Las diferencias que atraen a la violencia

El hecho de violencia inusitado ocurrido en Salto no tendría motivaciones de origen político explícito, sino una reyerta casual, provocada por una desavenencia entre las partes, de acuerdo a lo confirmado por la Policía. Y aunque cualquier tipo de violencia es condenable, en los últimos días intentó instalarse el clima enrarecido de intolerancia y de atentado a las libertades personales por ejercer la militancia en determinado partido, que nuevamente divide a la sociedad.
En los últimos años se han agudizado las diferencias por pensar distinto, fogoneado por discursos de altos dirigentes que buscan intencionalidad en sus opositores y aprovechan la circunstancia cuando están rodeados de micrófonos. Y así, de esa forma, el grueso calibre baja a sus militantes. Son los mismos que después de tirar la piedra y esconder la mano, cuestionan el nivel de violencia existente en nuestra sociedad. Y son los mismos que, una vez ocurridos los hechos de violencia, envían sus mensajes de pacificación que resultan siempre un poco tardíos. Porque en vez de tantos lamentos debería haber una autocrítica.
Las campañas electorales exponen el lado oscuro de los perfiles políticos, y quienes deben disuadir o calmar los ánimos de vez en cuando hacen todo lo contrario. Elevan su lenguaje y confrontan para después hablar de la existencia de una suerte de grieta o de espacio que separa a “ellos” de “nosotros”. En lugar de reconocer que “malos” y “buenos” hay en todos lados, presentan una matriz discursiva que promueve las maldades únicamente en el bando opositor.
El grave problema es que, cuando se toma por esta senda, es muy difícil el retorno. Y así como la intolerancia se profundiza en las redes sociales con la confrontación a través de las pantallas y desde la intimidad de cada uno, no será muy difícil comprobar que ese mismo clima se trasladará a otros ámbitos, mucho más temprano que tarde.
La vía pública es uno de ellos y ese lugar de encuentro de todos aquellos que piensan igual o diferente sufre los embates del fanatismo en sus muros. No obstante, como la condena siempre será selectiva, no caerá por igual el rechazo sobre las paredes de un templo religioso o monumento público que padeció las bombas de pinturas, que la misma agresión sufrida a un comité político.
También esa visión lateralizada de las cosas divide y aumenta el estigma sobre las instituciones. Pero esos mismos que instalaron las divisiones se asustan después de los niveles de violencia que provoca el propio hecho de vivir divididos.
Y en los últimos años, al menos en Paysandú, se confirma la intolerancia y la violencia desde estrados que debieran aprovecharse por su riqueza y llegada a la ciudadanía. La Junta Departamental está llamada a ser el rescoldo para quienes aspiran a tribunas políticas mayores. Sin embargo, se devalúa ante el incremento de exabruptos que se reiteran en sus sesiones.
En cualquier caso, la clase política somos nosotros mismos. Los electores y elegidos salen de una misma comunidad, pero nunca debe olvidarse el respeto y en vez de la intransigencia, es importante tratar de conciliar.
Al menos para lograr que los mensajes que emiten sean creíbles. Porque si estamos todos en contra de la violencia que padece nuestra sociedad, no alcanza con colocar un crespón negro sobre las ventanas. Hay que demostrar con los hechos lo que se enciende desde los discursos. Relativizar unos hechos y condenar otros también muestra el perfil de quienes apoyan una ideología. El acoso sexual y verbal es condenable desde todo punto de vista, sin importar si el protagonista es un intelectual, músico, político o dirigente de cualquier especie. Y la fuerza de esa condena debe notarse de parte de esos mismos colectivos que salen a la calle según de quien se trate.
Aún nos falta reconocer que los problemas de los votantes son los asuntos pendientes de resolución desde hace décadas. Y tanto en Montevideo como en Paysandú se viene discutiendo de lo mismo desde hace treinta años. El estado de la vialidad urbana, la recolección de residuos, la instalación de luces, la limpieza de los espacios públicos, la creación de fuentes genuinas de trabajo, la llegada con servicios a zonas alejadas, la problemática de los asentamientos que se expanden, la necesidad de un desarrollo “integral” para los departamentos y la reconversión con una mirada turística.
Por eso no hay un fosa que nos divide, sino quienes se aprovechan la circunstancias para instalar los temas que quieren y cuando quieren. Desde hace años que se habla de la necesidad de ser responsables en la gestión de los recursos públicos. Porque la caja que manejan ahora, al igual que quienes antecedieron en el poder, corresponde a los contribuyentes que deben ingerir las explicaciones cuando un gobierno resuelve la suba o la imposibilidad de bajar algún impuesto.
En cinco meses, el actual gobierno tuvo que declarar una emergencia sanitaria ante una situación de contingencia como no se vio en los últimos cien años. Y debió adquirir insumos básicos porque desconocía lo que se venía y no había reservas. Esto también afectó la economía y los puestos de empleo, enmarcado en una economía ya retraída. Hay líderes, dirigentes e instituciones que no deberían opinar con ligereza. Incluso deberían contenerse porque desbordan sus deseos de que todo vaya mal. En vez de ser tan desafiantes, en ocasiones un poco de humildad puede marcar la diferencia.
La utilización de otros caminos y formas de expresión para hacer llegar los reclamos es necesario tanto ahora como lo era antes. De lo contrario, serían notorias las intenciones políticas. Pero es mejor no creerlo, en honor a nuestra democracia.