Tiempo de renacer

La Pascua es una de las celebraciones más importantes del cristianismo, en que se celebra la Resurrección de Cristo, el renacer de la vida después de la muerte. La palabra Pascua significa “paso”, transformación, renovación, una fiesta que los judíos también celebran, aunque con significado distinto.
Si hurgamos en la historia, encontramos que al inicio, muchos siglos atrás, los pastores celebraban el fin del invierno y la llegada del buen tiempo y de las cosechas, en el hemisferio norte. En esa fiesta se mataba un cordero para pedir la fecundidad. Era una fiesta pagana, que se realizaba en la luna llena de primavera, cada año en distinta fecha, entre marzo y abril. Es decir, siempre fue una fiesta ligada al renacer, al despertar de la naturaleza, a la llegada de un tiempo de luz después de la fría oscuridad del invierno.
El término “Pascua”, deriva del latín “pascae”, que a su vez deriva del griego “pasja” y por último, del hebreo “pésaj”, que significa “paso”, “salto” y recuerda un hecho del año 1513 antes de Cristo: los judíos, que eran esclavos de los egipcios, lograron liberarse de sus opresores, cuando milagrosamente se abrió el Mar Rojo para dejarlos pasar, de ahí el nombre paso. Aún actualmente, los judíos conmemoran el Exodo desde Egipto hacia la Tierra Prometida, un hecho al que se refiere la Torá hebrea, que expresa lo mismo que el Pentateuco del antiguo Testamento de la Biblia cristiana.
Los hebreos tienen cada año, un período de 7 u 8 días, –según su calendario, que es diferente al nuestro– un período de oración, de profunda reflexión, de ayuno, en el que comen el pan ácimo, (sin levadura), con hierbas amargas, recordando las peripecias que pasaron en el desierto. Un período de penitencia, del cual esperan salir purificados, saliendo de la oscuridad a la luz.
Los musulmanes, cada año, celebran el Ramadán, (“calor abrasador”), un período de 30 días, similar a la Cuaresma. Cada día ayunan desde el alba hasta la puesta del sol, como forma de disciplinar y refrenar los apetitos mundanos. Rezan y recitan el Corán, buscan hacer el bien, abstenerse de cotilleos y peleas. Buscan crecer espiritualmente, y establecer relaciones sólidas con Alá. Son momentos de piedad y de autorreflexión. Los últimos tres días, rompen el ayuno, rezan, comen, intercambian regalos.
Como dice Ajana, un religioso musulmán: “El significado más importante (del Ramadán) es el cambio de conducta de las personas. Quien no deja las calumnias ni los malos actos, tampoco sirve que haga ayuno. El Dios del Ramadán es el mismo que el del resto del año”.
Lo mismo decimos los cristianos, el principal ayuno debe ser de malas actitudes y acciones, la Cuaresma y la Semana Santa deben ser un tiempo de penitencia y reflexión, de intentar disminuir al máximo la cizaña que llevamos dentro, los “monstruos y fantasmas” de que habla el sicoanalista Carl Jung.
Los cristianos recuerdan la Pascua de Jesús, que sucedió durante la Pascua judía y festejan la institución de la Eucaristía y la Resurrección, el Paso de la oscuridad de la muerte a la luz de la Vida. Un paso que ocurrirá a todos. Según nuestra creencia Jesús cambió el sentido del pésaj judío tradicional, haciendo que representara el Paso de la muerte a la vida eterna.
La Pascua cristiana tiene sus símbolos tradicionales: el cirio pascual, las flores, los huevos de Pascua, y para algunos, el conejo. El cirio es una vela blanca, que lleva escritas las letras griegas alfa y omega, que significan el inicio y el fin; la luz simboliza a Cristo, la esperanza de renacer frente a la oscuridad del sufrimiento y de la muerte.
Las flores, símbolo de la resurrección y la esperanza de la salvación eterna, símbolo de primavera, de florecimiento, de renacer. Los huevos de Pascua tienen un origen incierto, que no pertenecen a todas las tradiciones. Para los pueblos paganos de la antigüedad, el huevo era el emblema de lo que está por nacer y de aquello que aguanta la adversidad, con la cáscara dura para proteger la vida que lleva dentro. Los antiguos romanos creían que el mundo tiene forma de huevo. Con el tiempo, pasaron a ser un obsequio para los niños. El conejo, que salta, es símbolo de la vida que vence, en medio de tanta adversidad.
Los cristianos creemos que la Resurrección de Jesús, su pasaje a una vida muy superior, venciendo a la muerte, es la mayor prueba de su Divinidad, es promesa y garantía de la felicidad eterna para sus amigos, y para los incrédulos, porque Él siempre estará con nosotros, aunque algunos no tengan conciencia o no quieran aceptarlo. Por eso, “aunque cruce por oscuras quebradas, ningún mal temeré”, como dice el Salmo 23.
Para todos, Cristo es promesa y garantía de un mundo nuevo, donde “nadie estará triste, nadie tendrá que llorar”.
Seamos creyentes o no, todos acostumbramos decir ¡Felices Pascuas! Seamos creyentes o no, siempre se necesitan momentos de reflexión para comunicarnos con nosotros mismos, y hacer un autoexamen para renovarnos espiritualmente y para luchar contra las oscuridades que nos acosan, dentro y fuera de nosotros.
Para renovar la esperanza de renacer. ¡Felices Pascuas a todos!

Tía Nilda.