Felizmente, pese al preocupante escenario sanitario, la principal fuente de riqueza de nuestro país, el agro, no conoce de pandemias y siguen cumpliéndose los ciclos biológicos para la producción de carne, lanas, granos y madera, entre otros rubros, lo que indica que pese al encierro parcial y reducción de actividades, hay expectativas de que en el período pospandemia el punto de partida no esté tan cercano al piso, y que no se vea afectada tan radicalmente la calidad de vida y expectativas de los uruguayos.
Desde el punto de vista laboral, por ejemplo, tenemos que en el Interior y sobre todo en el ámbito rural, se ha seguido trabajando para acompañar y acompasar los ciclos productivos que nos han sostenido hasta ahora, porque lo contrario hubiera sido apelar a créditos y vivir de prestado a cuenta de que las futuras generaciones luego carguen sobre sus hombros el pago de la deuda.
Mientras tanto, en otros ámbitos de trabajo, como en el caso de los funcionarios del Estado, la afectación laboral prácticamente no existe, por cuanto es un costo del que se ha hecho cargo exclusivamente el sector privado, donde se genera la riqueza que luego se redistribuye, mal o bien, a todos los demás sectores del tramado socioeconómico.
Nuevamente el agro, por si hiciera falta demostrarlo, se erige como la esperanza y la reserva de riqueza potencial en tiempos de crisis, cuando a la vez desde diversos sectores académicos se reclama que se adopten medidas “covid-céntricas” y se perfore el problemático intento de equilibrio entre medidas de contención del virus, con cierre indiscriminado y encierro a rajatabla, dejando de lado toda actividad cotidiana y cortando de raíz también la circulación de recursos para quienes viven el día a día, cuando el país no cuenta con espalda financiera para sostener a quienes quedan expuestos sin su fuente de ingresos.
Y si hablamos de generación de riqueza y agro, más allá de las buenas performances de la carne y los granos, tenemos a un sector forestal que se ha sostenido y mejorado su comportamiento, tanto en producción para la venta al exterior como generador de empleos directos e indirectos.
De acuerdo con el nuevo informe de Uruguay XXI, el fuerte desarrollo silvícola (gestión de bosques o montes de épocas anteriores), se encuentra actualmente en turnos de cosecha y habilitará un volumen muy importante de materia prima disponible, pero se requiere atraer nuevas empresas que trabajen en la promoción y el desarrollo de esta actividad.
Según datos del Banco Central del Uruguay (BCU), el sector forestal es uno de los más dinámicos en la economía nacional del presente siglo, ya que presenta una tasa anual de crecimiento del 7,7 por ciento en la última década, lo que es determinante para que el sector represente alrededor del 3 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI), mientras que las exportaciones del complejo forestal, que incluye a la madera, celulosa y papel, representan casi una quinta parte del total de las exportaciones de bienes del país.
En lo que tiene que ver con el mercado laboral, el sector emplea directamente cerca de 17.000 personas sin contar por lo tanto los empleos indirectos que también genera el sector en infraestructura de apoyo. Como dato complementario, tenemos que el 15 por ciento de la población del país vive en los departamentos con mayor cantidad de hectáreas forestadas, lo que confirma la incidencia de esta actividad en territorios que no tienen otras opciones laborales, en el interior profundo sobre todo.
A su vez, el tejido empresarial presenta unas 1.700 empresas en el entorno de la actividad forestal, directamente vinculadas al rubro. Las empresas nacionales son en gran medida de pequeña escala, de los cuales unos ochenta aserraderos en todo el país.
Estas empresas son significativas fuentes de empleo y en algunas regiones son pequeños polos de desarrollo que han contribuido a retener la población en el medio rural, y por lo tanto su proyección real es mucho mayor que una fuente de actividad aislada, sino que forman parte de una respuesta más integral para la búsqueda de contener el éxodo desde nuestros campos hacia los cinturones de pobreza de las ciudades.
Sin dudas, como dan cuenta los análisis de institutos especializados, el sector forestal de nuestro país tiene volumen suficiente de madera de eucalipto y pino para captar mayores inversiones y continuar creciendo en la industrialización de esta materia prima. El Instituto Uruguay XXI, por ejemplo, aclaró que para poder determinar los volúmenes de ambas maderas con miras a 2050, es preciso tomar en cuenta una serie de aspectos que refieren a la duración de los ciclos forestales, a los datos disponibles en la actualidad y las posibles líneas de desarrollo del sector forestal uruguayo.
Los ciclos forestales en el Uruguay pueden ir de 10 a 20 años mínimos, según se trata de destino de pulpa de madera o aserrío, y de acuerdo al informe de referencia, “la plantación de pinos disminuyó paulatinamente hasta ser de poca importancia en los años recientes. Sin embargo, lo plantado con anterioridad asegura una disponibilidad muy importante durante los próximos 20 años, con picos de volumen muy grandes en el futuro cercano. Un promedio anual de disponibilidad de madera superior a los tres millones de metros cúbicos, supera ampliamente la capacidad industrial instalada en Uruguay”.
Ello quiere decir que con la infraestructura de procesamiento de madera –muy reducida– con que cuenta el Uruguay, en el futuro inmediato se seguirá exportando materia prima para darle valor agregado fuera de fronteras, en lo que ha sido lamentablemente una constante en nuestro país a partir de la explotación de los montes plantados a partir de fines de la década de 1980, como consecuencia de la entrada en vigencia de la Ley de Desarrollo Forestal.
La capacidad instalada de los aserraderos de pino nacional permite un consumo de entre 3.000 y 4.000 hectáreas de bosque maduro (un millón de metros cúbicos por año). La superficie destinada a plantaciones de pinos debería estar entre 60.000 y 80.000 hectáreas para satisfacer esa demanda, y hoy es el doble de ese número. En 2019 había 25 millones de metros cúbicos en turno completo pronto para la cosecha, y que gran parte de ese volumen se exportó en bruto, es decir sin ningún valor agregado dentro del país.
En tiempos del omnipresente COVID-19, donde lamentablemente todo se mide desde el ángulo del escenario sanitario y socioeconómico ante la gravedad de la crisis, aparece como un apuesta pos pandemia de primera prioridad la búsqueda de potenciar la dotación de valor agregado a la madera, procurando canales efectivos para superar el cuello de botella para obtener el mejor aprovechamiento de la riqueza forestal en el Uruguay.
Es decir que se genere reciclaje de recursos por vía de la industrialización, aplicación de tecnología y creación de fuentes de empleo directos e indirectos, que tanto se necesitan, con inversiones significativas que hasta ahora se han dado muy por debajo de lo que cabía esperar, más allá de algunas excepciones que no alcanzan a compensar el déficit en este sentido.