La pandemia en Israel contada por una sanducera en Haifa

Europa ha comenzado a recorrer el camino hacia la normalidad, luego de atravesar duras cuarentenas obligatorias por la epidemia de coronavirus. Israel, su vecino más cercano, decretó tres aislamientos y comenzó a vacunar a finales de 2020 hasta liderar la lista de países con mayor población inoculada (62,51%). El 18 de abril, el gobierno isrelí eliminó la obligatoriedad de usar el barbijo al aire libre y los centros educativos abrieron sus puertas para las clases presenciales.
Anita Wolman, una sanducera que reside en Haifa desde hace décadas, relató su experiencia vivida durante la contingencia sanitaria y desde su profesión de enfermera destacó las virtudes de un sistema de salud –público y privado– que contuvo la pandemia sin colapsos.

UN POCO DE HISTORIA

Wolman nació en Paysandú en diciembre de 1961 y a sus 14 años, “mis padres nos enviaron a mi hermana y a mi, a estudiar a Montevideo, donde vivimos en una especie de internado abierto que era solo para estudiantes judíos de todo el Uruguay. A los 18 años nos vinimos a vivir a Israel, en 1980”.
A su llegada, “vivimos en la ciudad de Tiberíades, a orillas del mar de Galilea. Cuatro años después me fui a vivir a la ciudad de Haifa donde vivo hasta hoy y mis padres quedaron allá. Actualmente, mi madre vive con mi hermana en Jerusalén”.
Como trabajadora de la salud, tiene más de 40 años de experiencia en hospitales y prácticas particulares. “Ahora me dedico a la cirugía maxilofacial en consulta privada y trabajo con un odontólogo cirujano”, señala.

LA PANDEMIA

La COVID-19 llegó a Israel y “al principio ocurrió como en todos lados. Nadie podía admitir que restringieran las libertades, con impedimentos para salir y no poder ver a los seres queridos o dejar de trabajar si su tarea no es esencial. Fue duro. Por suerte, nuestra población cumplió con la mayoría de los decretos aprobados por el Gobierno y nos sometimos a todas las restricciones. No fue fácil, pero no fue imposible. Hoy en día, después de todo lo que pasamos, vemos que valió la pena”, asegura a EL TELEGRAFO.
Explica que “fue también muy duro acostumbrarse a usar el barbijo en la calle y eso, cuando se podía salir. A quien no lo usaba le aplicaban una multa de aproximadamente 150 o 200 dólares. Y no fueron pocas porque se aplicó mucho ese reglamento”.
Durante la primera ola de casos, “desgraciadamente falleció mucha gente mayor, especialmente en los hogares de ancianos. Al principio, se decía que la enfermedad atacaba fundamentalmente a las personas mayores y luego, cuando comenzaron los casos en personas menores de 40 años, se supo que no hay edad para esta tremenda enfermedad, sino que estamos todos expuestos”. Y recuerda particularmente el caso de “un niño de 9 años que estuvo tres semanas internado y su madre estuvo esas tres semanas aislada junto a él, en el hospital”.
Los pacientes que atravesaron internaciones en los CTI, “cuentan que quedaron con secuelas como la caída del cabello, falta de gusto y cansancio crónico. En medio de estas situaciones, llegó la gran noticia de la vacuna”.

