El aparente estancamiento en la evolución de casos de COVID, con influencia notoria de cepas más agresivas como la cepa de Manaos –con fuerte presencia en la segunda ola que hace crujir el sistema sanitario nada menos que en el sector de los CTI– reafirma que la aparente imprevisibilidad en el rumbo de la pandemia, tanto en nuestro país como a nivel global, no debería ser tal. Ello porque existen herramientas para por lo menos limitar y luego erradicar el flagelo. Solo que el desplegar estos instrumentos dependen del factor humano y este es el elemento distorsionante en la lucha por controlar los contagios.
Precisamente la realidad ha demostrado, por si todavía hacía falta, que la economía y la COVID-19 no se llevan bien, y que pese a ser una patología de relativa menor gravedad para la enorme mayoría de la población, su capacidad de transmisión y de afectación a personas susceptibles –sobre todo de grupos de riego por factores de edad y comorbilidades– ha demostrado ser temible.
Claro, la contradicción con la economía no responde intrínsecamente a un factor sanitario, sino que de lo que se trata es de las medidas de contención adoptadas para contener su diseminación. Así se explica que la reducción de la movilidad, del transporte, del turismo, de las reuniones, de los espectáculos masivos, de los aforos en lugares cerrados de esparcimiento y otros ámbitos, ha resultado demoledor para las economías de países más vulnerables, entre los que se incluye naturalmente Uruguay.
A partir de marzo se ha registrado una disparada de casos y el factor que incidió sobremanera para que escapara de control tiene que ver precisamente con la lenta reacción del gobierno en las últimas semanas, pese a los antecedentes de lo que ha estado ocurriendo no solo en Europa, sino sobre todo en Brasil y nuestra porosa frontera con ese país, donde la difusión y virulencia de la COVID-19 es realmente de temer y estamos sufriendo las consecuencias.
Es decir, no se evaluó en toda su dimensión que pudiera llegar esta ola con la magnitud con que se está manifestando, y también se menospreció el factor humano, es decir la irresponsabilidad de gran parte de la población. Buena parte de los ciudadanos, sobre todo desde sectores jóvenes, no ha tenido solidaridad para adoptar elementales medidas de prevención a efectos de cuidarse y cuidar a sus semejantes, sobre todo a las personas mayores.
En todos los casos aparece como un gran conflicto subyacente la dicotomía –que es real– entre la salud y la economía, porque precisamente la libertad responsable aparece como un ideal que tiene mucho que ver con el factor cultural, y en realidad hay sectores que soslayan la necesidad de cuidarse, el uso de barbijos, no aglomerarse y de vacunarse, que es sin dudas la bala de plata en el combate de la pandemia.
En una problemática sanitaria que arroja centenares de miles de muertos en Europa, Estados Unidos, entre otras regiones con gran capacidad económica, se está sobrellevando la crisis en base a sus reservas de recursos, aguardando que la vacunación masiva determine la perspectiva de superar la crisis, en tanto en la región sudamericana, fundamentalmente, a la crisis sanitaria se suma el devastador golpe económico, que ha hecho que por ejemplo en Uruguay la economía cayera un 6 por ciento durante 2020.
Refiriéndonos a Uruguay, tenemos a un país con muy limitados recursos financieros, con una economía que ha venido decayendo a partir de 2014, año que marcó el fin del “boom” de los precios de los commodities y de la bonanza económica, para pasar en los últimos años a que siguiera aumentando el déficit fiscal y el desempleo, al punto que al actual gobierno se le entregó el país con un déficit fiscal altamente preocupante del 5 por ciento del Producto Bruto Interno (BPI).
Sin margen para gastar y, peor aún, con la necesidad de revertir el deterioro de esta balanza, nos encontramos ante una pandemia que afecta sensiblemente el mercado laboral y la economía, y sin dudas el gobierno ha pretendido balancear el escenario económico con las medidas de contención. Las medidas efectivas de prevención implican inevitablemente un deterioro de la economía en forma sustancial, como ha ocurrido a nivel global en forma devastadora.
Por supuesto, la medida más efectiva contra la pandemia sería la cuarentena total: cierre de empresas, de oficinas públicas, de eventos masivos, prohibición de circulación y solo trabajo en servicios esenciales. De esta forma se establecería un corte radical en la transmisión; solo que se trata de un escenario impracticable, hasta por una semana, y por ende la alternativa que con distintos matices se ha practicado en la mayoría de los países es un cierre alternado y sectorial, con la diferencia de que en Europa y Estados Unidos se ha establecido un circuito de miles de millones de dólares en subsidios en ancas de su suficiencia financiera para sostener a desempleados y empresas.
Todos sabemos lo que ocurre en Uruguay y en América Latina en general: sería un acto suicida en las economías una cuarentena a rajatabla y cada país lo ha afrontado como puede, no sin el común denominador de devastación económica y pérdidas de vidas.
Sin dudas este intento de conciliar economía y pandemia ha sido determinante, junto con las nuevas cepas, para que se haya disparado el número de contagios y de muertes, sin poderse evitar además los efectos adversos sobre la economía y a la vez empeorando el pronóstico para la recuperación económica.
En realidad, todo se resume en una carrera contra el tiempo en el escenario que afronta el país: el tiempo que llevará –estimado en unos dos o tres meses– para que empiece a tener el efecto deseado la vacunación y la consecuente inmunidad para un alto porcentaje de la población, que hará un efecto de barrera de contención para que no siga incrementándose el número de casos.
El vacunarse no es por lo tanto solo un acto de autopreservación, sino de solidaridad con los demás, porque entre todos nos cuidaremos así de la pandemia.
Pero el tiempo es la clave: es tratar de ganarle al colapso del sistema de salud, de la ocupación de camas en los CTI, y para ello es fundamental no solo que podamos vacunarnos en la mayor cantidad posible cuanto antes, sino que paralelamente los grupos que todavía se muestran renuentes, eviten las reuniones y la movilidad, con elementales niveles de precaución.
Es seguro que la vacunación le va a ganar al COVID-19, pero el tema es cuándo. Para que ello se logre lo antes posible, es vital el componente del factor humano: además de vacunarnos, hay que seguir cuidándonos y hacer un uso solidario y criterioso de la libertad responsable. Al fin de cuentas, solo depende de nosotros.
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