El éxodo rural, con sus causas y síntomas

Sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado, se viene dando sin solución de continuidad la caída de la matrícula de escuelas rurales, al punto de que en algunos puntos del país se han quedado sin ningún alumno y suman muchas las que tienen un solo docente, lo que da la pauta de que se cuenta con los dedos de la mano la asistencia regular de niños a esos centros educativos.
En todo el país, claramente hay un fenómeno de escuelas muy pequeñas o de baja matrícula y eso ocurre en la mayoría de las escuelas rurales, lo que sin dudas responde al proceso hasta ahora irreversible de fenómeno de la despoblación del campo, sumado al casi nulo crecimiento de la población del país entero. Se trata de la emigración del campo hacia localidades y centros urbanos, que se ha dado casi a partir de casi todo el siglo XX y a lo largo de todo lo que va del siglo XXI, lo que va acompañado por regla general de que además de haber menos gente en el interior profundo, estamos ante una población más envejecida que tiene menos hijos en edad escolar, entre otros aspectos.

Debe señalarse además de que si bien desciende año a año la población en la matrícula en escuelas rurales, no se reduce tanto la cantidad de escuelas, sino que éstas se van quedando con menos niños pero se mantienen abiertas hasta que ya no quede ningún alumno. Este proceso se da a tal punto que de las poco más de mil escuelas rurales, a grandes números unas 900 son de maestro único, es decir, que tienen una cantidad de niños baja de tal modo que hay un solo docente en la escuela. A su vez, de esas 900 hay unas 600 que tienen 10 niños o menos y unas 250 tienen cinco niños o menos.

El proceso en las escuelas rurales es un síntoma y no una causa en sí, aunque tiene a su vez consecuencias socioeconómicas adversas y forma parte de un círculo vicioso que se da en el país rural, a la vez que es pertinente señalar que el ritmo de decrecimiento de la población rural tiene altas y bajas y además se ha complejizado, porque hay zonas con más problemas que otras, donde la gente se sigue yendo del campo, pero hay otras en donde la población se mantiene más o menos estable y hay otras en donde ha crecido. Aunque en este último caso corresponde tener en cuenta que el crecimiento es a costa de otras áreas rurales que se han ido despoblando, y no por radicación de población procedente de áreas urbanas.

En este contexto es pertinente traer a colación que los datos preliminares del censo de población 2023 no dan lugar a sorpresas, teniendo en cuenta la estabilidad de las tendencias que se han manifestado en los últimos años. En el Uruguay habitan 3.444.263 personas, algo menos de lo estimado, si se tiene en cuenta que las proyecciones de población previas del Instituto Nacional de Estadística (INE) apuntaban a que en Uruguay debería haber unas 3.566.550 personas.

El número real es inferior en unas 122.000 personas, es decir una diferencia del 3,4 por ciento, con la salvedad de que ha habido una inmigración de más de 60.000 personas en el período intercensal, lo que indica que por más de una década la población de uruguayos ha permanecido básicamente estancada.

Por añadidura, se desprende de esta información que hay otro problema demográfico y socioeconómico que se sigue manifestando con crudeza en el país, y es que se sigue vaciando el Interior, más precisamente el Interior profundo, el de la gente que vive en campaña, y esta tendencia ha resultado imposible de revertir a lo largo de las décadas.

Es decir, continúa reduciéndose la cantidad de personas que viven por fuera de los centros urbanos en todo el país, sobre todo en el centro del territorio nacional, lo que no solo consolida la tendencia del denominado país cáscara, sino que se está fisurando cada vez más la delicada trama socioeconómica productiva del agro, al continuar la emigración desde el medio rural hacia el cinturón de los centros urbanos.

En datos concretos, tenemos que en Uruguay, apenas un 4% de su población vive en el medio rural (aproximadamente unas 138.000 personas), con una persistente pérdida de población en el Interior profundo, porque incluso muchos de quienes trabajan en establecimientos rurales, residen en pequeñas localidades, donde la vida gira en buena medida en turno a su interrelación con la producción circundante. Es frecuente que el trabajador rural resida en una localidad y se desplace a los establecimientos para desarrollar sus tareas, pero incluso ante esta alternativa los datos confirman que esas pequeñas poblaciones también están reduciendo su número de habitantes.

En cuanto a la identificación de causas, la primera es la falta de oportunidades laborales respecto a las ciudades, donde además tampoco abunda el trabajo ni mucho menos, y por el contrario, quienes emigran del campo se radican por lo general en los cinturones de las áreas urbanas, en situaciones muy precarias, por lo que cambian una situación difícil por otra no mucho menos delicada.

Además de la falta de oportunidades, de polos productivos consolidados en el medio rural, el recambio generacional es mucho más complejo en el medio rural que en las ciudades, y no son pocos los hijos de familias del interior profundo que prefieren explorar otras opciones, aún con gran incertidumbre, antes que seguir haciendo lo que hacían sus padres y abuelos.
Es cierto, en el plano de los servicios y calidad de vida, mucho se ha hecho en los últimos años, aunque no lo suficiente para revertir el escenario. Se ha avanzado en infraestructura, incluyendo movilidad, el transporte y las comunicaciones, además de la infraestructura vial, clave para el transporte de la producción y la movilidad de las personas.

Igualmente, lo poco o mucho que se haya hecho, de acuerdo a la zona de que se trate, implica avances que por regla general han sido solo puntuales y no producto de una política de Estado en el marco de la cual se hayan desarrollado programas sostenidos en el mediano y largo plazo, con inversiones que se dirijan a promover polos de desarrollo para contener el éxodo rural, de forma de establecer prioridades para volcar eficientemente recursos públicos, con un aporte decisivo de los diferentes niveles de gobierno, incluyendo en este sentido a las intendencias y las alcaldías, complementados con aspectos clave como los servicios de salud y educación, entre otros.

Este es precisamente el camino a seguir, aún en el entendido de que estamos ante un fenómeno global de larga data, y que en el mejor de los casos solo se logrará estabilizar o enlentecer un proceso que se da también en los países desarrollados, pese a su gran disponibilidad de recursos, porque la humanidad, la sociedad, ha cambiado, y de lo que se trata es de ofrecer alternativas ante una realidad que siempre nos termina pasando por arriba.