El perfil del nuevo trabajador y la necesidad de cambiar la mirada

Según los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), Uruguay tiene una tasa de desempleo de 7,2%. Por primera vez, el organismo publicó la información por área geográfica de residencia y establece una alta heterogeneidad. Por ejemplo, en Cerro Largo el desempleo se ubica en 2,8% y el índice más alto lo tiene Salto, con 12,3%.
La estadística se basa en la situación registrada entre los meses de diciembre de 2021 y febrero de 2022. Por lo tanto, es importante destacar que cualquier lectura lineal de los números o comparación entre departamentos puede distorsionar la forma de ver la realidad. Paysandú está ubicado en medio de esta situación, con un desempleo de 8% o unas 4.600 personas. El nivel de empleo se ubica en 54,4% y el de actividad, en 59,1%.
Sin embargo, es posible que la percepción ciudadana sea bastante más pesimista que estos guarismos oficiales. En cualquier caso, existen otras realidades que subyacen al analizar la problemática del desempleo, porque es necesaria su vinculación con la capacitación de quien busca un trabajo.
Es innegable que las nuevas tecnologías de la información y comunicación, también llamadas TICs, tienen más oferta que demanda e incluso hay lugares disponibles que tardan en ocuparse. En el otro extremo, se encuentran los puestos de atención al público o de servicios y cuando se presenta un llamado, la demanda excede ampliamente los cupos que se necesitan.
El mercado laboral uruguayo presenta desajustes porque la capacitación y entorno de cada postulante es tan diversa que definirá las oportunidades y duración en cada empleo. Ese escenario se trasladará a las cifras que, posteriormente, se analizarán fríamente sin tomar en cuenta esos factores.
En Uruguay existe desde hace años un problema estructural con el empleo y la discusión de las políticas públicas no tuvo su enfoque en el punto cero de esta cuestión.
Mientras no se ponga atención en las habilidades que se requieren para determinados trabajos en pleno siglo XXI, Uruguay seguirá enfocado con su mirada hacia atrás. Y así lo muestran en forma reiterada las debilidades que manifiestan algunos indicadores.
Alcanza con ver las vacantes en ciertos oficios, sus postulaciones y la calidad de los aspirantes, para discernir la marcha del mercado del trabajo en el país. Porque a las TICs deberán agregarse otras ocupaciones, como las asociadas a las ciencias o las tecnologías, vinculadas al desarrollo web. Así como empleos relacionados a la salud y los metalúrgicos, donde existe un número de vacantes y menos postulaciones, ante un bajo índice de idoneidad.
En el medio se encuentra el sector financiero y todo su enfoque con el ámbito adminsitrativo, que comienzan a registrar mejores guarismos de postulantes y capacitaciones. Así como se vuelve imprescindible el análisis del rol de las automatizaciones de determinadas áreas y servicios que ya empiezan a generalizarse. Incluso, en el Interior. Es decir, el complejo mundo de las tareas que antes se visualizaban como rutinarias hoy se exponen a través de una máquina que resuelve la situación al pulsar un botón. La industria manufacturera, como tal, da paso a otros oficios y esa forma de trabajar que hizo punta en el siglo pasado hoy envía a sus trabajadores a los seguros de desempleo.
La mirada “heterogénea” que brinda el informe del INE es, también, un mensaje para entender el problema del aprendizaje permanente. Un verdadero desafío para un país –y una ciudad– aún anclada en el pasado industrial, porque el mundo se ha vuelto competitivo. Y a ese vocablo habrá que incluirlo al momento de confeccionar y resolver sobre políticas públicas aplicadas al empleo.
Pero nada se logra sin mirar al sector educativo formal y no formal, por encima de la herramienta propiamente dicha. Porque cada día, la habilidad socioemocional adquiere mayor peso, es decir, la actitud puesta de manifiesto para aprender en forma continua. O la habilidad para comprender que un oficio o un empleo puede acabarse dentro de cierto plazo. Este último caso conspira contra las generaciones anteriores que pasaban decenas de años en un mismo lugar y ese mensaje –o ejemplo– trataron de transmitirlo a las siguientes.
Es decir, volver a empezar será necesario para los nuevos trabajadores y la capacidad de adaptación ante los cambios constantes marcarán la diferencia entre pemanecer en un empleo o no. Esas habilidades no surgen de la noche a la mañana y si no se trabajan en el hogar, al menos deberán ejercitarse en el aula junto a la capacitación técnica.
Además, sin dudas que habrá empresas donde se pasará más tiempo trabajando y eso deberá transformarse en un sitio de aprendizaje. Porque por ahí también va el mundo del empleo.
El espacio de capacitación deberá estar preparado para aceptar el error y así transformarse en un círculo virtuoso de empleo y formación para arrojar mejores resultados. En cualquier caso, es un desafío que involucra otros aspectos emocionales que, en general, no se ponen en discusión ni se preparan.
Aquellos trabajadores que se formaban algunos años para ingresar en un empleo y permanecer allí hasta su jubilación, están en franca retirada.
El perfil del actual –no del futuro– trabajador está en plena evolución y nada, ni siquiera su educación, será lineal. Mientras tanto, habrá que esperar el necesario cambio cultural que deberá llegar más temprano que tarde.