El cambio de mando en Estados Unidos constituyó en esta oportunidad un acto que rompió con la tradición en la nación norteamericana, y estuvo en línea con los antecedentes inmediatos, asimilables a los de una república bananera la serie de hechos que tuvieron como protagonista al expresidente Donald Trump y seguidores fanáticos a partir del acto electoral en el que fuera derrotado en las urnas.
Su ausencia en el acto de transmisión del mando fue otra demostración de soberbia y desprecio a las instituciones y voluntad del pueblo estadounidense, similar a la puesta de manifiesto por la expresidente Cristina Fernández cuando asumió Mauricio Macri. Para ambos líderes populistas, el mundo empieza y termina con ellos, y consideran que lo que los rodea son solo piezas de un entorno formal que pueden modificar y pisotear a su antojo.
Los hechos de violencia registrados en el intento de toma del Capitolio por una turba de fanáticos alentados por Trump es un ejemplo claro del grado de peligrosidad que entraña ejercer con irresponsabilidad suprema el liderazgo y el ejercicio del poder, porque siempre hay grupos de delirantes que creen a pie juntillas los eslóganes y las falsedades, las verdades a medias de quienes deberían dar ejemplo de apego a la democracia y respeto a la institucionalidad, y en cambio actúan como enajenados que son, lamentablemente.
Desde el asalto al Congreso por parte de cientos de sus seguidores radicales, el 6 de enero, en el que cinco personas murieron, Trump apenas hizo apariciones públicas y permaneció la mayor parte del tiempo recluido en la Casa Blanca, a la vez de negarse a participar en la transición al nuevo gobierno.
Igualmente, en la víspera de dejar el poder, el exmandatario utilizó un video para mostrarse como un presidente “de unidad” (¿?) y expresó que “conforme concluyo mi mandato como el 45° presidente de Estados Unidos, me presento ante ustedes orgulloso de verdad de lo que hemos conseguido juntos. Hemos hecho lo que vinimos a hacer y mucho más”, a la vez de seguir en la línea de desligarse de su responsabilidad de la violencia desatada en el Capitolio, cuando había convocado a sus seguidores a “resistir” lo que siguió catalogando como “robo” y “fraude electoral”.
Pero aunque debe tomarse buena nota –y actuar en consecuencia– de lo que ocurre cuando se pierden todas las referencias en el poder, una tentación que no todos saben ni quieren resistir, ante su ego exacerbado, el advenimiento de Joe Biden permite comenzar a dar vuelta la página –aunque todavía siga el proceso de impeachment que será determinante para el futuro político del exmandatario– y corregir desvíos y actitudes que fueron moneda corriente durante el período de Trump, que más allá de los aspectos personales, tuvo sus luces y sus sombras en cuanto a la gestión tanto interior como exterior.
Es alentador desde ya que poco después de asumir, Joe Biden devolvió al país al Acuerdo de París, evitó que abandone la Organización Mundial de la Salud (OMS) y pidió el uso de la mascarilla frente a la pandemia de COVID-19, en un claro distanciamiento de su antecesor, Donald Trump, en una primera muestra del espíritu que pretende dar a su Administración.
Así, sentado en el Despacho Oval, Biden firmó delante de los periodistas tres de las 17 primeras órdenes ejecutivas de su Gobierno, horas después de haber jurado al cargo en una ceremonia fuertemente custodiada en el Capitolio y sin el público que tradicionalmente recibe al nuevo inquilino de la Casa Blanca.
“Algunas de las acciones ejecutivas que voy a firmar van a ayudar a cambiar el curso de la crisis de la COVID y vamos a combatir el cambio climático de una manera que no lo hemos hecho hasta ahora”, afirmó el flamante presidente en el Despacho Oval.
Precisamente a la lucha contra el coronavirus dirigió Biden su primera orden ejecutiva, al establecer el uso de tapabocas y mantener la distancia física como requisitos obligatorios en las propiedades federales.
El mandatario propuso el desafío de 100 días de uso de mascarillas, el mismo tiempo que se ha dado para vacunar a más de 100 millones de estadounidenses, como un intento contundente de contener la difusión de la pandemia en la nación norteamericana, que tiene el mayor número de muertos del mundo como consecuencia del COVID-19.
Biden busca desvincularse así de la gestión de Trump respecto a la pandemia, que descartó el uso de este elemento. Durante meses, Trump y sus seguidores se negaron a usar tapabocas en público, e incluso el propio líder republicano se contagió en octubre pasado.
Estados Unidos lidera las estadísticas mundiales con más de 24,4 millones de casos positivos y más de 400.000 fallecidos –casi el doble de Brasil, que es segundo en las cifras mortalidad–, según el recuento independiente de la Universidad John Hopkins.
Otras medidas anunciadas en la primera jornada de ejercicio de su administración incluyen que EE. UU. se mantiene en la OMS (Organización Mundial de la Salud), lo que se entiende fortalecerá los esfuerzos del país para controlar la pandemia. Trump había iniciado en julio del año pasado el proceso para abandonar el organismo mundial, lo cual iba a hacerse efectivo un año después, en el mismo mes de 2021.
Además, el ahora expresidente había congelado en abril pasado los fondos que EE. UU. aporta a la OMS, al acusar a este organismo de estar “sesgado” en favor de China y de haber gestionado mal la emergencia sanitaria.
Otra de las medidas que suscribió Biden apunta a revertir la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos, el segundo país que más contamina el planeta, del Acuerdo de París contra el cambio climático.
La retirada que Trump puso en marcha en junio de 2017, se hizo efectiva el pasado 4 de noviembre, dado que el punto 28 de ese instrumento establece que cualquier país que haya ratificado el pacto, como en el caso de Estados Unidos, solo puede solicitar su salida tres años después de su entrada en vigor.
Paralelamente, también en su primera jornada como presidente, Biden firmó una orden ejecutiva para salvaguardar el programa DACA, que protege de la deportación a unos 650.000 indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños, conocidos como “soñadores”.
Suscribió además otro decreto que ordena detener la construcción del muro fronterizo con México, al acabar con la emergencia nacional decretada por Trump para desviar fondos hacia ese proyecto.
Por supuesto, hay expectativas en otros temas tanto de orden interno como internacional, por tratarse nada menos que de Estados Unidos, y su innegable influencia política, económica y comercial en todo el globo, particularmente en América Latina, donde igualmente compite con China, de creciente penetración en la región, y que seguramente respira con alivio por la salida de Trump, quien llevó adelante una política proteccionista enmarcada en una guerra comercial con el gigante asiático.
Y mejor que tratar de hacer futurología en un mundo cada vez menos previsible y jaqueado actualmente por la pandemia, es abrir una cuota de moderada expectativa sobre lo que pueda ocurrir con un presidente demócrata moderado, con un retorno al multilateralismo y seguramente sin los controvertidos golpes de efecto y soberbia de Trump.
La relativa cercanía de Biden con la región durante su paso como vicepresidente de Barack Obama, sumado al perfil de los funcionarios que eligió para los estratégicos departamentos de Estado y Seguridad Interior, anticipan un cambio de estilo a nivel diplomático y búsqueda de consensos a través del diálogo.
Lo que no quiere decir que todo vaya a ser miel sobre hojuelas ni nada que se le parezca, aunque ya un cambio destilo, de moderación, del “primero yo”, va a ser un avance. Pero sin prejuzgamientos, los resultados se irán viendo con el tiempo, como se da todo en la vida, y esperemos que para mejor, con una mirada optimista y esperanzadora. → Leer más