NO OBLIGATORIA

Wolman relata que Israel aún trabaja duro para fabricar una vacuna propia. El primer ministro Benjamin Netanyahu “compró la vacuna de Pfizer en cantidades astronómicas para que todo el que quiera, pueda vacunarse, sin ser obligatorio”.
Sin embargo, la población acudió masivamente. “Al principio, todos teníamos nuestras dudas. Era algo que se había hecho muy rápidamente y no se sabía cómo iba a reaccionar la gente. Pero la población se vacunó sin dudar ni un momento y mucho más, después que empezaron a ver que no había problemas secundarios”.
Pero, “el gran problema fueron los religiosos antivacunas”, quienes fueron cambiando sus posturas “a medida que hubo varias muertes de personas mayores entre ellos”. Al comienzo de la pandemia, “el gobierno no pudo hacer mucho ante esta situación. Ellos estudiaban en sus propias instituciones y universidades, mientras los demás centros de estudios estaban cerrados”.
Esta comunidad de ortodoxos se ayudaba entre sí “y tenían sus propios respiradores, pero cuando la pandemia se agravó, se dieron cuenta que no alcanzaba con quedarse en casa con sus propias máquinas respiratorias y con médicos privados. Así, fueron internados en los hospitales y los rabinos salieron a pedir a toda la población que cumplieran con lo que pedía el Gobierno”.
Tres semanas después de la segunda dosis, “desde el ministerio de salud y las mutualistas de cada persona, recibimos una especie de pasaporte verde. Eso nos permite entrar en los negocios y en los lugares que tienen una calcomanía verde”.
Wolman relata que de esta forma comenzaron a abrir los restaurantes con mesas afuera y bajo estrictas medidas de higiene, distanciamiento físico y uso del barbijo. Asimismo, reabrieron los parques, autocines o lugares donde instalaban sillas alejadas entre sí, con pantallas gigantes y los gimnasios. “Y así, de a poco, empezamos a salir hacia una vida más o menos normal”.

LA ECONOMÍA

La situación económica resultó tan afectada como en otros países cercanos. “Hubo mucha gente sin trabajo y ahora, que estamos casi en la normalidad, lo económico sigue siendo duro. Los precios están altos. La vida en Israel es cara en todo sentido y el nivel de vida es alto”.
Explica que “los sueldos también son relativamente altos, pero la carestía de la vida es a la par. Acá no hay pobreza y no se ven mendigos en la calles. El país ayuda mucho y hay estipendios para quienes no terminan el mes”. Sin embargo, duda sobre algunas costumbres en el futuro: “Acá, la clase media sale de vacaciones al exterior. Estamos muy cerca de Europa y un viaje puede salir entre 150 y 250 dólares. Por unos 1.000 dólares –que acá no son nada– te podés hacer un flor de viaje por una semana y media a cualquier país europeo. Pero a partir de ahora, no sé si se va a poder hacer”.
En su caso particular, como ama de casa, “lo que compro en el supermercado, que es una canasta para el mes, no tiene nada que ver con lo que compraba antes del coronavirus. O sea, carísimo. No traigo casi nada por el mismo precio de antes de la pandemia”.

ATENCIÓN SANITARIA

Durante la pandemia, los hospitales israelíes “trabajaron muy duro y parejo, pero en ningún momento hubo colapso. Estaban preparados con personal e instrumental de primera. Toda la población que necesitó tratamientos o permanecer hospitalizados tuvo la atención que necesitó. Había camas para todos con tratamientos de primera”.
Subraya que en el aspecto sanitario, Israel “está muy bien organizado. Gracias a Dios, ya se han cerrado varios ‘departamentos corona’ que se abrieron en los hospitales del país. Eso realmente me enorgullece contarlo y haber visto cómo trabaja Israel cuando estamos en problemas tan graves. Porque aún no se sabe de dónde vino ni cómo surgió el contagio de COVID-19. Creo –y espero– que hemos pasado la peor parte”.

EL PAISITO

Wolman manifiesta su orgullo de ser uruguaya y sanducera. “Cuido siempre mis raíces y mantengo contacto con mi gente, incluso con compañeros de la escuela. Tengo familia en Paysandú y en Montevideo. Desgraciadamente no he podido volver a visitar a mi tierra, pero es algo que me debo a mí y a mis hijos, que ya son grandes, pero siempre les hablé del paisito y de Paysandú”.
Reconoce que “en Israel se vive muy acelerado. Las cosas pasan muy rápido y muchas cosas a la vez. Lo que pasó ayer, antes de ayer o hace tres días ya es historia. Y, hablando con mi familia, creo que hay algo de Uruguay que se quedó en el tiempo”.
Recuerda que sus padres visitaron Uruguay en dos ocasiones, en la década de 1980. “Cada vez que regresaban decían que volver a Uruguay es como volver en el tiempo. Las cosas no cambiaban, las calles quedaron iguales. Donde estaba roto hace treinta años atrás, seguía roto. Quiero pensar que ahora no es así. Por ahora vivo con la nostalgia de lo que yo dejé, visto por una joven de 18 años. Tengo y cuido mis dos ciudadanías con mucho cariño y honor”.