Conflicto profundo

El régimen chavista que gobierna Venezuela siempre se las arregla para estar un poco peor que antes. Cuando parece haber llegado al fondo, sabe cómo escarbar para enterrarse más y más. El pasado domingo 6 de diciembre, las huestes del presidente Nicolás Maduro recuperaron la Asamblea Nacional venezolana en unas elecciones marcadas por el boicot de los principales partidos y líderes de la oposición, y por una masiva abstención.
Con una participación del 31%, más de 40 puntos porcentuales por debajo de las parlamentarias de 2015 ganadas por la oposición, la coalición oficialista logró más de 3,5 millones de los 5,2 millones de votos para lograr un total de 67,6% de los apoyos, según los datos del Consejo Nacional Electoral de ese país sudamericano.
Desde 2015 la Asamblea era el único poder controlado por la oposición, que decidió no participar igual que en las presidenciales de 2018 porque considera que no hay condiciones justas para la contienda electoral.
El líder opositor Juan Guaidó, que el este 5 de enero dejará de ser el presidente de la Asamblea Nacional, lo que le permitió desafiar a Maduro desde enero de 2019, habló de “fraude” y aseguró que la abstención fue incluso menor que la anunciada por el Consejo Nacional Electoral.
Por tanto, a partir de hoy, Venezuela se sumerge en un conflicto político aún más profundo. A partir de ese momento el país caribeño queda sin ningún poder público con un origen claramente democrático. Dos presidentes y dos asambleas sin fundamentos constitucionales.
“La distinción entre uno y otro, ‘de facto’ o ‘de jure’, se evapora y aparece una crisis de representación política aún peor: tanto Maduro como Guaidó pasan a representar tan solo su ambición continuista”, asevera el analista y consultor internacional, Michael Penfold, en un análisis divulgado en su cuenta de Twitter. “Nadie sabe desde el punto de vista democrático por qué están donde están”.
Es que los comicios del 6 de diciembre no tuvieron legitimidad ni a nivel nacional ni internacional. El chavista, al ganarlos, lucirá una Asamblea Nacional carente de representatividad política, con más del 90% de los escaños en su poder. Sí le pudo servir a Maduro y compañía para barrer a Guaidó y para disolver la Constituyente –“un adefesio impresentable”, a decir de Penfold–, respecto a una entidad que parecía una Asamblea en paralelo.
Gobernar Venezuela en las actuales circunstancias no es fácil; el chavismo sigue sin encontrar formas de detener la hiperinflación y conseguir más ingresos ante la caída del sector petrolero y las sanciones y siente el descontento, incluso entre los que antes eran más militantes.
La crisis económica no es novedad en la nación sudamericana, donde, además, los fallos eléctricos, la pésima conexión a Internet y la escasez de combustible o agua potable son problemas diarios y son, a la vez, los males menores presentes desde hace años.
Los venezolanos se han desgastado en su lucha por sobrevivir luego de una carrera de más de 2.000 días en la que casi con cada amanecer surge una nueva dificultad en un país que, con un sistema sanitario depauperado, tampoco ha escapado de los embates de la pandemia del COVID-19.
Hasta noviembre, la inflación acumulada se ubicó en 3.045,92%, según datos de la Asamblea Nacional, que sigue publicando este indicador en vista del silencio del Banco Central (BCV), el encargado en Venezuela de comunicar estos datos.
El pronóstico, aunque negativo, no es tan devastador como el 7.374% en que cerró la inflación en 2019 ni tan histórico como el pico de 1,7 millones por ciento que alcanzó en 2018. Sin embargo, la incesante subida de los precios sigue arruinando a unos empobrecidos consumidores, cuyo poder de compra es cada vez más pequeño.
A su vez, Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y Japón tampoco reconocerán a la nueva Asamblea Nacional, por lo que continuarán los problemas de acceso a los mercados financieros y petroleros y las dudas sobre la legitimidad democrática del país.
Y la oposición, una vez que pierda formalmente el Parlamento este martes, deberá ocuparse de nuevo de reunificarse en torno a una estrategia que deje de estar tutelada por Donald Trump, quien pronto dejará su lugar en Washington a Joe Biden (el cambio de mando está previsto para el 20 de enero).
Las parlamentarias del 6 de diciembre, por lo tanto, no parecen destrabar ninguno de los problemas que sufre Venezuela desde hace años, aunque puede que la llegada de Biden, un nuevo aire en la oposición y un eventual reconocimiento de las dificultades por parte del chavismo abran un espacio para concesiones y para aliviar la situación en el país, puntualiza un análisis de la BBC.
Así y todo, el régimen que gobierna Venezuela aún mantiene adeptos, básicamente, por una cuestión ideológica. Algo totalmente ridículo: la crisis profunda y que no para de aumentar debe llevar a reaccionar hasta al más duro militante. En un momento de la historia, los venezolanos deberán salir de este pozo profundo que los hace añicos.