Tras la pandemia se hizo la noche
De acuerdo con el informe del Banco Mundial titulado La pobreza y la prosperidad compartida, para el año 2030 casi 600 millones de personas deberán subsistir con menos de U$S 2,15 al día; este monto equivale a menos de cien pesos uruguayos al día. El estudio, que vio la luz del día la semana pasada, asegura que es “poco probable” que se alcance el objetivo de poner fin a la pobreza extrema en todo el mundo a más tardar en 2030. Para que esto no ocurra, durante el resto de esta década el crecimiento económico debería mostrar tasas inéditas en la historia. Entre las conclusiones se afirma que la pandemia de COVID-19 representó “el mayor revés para los esfuerzos de reducción de la pobreza a nivel mundial desde 1990, y que la guerra en Ucrania amenaza con empeorar la situación”, publicó el organismo crediticio multilateral.
El informe, indica el Banco Mundial, presenta “el primer panorama completo de la pobreza en todo el mundo después de la extraordinaria serie de conmociones producidas en la economía mundial en los últimos años” y allí se incluyen estimaciones tales como que “la pandemia empujó a unos 70 millones de personas a la pobreza extrema en 2020, el mayor aumento en un año desde que comenzó el seguimiento de estas cifras, en 1990”, y que, como consecuencia de ello, unos 719 millones de personas subsistían con menos de U$S 2,15 (unos 88 pesos uruguayos a la cotización de ayer) al día, a fines de 2020.
David Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial, expresó al respecto que “los avances en la reducción de la pobreza extrema básicamente se han detenido, a lo que se suma un escaso crecimiento de la economía mundial”. Agregó que, a efectos de la misión del organismo, “resulta preocupante el aumento de la pobreza extrema y la disminución de la prosperidad compartida provocados por la inflación, la depreciación de diversas monedas y las crisis superpuestas más generales en el ámbito del desarrollo”. Como era de suponer, esto pinta un panorama “sombrío” para miles de millones de personas de todo el mundo.
Malpass considera que para hacer frente a este escenario es preciso quebrar algunas tendencias actuales en la economía mundial: “introducir ajustes en las políticas macroeconómicas para mejorar la asignación del capital mundial, promover la estabilidad monetaria, reducir la inflación y reactivar el incremento de la mediana de los ingresos”. La alternativa, dijo, es la situación actual: “desaceleración del crecimiento mundial, tasas de interés más elevadas, mayor aversión al riesgo y fragilidad en muchos países en desarrollo”.
Ya no andamos por calles, en oficinas y en ómnibus con los inolvidables tapabocas. Pero las secuelas de la pandemia nos persiguen y nos perseguirán por mucho tiempo más.
En el informe se afirma que el 2020 fue un parteaguas, este año marcó “un punto de inflexión histórico”, en el que “la era de la convergencia de ingresos en el mundo dio paso a la divergencia”. Esto implica que “la mayor parte del costo de la pandemia recayó sobre los más pobres: entre los sectores que se ubican en el 40% más bajo de la distribución, las pérdidas de ingresos alcanzaron un promedio del 4%, es decir, el doble que entre el 20% más rico”. Como resultado de ello, la desigualdad mundial se elevó por primera vez después de décadas, explicitó el organismo.
El mismo informe también analiza la efectividad del impacto de las políticas públicas desarrolladas por los gobiernos para afrontar la emergencia y concluye que, como era de esperarse, “el gasto público resultó mucho más útil para la reducción de la pobreza en los países más ricos, que en general lograron compensar por completo el impacto de la COVID-19 a través de políticas fiscales y otras medidas de apoyo de emergencia”. Por el contrario, las economías en desarrollo “disponían de un menor volumen de recursos y, por lo tanto, gastaron menos y lograron menos”. Mientras las economías de ingreso mediano y alto compensaron solo el 50% del impacto en la pobreza, las de ingreso bajo y mediano bajo, apenas la cuarta parte.
Ahora se enfrenta la paradoja de que los países más pobres y más afectados por las secuelas de la pandemia, deberán ser los que inviertan más de aquí al año en que se cumplan 100 años del primer mundial, para tratar de revertir la tendencia. Obviamente, no es sorpresa para nadie que esto es “muy difícil”, en términos del informe y citando a Indermit Gill, economista en jefe y vicepresidente senior de Economía del Desarrollo del Banco Mundial, pero la realidad es que es rotundamente imposible, si no hay un esfuerzo desde las economías más consolidadas por apoyarlos. “En una época de endeudamiento récord y recursos fiscales escasos (…) los Gobiernos deberán concentrar sus recursos en el desarrollo del capital humano y la maximización del crecimiento”, manifestó Gill.
El informe agrega algunas recomendaciones, sugerencias hacia las políticas públicas nacionales para “ayudar a reanudar los avances en la reducción de la pobreza”, además de “intensificar la cooperación internacional”. En materia de política fiscal, “los Gobiernos deben actuar sin demora en tres frentes”. El primero “evitar los subsidios generales y aumentar las transferencias monetarias focalizadas” y asegura, a modo de ejemplo, que “la mitad de todo el gasto en subsidios energéticos beneficia al 20% más rico de la población, que consume más energía”.
A la vez que “las transferencias monetarias son un mecanismo mucho más eficaz para apoyar a los pobres y los grupos vulnerables”. También insta a enfatizar en el crecimiento a largo plazo con “inversiones de alta rentabilidad en educación, investigación y desarrollo, y en proyectos de infraestructura”.
Y finalmente crear impuestos “sin perjudicar a los pobres”, y que, en caso de tener que elevar los impuestos a las ventas “minimizar las distorsiones económicas y los efectos distributivos perjudiciales, implementando simultáneamente transferencias monetarias focalizadas que compensen los efectos de dichos gravámenes en los hogares más vulnerables”. → Leer más