Escribe Ernesto Kreimerman: ¿Vivimos en la mentira?

“La sociedad democrática se encuentra sola: desconfía del Estado, desconfía de los partidos políticos, desconfía de sus representados, desconfía de sus jueces (los mejor parados en la obra de Eco), desconfía de sus Fuerzas Armadas, desconfía de sus empresarios y banqueros, desconfía de sus profesionales, hasta desconfía de instituciones seculares, mucho más antiguas que la propia democracia, como es la Iglesia católica. Todos estos estamentos, y muchos más, están salpicados por la corrupción. Una corrupción no legalizada, pero en algunos casos sí ‘autorizada’, ‘normalizada’. El individuo democrático se siente solo, abandonado, inseguro, desamparado, esquilmado por los impuestos que vuelven a ser su único cordón umbilical con el Estado”.
Esto que fue publicado el 15 de abril de 2015, es el análisis de César Antonio Molina, a propósito de la última novela de Umberto Eco, “Número Cero”. Se trata del último libro que publicara Eco. Desnuda la cara más oscura del periodismo y la manera en que los medios manipulan la información y, por lo tanto, la realidad. La historia es sencilla.
El autor cuenta el nombramiento de un hombre como subdirector de un diario y a partir de allí, desarrolla una sátira sobre el periodismo, la política y las teorías conspirativas.
El diario, propiedad del commendatore Vimercarte, tiene por objeto editar números cero (en la profesión, se llaman “números cero” a las ediciones de prueba de un nuevo diario o suplemento, que termina en el diagramado) que no serán impresos para su venta, pero que servirán a Vimercarte para chantajear e intimidar a las altas esferas dándoles a entender lo que podría publicarse en su contra.
Umberto Eco fue un pensador sofisticado y un destacado académico, docente de varias universidades europeas y columnista estable de L´Espresso, donde reflexionaba sobre los tiempos contemporáneos. Dentro de su amplia obra, hay ocho que son de necesaria lectura: Apocalípticos e integrados; Cinco escritos morales; La estructura ausente; Decir casi lo mismo; El nombre de la rosa; El péndulo de Foucault, Cómo se hace una tesis; y su última obra, Número cero.

Salir del pantano

César Antonio Molina, al presentar su crítica a la última novela de Eco, lo hace con una advertencia al drama que en los años subsiguientes se nos haría cada vez más dramático: “La caída de la prensa en manos irresponsables es una mordaza para la democracia”. Casi que, en esta línea, Jean-Francois Revel, en su “El conocimiento inútil” (publicado en 1988), escribió que la mentira es la primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo.
Advertiría Revel en aquellos años 1988/89, que “nunca tuvimos tanta información como en estos últimos tiempos”… “y, no obstante, nuestro siglo es, en cifras relativas, uno de los más ricos en errores, genocidios dictaduras, ejecuciones en masa, etcétera”.
El término relativo le da pie a Revel a matizar su declaración: “No es que se hagan, o que se den, más errores que en el siglo XVII, pero sí son más graves que entonces cuando no se disponía de la información necesaria ni de los medios para evitarlos”. Y añade: “Todo deviene más peligroso, porque lo que podía ser un error local en tiempos pasados se convierte hoy en un mal que afecta al planeta entero”.
La misma afirmación, “nunca tuvimos…”, hoy tendría una carga aún más dramática. Pero la posguerra fría no fue lo que alguna vez algunos imaginaron. El mando aceleró los cambios, pero éstos ya no pasan por las instituciones, sino que van por otros carriles, más invisibles, más inmensamente frágiles. ¿Que quién gobierna se preguntan? Los partidos políticos, obviamente. Y los núcleos de interés que desconfían de los demás players que actúan como tales y como ellos.
Hay, y se manifiesta en Eco, ya en aquellos años, una señal: en su solitaria expresión, el átomo democrático, el ciudadano, se siente abandonado del interés general, de la razón de ser de las políticas públicas, inseguro y desamparado, sintiendo, en la invisibilidad de las redes, que el único cordón que lo ata a su geografía, a cualquiera y a todos, es la del capítulo del ciudadano tributario, el que paga impuestos, y en plena sociedad de consumo, siente que su cuenta corriente con el Estado de los tres poderes, es un toma y daca de impuestos e inconformidad ciudadana.
El impuesto, en sentido estricto y obvio, no es para pagar salarios, sino para mantener una estructura del Estado, del don jurídico del contrato social, que ordena y pacifica las relaciones sociales, políticas y económicas de los diferentes, y aún más, de los antagónicos.
Pero como escribiera Antoine de Saint Exupéry, “sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.

El ecosistema

En la era de las fakenews y todo otro tipo de mentiras y exageraciones que fueron inundando progresivamente las redes, se fue pasando de la indignación a la impotencia, de la frustración a la naturalización del mal y a la banalidad. Y al final, en círculos concéntricos, se fue consolidando un proceso de pauperización de las prácticas democráticas, erosionando la calidad institucional de la democracia.
En una entrevista de Daniela Panosetti, publicada en Doppiozero de octubre de 2014, Eco expresa que “lo que está sucediendo con la web, sin embargo, es que estamos idolatrando el ideal de hablar absoluto, sin ningún control por parte de los demás. Si quisiera ser malo –o apocalíptico– podría decir que es el triunfo de la ‘palabra al idiota’.
Pero esto no es cultura. O, mejor dicho: el idiota también puede hablar e incluso enseñar en la universidad, siempre y cuando exista la posibilidad de que otros contraataquen, impugnen, propongan modelos alternativos”. Cuando Eco expone este vaciamiento de propósitos, fue casi una advertencia porque estábamos frente a las primeras manifestaciones de este derrape prolongado y aún en declive. Se ha agudizado a tal extremo, que lo concluido por Eco parece apenas a una mirada benigna.

Del sueño a la pesadilla

Internet emerge asociada a una gran utopía, que vista hoy, en perspectiva, se parece más a una interpretación zonza de la realidad. Había una expectativa sobre una revolución democrática, de nuevo horizonte a partir de que la “red de redes” expandía el horizonte, simplificaba la complejidad de la logística de las publicaciones, ya en texto, como en audio e incluso imagen (video). Y a costos mínimos.
Pero el camino al éxito no fue tal, sino un derrotero donde “hoy predominan la arrogancia del todólogo, la superficialidad de quien opina a partir de un titular y el exhibicionismo de quien se apresura a discutir sobre materias que desconoce, pretendiendo ser escuchado y premiado con un like”.
Hoy estas manías se han extendido a muchas –casi todas– las zonas de las redes sociales. Y el original “centro de confiabilidad”, identificación del origen del texto, era identificable. Pero hace una década hay un amplio, creciente, público dispuesto a legitimar la respuesta equivocada. O simplemente, la mentira.