista francés, fallecido en el 2012, su obra más notoria fue “Narcisismo de vida, narcisismo de muerte”).
¡Ah! Los excesos…
Pero sin caer en cuestiones tan dramáticas, tan severas, uno podría inclinarse a pensar en un narcisismo de corte vulgar. El diccionario dice del “narcisismo, manía propia del narciso; excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras”. Y de Narciso, que, en la mitología griega, Narciso era un joven con una “apariencia bella, hermosa y llamativa”. Pero la versión romana, dicen, es la clásica. Ovidio cuenta que la ninfa Eco se enamora de un vanidoso muchacho, de nombre Narciso, hijo de Liríope de Tespias y del dios fluvial Cefiso.
Como buena madre, angustiada por el bienestar de su hijo, Liríope preguntó al vidente Tiresias acerca del futuro de su hijo. La respuesta: Narciso viviría hasta viejo a condición de que no se conociera a sí mismo. En beneficio de la economía de espacio, digamos que Narciso fue una vez engañado por Némesis. Se acercó a un arroyo y vio reflejado en esas aguas la visión de su vanidad y altanería. Y tuvo castigo sin fin: por temor a dañarlo no lo tocaba, al mismo tiempo que no podía dejar de mirarlo. Este Narciso, el del mito, se suicida al no poder tener el objeto de su deseo. Exactamente en el lugar donde su cuerpo yacía, creció una flor, la del narciso.
Según la Mayo Clinic, y con esto cerramos estas líneas freudianas, “el trastorno de la personalidad narcisista es una enfermedad de salud mental en la cual las personas tienen un aire irrazonable de superioridad. Necesitan y buscan demasiada atención, y quieren que las personas las admiren”.
Algo que, en lenguaje corriente, mundano, podría resumirse de personas que se creen mejores que los demás, que quieren ser el centro de atención, encantadoras cuando empiezan a hablar y que carecen de empatía.
Cuatro condiciones más que completan el concepto de una personalidad narcisista: actitudes arrogantes hacia las personas que les rodean; y no les gusta recibir órdenes. Las dos finales, bien resumidas: no aceptan críticas ni cuestionamientos; son vanidosos, en extremo.
Es una necesidad…
Hablar, dejémoslo en claro desde ya, es una necesidad, algo fundamental en la especie humana. Para Aristóteles, el humano, hombre y mujer, es un ser social por naturaleza.
Después de asumir plenamente la antigua traducción del zoom politikon de Aristóteles como animal socialis. Bendrá Séneca y Tomás de Aquino, agregándole complejidad: Homo est naturaliter politicus, id est, socialis (“el” hombre es, por naturaleza, político, es decir, social”). Mejor que cualquier teoría complicada, esta sustitución inconsciente de lo social por el político revela hasta qué punto la concepción original griega de política había sido olvidada. Para ello, es significativo, pero no concluyente, que la palabra “social” sea de origen romano, sin ningún equivalente en la lengua o el pensamiento griego (“El hombre: animal social o político”, Hannah Arent).
Resumiendo, hablar es una necesidad. Pero hablar en exceso, ¿qué es? En psicología tiene un nombre concreto: verborragia o logorrea. Según el diccionario médico de la CUN, la Clínica Universidad de Navarra, se la define como aquella “alteración cuantitativa del flujo del lenguaje, que se caracteriza por la aceleración y prolijidad del discurso y la dificultad para ser interrumpido”.
En casos extremos, incluso, y quizás estemos frente a una de ellas, una suerte de fluir incontenible, como si la hilación se resistiera a detenerse y por ello va saltando de asuntos.
Contradicciones autoinfligidas
Hace unas horas me llegó el resumen de noticias que realiza Zin TV. Allí estuvo la otrora fiscal Gabriela Fossati que hizo un raid de medios, donde hizo las siguientes afirmaciones:
1. En el programa “Esta boca es mía”:
Pregunta: “¿Había más celulares? Porque la gente está hablando de tres celulares…”
Gabriela Fossati: “Lo único que tenía consigo Astesiano era ese teléfono celular. Yo nunca me enteré que hubiera tres. No hay nada en el expediente que nos diga que había tres teléfonos”.
2. En el programa “Periodistas”:
Conductor Alfonso Lessa: ¿Cuántos teléfonos celulares pudo periciar de Astesiano?
Fossati: “Al momento de la detención sólo tenía uno. Pero luego hicimos un trabajo de información a través de pedir a las empresas (telefónicas) y logramos detectar otros dos teléfonos. O sea, que llegamos a la conclusión de que había más teléfonos, pero nunca los pudimos encontrar”
3. De nuevo, “Esta boca es mía”:
Fossati: “Yo nunca me enteré que había tres. No hay nada en el expediente que nos diga que había tres teléfonos”.
4. En el programa “Polémica en el bar”:
Polemista: ¿Quedó algo por ver?
Fossati: “Yo creo que no”.
5. De nuevo, programa “Periodistas”:
Fossati: “Había otros teléfonos que nunca los pudimos ver”.
Pregunta: “¿Que eran de Astesiano?”
Fossati: “Claro”.
Pregunta: ¿Y no pudieron ver las llamadas, los chats, si no había comunicación con el presidente…?”
Fossati: “Eso es imposible. Tenés que tener el aparato”.
6. De nuevo, “Polémica en el bar”:
Polemista Lussich: “Astesiano tenía el suyo y el de presidencia. Le interrumpe Fossati: “No, no. Tenía solo ese teléfono que era de presidencia”.
7. Más adelante en “Polémica en el bar”:
Fossati: “Y en realidad Astesiano tenía dos teléfonos. Se buscaron las comunicaciones… interrumpe polemista: “¿Dos teléfonos, el de presidencia y el personal?” Fossati: “Él tenía en realidad dos personales… y tenía ese teléfono que era de presidencia”.
Y la última:
8. Fossati en “Polémica en el bar”: “No están dadas las condiciones para investigar casos de corrupción pública”.
Fin…
Después de escuchar a la exfiscal tras su presencia en muchos programas, no sabemos aún si Astesiano tenía uno, dos o tres teléfonos celulares. Es obvia la impericia para la obtención de pruebas, en particular, la de los teléfonos celulares. ¿Cuando se refiere a que no están dadas las condiciones para investigar casos de corrupción pública, a qué cuestiones en concreto se refiere? ¿Quién la limita?
Las dudas y los temores los plantó la exfiscal en cada una de sus intervenciones, por esa cuota de narcisismo y de logorrea. Después de esas incoherencias, debería explicar y fundar sus dichos documentadamente. → Leer más