Ciudades resilientes

Si bien ya nadie discute que su existencia es una realidad con disímiles y profundas afectaciones en distintas partes del planeta, una apreciación ligera o no informada podría relacionar el cambio climático exclusivamente con cuestiones como las afectaciones a la capa de ozono o el derretimiento de los casquetes polares, fenómenos reales y preocupantes pero que están muy lejos de ser los únicos. Por el contrario, el cambio climático nos enfrenta a vulnerabilidades y riesgos presentes en la vida cotidiana de muchas personas que residen en pueblos y ciudades, en las costas o en el campo.
Vivimos en una de las regiones del mundo con mayor variabilidad climática y se prevé a futuro un incremento en la frecuencia de eventos extremos que podrán tener impacto en distintos sectores y a diferentes escalas.
Las manifestaciones locales son cada vez más claras en la medida que se genera mayor información y conocimiento sobre el tema, tarea en que se trabaja ya desde hace algunos años. En este sentido, los informes de organismos especializados en el tema señalan que nuestro país evidencia muy fuertemente el impacto del fenómeno de El Niño principalmente en la primavera y en el otoño, incrementando la probabilidad de que las lluvias ocurridas sean de mayor magnitud respecto a datos históricos para esas épocas del año. En tanto, los años de predominio de La Niña, sufre prolongadas y profundas sequías.
Según datos del Ministerio de Ambiente, durante los últimos 30 años se ha observado un cambio en las precipitaciones acumuladas anuales en la región, hacia mayores valores, confirmando una tendencia general creciente en el último siglo. El análisis de las precipitaciones acumuladas desde el año 1980 a la fecha muestra que han aumentado en todo el país y particularmente en el litoral atlántico a partir del año 2001. También se observa una tendencia creciente en la evolución de la temperatura anual.
Las amenazas de origen natural, en interacción con la exposición y vulnerabilidad social, han ocasionado múltiples impactos sobre las poblaciones, las infraestructuras, los ecosistemas, la actividad agropecuaria y la biodiversidad.
La instrumentación de soluciones de adaptación y resiliencia es una cuestión compleja que supone inversiones de recursos y, en el caso de las ciudades conlleva procesos de ordenamiento territorial y consolidación urbana así como otros vinculados a la cambios sociales y culturales de la relocalización de grupos humanos en nuevas soluciones habitacionales, por ejemplo.
Uruguay, donde más de 93% de la población vive en zonas urbanas –porcentaje que según las proyecciones aumentará en los próximos años– definió impulsar un proceso de planificación específico para sus ciudades e infraestructuras para dar respuesta a esta situación.
En este sentido, desde 2018, en el marco del proyecto Integración del enfoque de adaptación en ciudades, infraestructuras y en el ordenamiento territorial en Uruguay, se viene trabajando en el desarrollo del NAP Ciudades, un plan que aborda los múltiples desafíos que enfrentan las ciudades ante los impactos del cambio climático.
Las olas de calor y frío, las ráfagas de vientos, tornados y tormentas convectivas así como la inundación fluvial de las poblaciones que viven en las costas o la inundación por drenaje en diferentes partes de nuestras ciudades son algunos de los riesgos a los que se pretende enfrentar.
Planes de aguas urbanas para una mejor gestión del sistema pluvial de un barrio o una ciudad o propuestas para el control de la impermeabilización, alternativas constructivas para que las viviendas puedan estar mejor preparadas ante vientos fuertes o tormentas son algunas de las medidas que se impulsan en Uruguay para la adaptación al cambio climático.
A esto se debe agregar el acondicionamiento térmico de las viviendas ante olas de frío o calor, medidas para evitar el asentamiento informal en zonas de riesgo o tendientes a la recuperación y la protección de los ecosistemas urbanos; alternativas para hacer frente a los incendios en zonas de proximidad urbano rural o el apoyo e incentivo a las huertas urbanas, conforman un paquete bastante amplio de medidas propuestas por distintos actores institucionales, sociales y técnicos de diferentes zonas del Uruguay para la adaptación local al cambio climático.
Algunas de las propuestas en las que se viene trabajando confluyen dos miradas interesantes y muy necesarias para nuestras ciudades. Nos referimos al bioclimatismo (un diseño que aproveche las condiciones ambientales en beneficio de los usuarios, considerando condiciones de confort térmico y ahorro energético) y la incorporación de la naturaleza al diseño, con particular consideración al drenaje sostenible y al arbolado urbano. Algo tan sencillo como la recuperación de espacios verdes públicos puede contribuir a disminuir las olas de calor y a la vez contar con la utilización de especies del bosque nativo para poner en valor esos espacios y contribuir a concientizar sobre la necesidad de su protección y cuidado por los múltiples servicios que generalmente prestan a los ecosistemas donde se encuentran.
También están en desarrollo herramientas valiosas como el Sistema Nacional de Información de Inundaciones y Drenaje Pluvial Urbano ya que contar con información actualizada, precisa, clara y fiable constituye un insumo fundamental para la toma de decisiones o para ser utilizadas como información clave en el marco de los procesos de participación que se han habilitado con miras al desarrollo de respuestas y mecanismos de adaptación.
No es un tema menor si tenemos en cuenta que según datos de la Dirección Nacional de Agua (Dinagua) aproximadamente 100.000 personas residen en áreas inundables en nuestro país. En consecuencia, es necesario que esa información esté almacenada, organizada y sea fácilmente recuperable para su análisis o la modelación de datos referidos, por ejemplo, a las inundaciones puesto que constituyen una de las manifestaciones de la variabilidad climática que más población afecta en episodios intensos.
Múltiples vulnerabilidades y riesgos nos acechan más allá de la pandemia y vivimos en una de las regiones del mundo con mayor variabilidad climática, previéndose a futuro un incremento en la frecuencia de eventos extremos que podrán tener impacto en distintos sectores y a diferentes escalas. Nuestras ciudades y pueblos y villas deben, necesariamente, incorporar la dimensión del cambio climático en la planificación de su ordenamiento territorial y en lo que respecta al desarrollo de infraestructura con la finalidad de aumentar la resiliencia de nuestros espacios vitales ante la incertidumbre actual y futura.