Los vecinos del Sacra aún sufren las consecuencias de la última tormenta

Pasada más de una semana del día que llovió más de 200 milímetros en la ciudad, los vecinos de la avenida Naciones Unidas todavía padecen las consecuencias de esa tormenta que provocó anegaciones por la rápida crecida del arroyo Sacra, colindante a esa arteria.
El agua que ingresó a todas las viviendas que bordea la calle, de un lado y otro, ha dejado marcas que permanecen, y las limpiezas de dormitorios, cocinas y living-comedores continúan. Los muebles siguen movidos de sus lugares originales, hay ropa y cosas fuera de lugar, secándose o esperando a volver a su sitio. Por fortuna, dentro de este panorama, la lluvia del miércoles por la noche no resultó ser todo lo potente que se anunció –al menos en Paysandú–, con alerta roja incluida.
Isabel vive con sus tres jóvenes hijos en una casa precaria, con paredes de madera, techo de chapa de zinc y piso de concreto, casi al lado del arroyo. El cuadro es bastante desolador: charcos y barro, botellas de plástico por doquier cerca de la orilla, un pequeño rancho venido abajo, bolsas desparramadas. Y, fruto de la tempestad, prendas mojadas desplegadas en sofás o colgadas en cuerdas.
“Primero, me agarró la turbonada que me dejó sin nada”, contó a EL TELEGRAFO en relación a la tormenta del 11 de julio de 2022 y que hizo estragos en varias áreas de Paysandú. Ahora, las fuertes lluvias del pasado jueves 14 de marzo ingresaron raudamente en toda la vivienda, afectando –por ejemplo– todo el material de estudio de la hija de 17 años quien, por “angustia”, debió ser internada.

“Necesitaría una chapa y unos clavos, porque entró toda el agua por ahí. Fue horrible”, continuó señalando una esquina por donde el agua campeó a sus anchas. Isabel, desempleada y con el exmarido preso, vive allí desde hace cuatro años y aspira a mudarse a unas “viviendas de madre soltera” en el marco del programa Juntos.
El día de la caudalosa lluvia, decenas de familias residentes en la Costanera, a metros del arroyo Sacra, debieron abandonar apresuradamente sus casas, como Isabel, quien junto a otras personas fueron alojadas en el Velódromo. Al volver vio cómo el agua le había arrastrado varias pertenencias de dentro de la casa hacia fuera, como el TV plasma, que quedó arruinado.
“Tuve que venir a limpiar todo y lo malo es que esto va a seguir, esto es insoportable”, añadió. A esos efectos, el Centro Coordinador de Emergencias Departamentales (Cecoed) le donó todo un set de limpieza, además de dos colchones de una plaza y un surtido de alimentos, “decomiso de Aduanas”, según Isabel. “Ahora hicimos unos fideos porque no tenía nada tampoco”.

Limpieza interminable

Saliendo hacia Naciones Unidas, y al otro lado de la calle, hay un complejo de viviendas del Banco Hipotecario. En una de esas casas vive María, con su esposo y tres hijos liceales. Acompañado por uno de ellos, Cristian, relató a EL TELEGRAFO que desde aquella tormenta se han “pasado limpiando”.
Dentro del hogar, señala una marca, la del agua que el 14 entró sin pedir permiso. Llegaba hasta la mitad de la estufa a leña. “Se inundó toda la calle, no sabés cómo era esto. Acá no sabía por dónde empezar a limpiar, todo lleno de barro. En la cocina todavía me falta limpiar. Tuve que retirar los aparadores porque me estaban quedando verdes. Me estropeó todo, el lavarropas se rompió”, detalló.
“Más de una semana después sigo limpiando”, insistió. La heladera se salvó porque, precavidos, ya había sido colocada sobre un pedestal de medio metro.
La lluvia del miércoles por la noche no terminó siendo lo agresiva que se esperaba; de cualquier modo, el hecho que lloviera y la anunciada alerta roja fueron suficientes para mantener a María en vilo y en vela. Recién se durmió a las dos de la madrugada. Atenta a que la “cañada” no se desbordara como la vez anterior. No sucedió, pero igual pasó mal. Incluso, “anoche dormí en el piso, me acosté porque no daba más de sueño” y, como cosa constante, rodeada por el “olor a humedad en toda la casa”.
Por la misma parte del barrio, pero más cerca del arroyo y frente a una iglesia, vive Fabiana, con sus hijos mellizos de 18 años, uno de ellos discapacitado y en silla de ruedas. En la tardecita del jueves 14, logró salir de la casa ayudada por sus otros hijos, ya cuando el agua “tapaba la mitad de la silla de ruedas”.
“Entró por el fondo” y avanzó rápido. “Perdí la mitad de las cosas. Venimos luego a desinfectar”, dijo a EL TELEGRAFO. Por precaución, los muebles que pudo conservar quedaron en la casa del hermano de Fabiana, hasta tanto no hayan limpiado todo adecuadamente.
En tres años que viven en la zona, es la primera vez que les pasa algo así. “Nunca pensamos que esto iba a pasar”.