Excelente pero caro

Mientras se encienden señales de advertencia sobre el casi seguro enlentecimiento de la transformación del sistema energético del mundo hacia una energía más limpia y sostenible, Uruguay ocupa el primer lugar del continente americano y el 11º a nivel global en energía renovable luego de Suecia, Suiza, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Austria, Reino Unido, Francia, Holanda e Islandia, según el Índice de Transición Energética 2020 del Foro Económico Mundial.
El documento, que se actualiza anualmente, es una evaluación comparativa de los sistemas energéticos como parte de la iniciativa de Fomento de la Transición Energética Efectiva del Foro Económico Mundial que además de comparar los sistemas de energía también mide su preparación para la transición energética.
El informe de este año señala que la transformación del sistema energético durante la última década, aunque más lenta de lo necesario para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París para combatir el cambio climático, no ha tenido precedentes. No obstante, advierte que el impulso ganado con tanto esfuerzo ahora corre el riesgo de perderse, ya que la actual pandemia de COVID-19 continúa causando daños económicos y sociales.
“Más allá de la incertidumbre sobre sus consecuencias a largo plazo, COVID-19 ha desatado efectos en cascada en tiempo real: la erosión de casi un tercio de la demanda mundial de energía; volatilidades de precios del petróleo sin precedentes y posteriores implicaciones geopolíticas; inversiones y proyectos retrasados ​​o estancados e incertidumbres sobre las perspectivas de empleo de millones de trabajadores del sector energético”, plantea el documento para luego agregar que la crisis generada por la pandemia ha obligado a lo impensable y la sociedad ha debido renunciar a productos y libertades valiosas para abordar colectivamente el brote global.
Por otra parte, señala que la transición energética global se ha estado moviendo a un ritmo lento pero constante lo que se refleja en el índice ya que de los 115 países comparados, 94 –que contribuyen a más del 70% de las emisiones globales de CO2– han mejorado su puntaje desde 2015 y, en particular, 2019 fue un año histórico aunque el COVID19 podría dar lugar a cambios importantes en las prioridades a corto plazo.
Desde 2015, los países importadores de combustible han mejorado a un ritmo más rápido que los países exportadores de combustible priorizando cuestiones como sostenibilidad ambiental y la inversión en nueva infraestructura energética. En este contexto, es realmente importante para un país pequeño como el nuestro estar liderando en materia de energías renovables en el continente americano, muy cerca de países desarrollados con larga trayectoria en materia de performance ambiental.
En este sentido, el informe señala que con compromiso con el cuidado del medio ambiente y la producción sostenible, Uruguay desarrolló un modelo de inversión público-privado para impulsar el sector, que ha sido sumamente exitoso y hoy es replicado en diversos países.
En su índice anual, el Foro Económico Mundial distinguió a Uruguay como la nación americana más avanzada en la materia. Nuestro país destaca como la primera nación no europea en la lista, en un índice que pondera más de 40 indicadores y ordena a los estados con un puntaje de entre 0% y 100%. Uruguay obtiene una puntuación general de 67%, con un desempeño de su sistema energético evaluado en 75% (solo por debajo de Suecia y Noruega) y una preparación para la transición energética evaluada en 59%.
El volumen de inversión en infraestructura para transformar la matriz energética –más de 7.800 millones de dólares entre 2010 y 2016– es muy relevante si se la compara con otros países, lo que ameritó que en 2018 Uruguay fuera reconocido como una de las naciones líderes en la producción de energía eólica y solar por REN21, respaldada por la ONU para promover la energía renovable en todo el mundo. Además, como bien señala una publicación reciente de Uruguay XXI, la Agencia Internacional de las Energías Renovables (Irena) ha citado la experiencia uruguaya como uno de los ejemplos de manejo exitoso de sistemas eléctricos con alta participación de energías renovables.
El despegue energético renovable uruguayo no ha ocurrido espontáneamente sino que se basa en la existencia de políticas de Estado, el establecimiento de normativa en el contexto de un marco jurídico que garantiza reglas de juego claras y, fundamentalmente, la delimitación de un rumbo claro sobre hacia donde ir. Recordemos que a fines de los años 90 y principios del 2000 el sector energético uruguayo estaba sumamente golpeado, fundamentalmente por su dependencia casi exclusiva de la energía hidráulica y del petróleo que se importaba para suplir los faltantes hidráulicos. Se había apostado al gas natural de Argentina –una de cuyas entradas al país se fijó por Paysandú— pero pronto el vecino país no estuvo en condiciones de seguir exportando.
El nuevo diseño energético para Uruguay, hoy mirado con curiosidad y admiración desde el exterior, creó oportunidades no sólo para aquellos que desean generar energía a partir del viento para su propio consumo, sino también la generación eólica a gran escala mediante la instalación de parques eólicos conectados a la red de transporte de energía eléctrica. Este diseño desde cero de una reconversión energética ha generado también un importante conocimiento acumulado que las empresas también están aprovechando, por ejemplo en el asesoramiento a otros países a partir de su propio know-how acumulado.
Haber podido concretar la reconversión de la matriz antes de la presente pandemia –que seguramente frenará procesos de ese tipo en otros países– es un gran punto a favor y un aporte de tranquilidad no sólo para el gobierno nacional sino para los ciudadanos. No obstante, el cuello de botella para estos últimos sigue siendo el costo de la factura de los servicios de electricidad, un asunto que hoy toma nueva relevancia a medida que aumenta el desempleo debido a las consecuencias económicas de la crisis sanitaria.
No es un tema menor, ya que Uruguay también tiene el “honor” de encabezar la tabla de los mayores costos de electricidad en la región, tanto en el ámbito doméstico como industrial. Evidentemente, la mejora de la diversificación de la matriz, si bien ha asegurado el abastecimiento y una producción más económica y limpia, sigue sin trasladarse al bolsillo del consumidor sino exclusivamente a las arcas del Estado.