Eran otros tiempos cuando terminando enero la ciudad se pintaba la cara, afinaba su voz, se subía al tablado. A las puertas de febrero, era lo mismo que estar a las puertas de la fiesta de Momo, la más popular. “Siempre habrá carnaval” se decía al final del más extenso del mundo. En cierta medida es real, el calendario lo marca.
Pero llegó un virus con corona y todo cambió. Probablemente algunos espectáculos se desarrollarán, para que las agrupaciones despunten la ilusión y el público carnavalero disfrute de chanzas y crítica sana, aunque muchas veces no tanto. No estará este año eso que se estableció mucho después que el carnaval cobrara fuerza, el famoso “concurso oficial”, que en alguna medida intenta suplantar al concurso popular, ese en el que la gente decide quién es mejor simplemente porque le gusta más.
Volverá seguramente, cuando el virus pierda su corona. En tanto además de carnaval, febrero tendrá playas, arroyos, noches plácidas y frescas. Porque el verano está a pleno. Aunque a lo lejos no se escuchen los tamboriles ni las voces del coro de murga.
Generaciones disfrutaron de las planchada del Club Remeros a lo largo de incontables veranos. Utilizada para lanzar al río las embarcaciones deportivas, también sirve como trampolín para los jóvenes que aprovechan el calor del verano, y la ausencia de clases, para pasarla bien.