Escribe Ernesto Kreimerman: Ellos provocaron la caída del puente

Tomemos como punto de partida una fecha arbitraria. El año cero es 1996. Ese año se estimó por primera vez el número de usuarios de Internet. Asomaba como algo maravilloso: 40 millones. Y solo 7 años después, se multiplicó exponencialmente: más de 2.500 millones. Dentro de esa expansión, destaca una singularidad: la mayoría residente en China. En esa marcha triunfal, la expansión de Internet se topó con una dificultad: las restricciones derivadas de la instalación de infraestructuras de telecomunicaciones terrestres en países en vías de desarrollo. Pero no por mucho tiempo, pues las comunicaciones inalámbricas llegaron a principios del siglo XXI y con ellas, llegó una explosión democratizadora. En efecto: en 1991 apenas sumaban 16 millones de suscriptores de dispositivos inalámbricos en el mundo. Pero en el 2013 el número de usuarios de correo electrónico trepaba los 2.200 millones. El tráfico diario total de correo electrónico en el mundo fue, en ese mismo año, de 144.000 millones. Lamentablemente, y éste es uno de los problemas graves de Internet, el 68,8% de todo el tráfico de correos electrónicos fueron spam. Y casi la mitad de esos spams estaban relacionados con productos farmacéuticos.

Considerando la expansión de la telefonía móvil, y ganado un espacio en la propia vida familiar, desde la industria tecnológica se suele concluir que en términos conceptuales se ha alcanzado un nivel de conexión casi total: la humanidad está conectada. Esta realidad abre la puerta a nuevas grandes transformaciones, a la democratización de más servicios a costos asumibles por la sociedad. Queda por mejorar una cuestión muy importante que, con políticas públicas, se puede y debe resolver: las enormes diferencias en cuanto a la calidad del servicio de internet que se ofrece, especialmente, a los usuarios individuales, tanto a ancho de banda y a eficiencia y precio del servicio. Las políticas públicas desarrolladas en Uruguay han posibilitado que en nuestro país ese sea un problema menor. Políticas públicas como las desarrolladas por Antel, el apoyo al Plan Ceibal que aseguró la conectividad escolar en todo el país sin excepciones, el propio Plan Ceibal y el Plan Ibirapitá, entre otros.

Manuel Castells ha hecho notar, conceptualmente, que internet es una sociedad red, “una sociedad construida en torno a redes personales y corporativas operadas por redes digitales que se comunican a través de Internet. Y como las redes son globales y no conocen límites, la sociedad red es una sociedad de redes globales. Esta estructura social propia de este momento histórico es el resultado de la interacción entre el paradigma tecnológico emergente basado en la revolución digital y determinados cambios socioculturales de gran calado”.

Precisa Castells que “no se trata del fin de la comunidad, ni tampoco de la interacción localizada en un lugar, sino de una reinterpretación de las relaciones, incluidos los sólidos lazos culturales y personales que podrían considerarse una forma de vida comunitaria, sobre la base de intereses, valores y proyectos individuales”.

En suma, “la sociedad red, y la forma de sociabilidad que genera es lo que Rainie y Wellman han definido como individualismo en red. Naturalmente, las tecnologías de red son el medio de esta nueva estructura social y de esta nueva cultura”.

Las redes sociales

Desde el 2002 se desató una verdadera revolución socio tecnológica en Internet. Se trata de las redes sociales. Convergen desde relaciones personales, negocios, servicios, trabajo, cultura, comunicación, hasta los movimientos sociales, culturales y política. Todo. Ya en noviembre de 2007, las redes sociales superan al correo electrónico en horas de uso diario. En setiembre de 2010, las redes alcanzaron los mil millones de usuarios. La mitad, concentrados en Facebook.

Hoy, la vida pasa por las redes sociales. La transformación de este “delivery” de contenidos y accesos a servicios, ha sido tan profunda y amigable, que resulta imposible encontrar una sola área de interés que no haya sido impactada positivamente.

Pero la tecnología no es neutra. Esta conectividad permanente dejó atrás los días de soledad desde su expansión es un mundo constantemente interconectado. La gente no cohabita una realidad virtual, sino una virtualidad real, donde las cuestiones sociales, como relacionarse, convivir en familia y en círculos de amistad o laboral, se ven facilitadas, incluso potenciadas por la virtualidad.

Los medios

La tecnología viene de la mano de la innovación de la comunicación en la era digital que pone al alcance de los medios todos los aspectos de la vida social en una red que es al mismo tiempo global y local, genérica y personalizada según un modelo en constante cambio, cada vez más amplio y profundo. Y no nos olvidemos, más amigable.

Especialmente desde el 2010, los movimientos sociales han hecho de Internet su espacio de formación y de conectividad permanente. Formados en las redes sociales de internet, han actuado en el espacio urbano y en el institucional, induciendo un nuevo tipo de activismo que es el actor principal del cambio en la sociedad red. Han estado especialmente activos durante las revoluciones árabes contra sus dictaduras; en Europa y Estados Unidos, en forma de protestas contra la gestión de la crisis financiera; o en Brasil, en Turquía, en México, en contextos institucionales y economías de gran diversidad.

También dio origen a nuevos fenómenos: el de los movimientos sociales con el sello de la sociedad global en red. Es decir, movimientos que se articulan sin líderes, a partir de un pujo espontáneo.

¿Y el resultado?

Todo el conocimiento, o buena parte, está disponible 24/7. Pero por momentos parece que las estupideces, las calumnias, las campañas de odio crecieron a una velocidad mayor aún. Los cientistas sociales, y dirigentes sociales y políticos, estábamos confiados que íbamos a un mundo mejor. Pero en EE.UU. la ultraderecha antisistema y “antiautoridad”, se han lanzado violentamente al combate. Odio y denuncias de conspiraciones inexistentes.

De la última semana, tres ejemplos que destaca el Washington Post: 1. las mujeres jóvenes abandonan sus anticonceptivos porque ciertos influencers afirman que el viejo “método del ritmo” es más seguro. 2. el Estado Islámico exige se reconozca su autoría por la matanza de civiles en una sala de conciertos rusa. Unos influencers dicen que no fueron “ellos”. Y advierten: “¡No tiene sentido aterrorizar si no recibes el crédito!” Y 3. el colapso del puente de Baltimore, después de que un barco perdiera energía, lanzó innumerables teorías conspirativas virales que culpan a la educación de la diversidad, al capitalismo, a los inmigrantes e (inevitablemente) a los judíos.

Catherine Rampell, columnista del Washington Post, ha sido concluyente: “el enigma es por qué los usuarios no se han vuelto más inteligentes para detectar información errónea… ¿qué esperanza hay a medida que la inteligencia artificial y los deepfakes se vuelven más convincentes?”
Y ¿quién debe “hacerlos” más inteligentes? Quizás mejor educación, más espíritu crítico, menos pasotismo y más rebelión frente a la inmoralidad y el abuso de posición dominante, menos algoritmos y más neutralidad. También algunas reglas mínimas, claras e inexcusables.
No bajemos los brazos. La pregunta es cómo incentivar, en el contexto de la más amplia libertad de opinión e información, la batalla contra las mentiras y conspiraciones. Se trata de que este mundo hiperconectado sea más democrático y solidario.